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Miércoles, 7 de julio de 2010
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LITERATURA. 17 pesos y monedas, de Luciano Trangoni, una galería de monstruos normales

Historias mínimas de locura ordinaria

Con viñetas tragicómicas, el escritor rosarino parece tratar de responder a la pregunta sobre qué poseen los desposeídos, en el puñado de cuentos que integra su nuevo libro. También se interroga por el lugar del escritor comprometido.

Por Beatriz Vignoli
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Luciano Trangoni contó que los textos que integran su libro fueron escritos para Rosario/12.

Un viejo que ha perdido, de lo poco que tenía, hasta el recuerdo; una mujer a quien le confiscaron la cámara con que se sacó la única foto que le sobrevive y cuyas pertenencias caben en una caja de zapatos; un borracho que va y viene con un perro muerto en el baúl del auto: tales son algunas de las viñetas tragicómicas con que Luciano Trangoni parece tratar de responder a la pregunta qué poseen los desposeídos, en el puñado de cuentos que integra su nuevo libro, 17 pesos y monedas (2010, Rosario, Ciudad Gótica, 106 páginas). Y donde también se interroga, no sin humor, por el lugar del escritor comprometido con un cierto realismo social desde una clase media que cae en picada. Víctimas y victimarios, lúmpenes y laburantes, mezclados muy a su pesar, componen su compacto universo narrativo de pobres sin dignidad, en una galería de monstruos bastante normales que evoca a Bukowski y a Carver pero que está firmemente anclada en la realidad actual de los barrios de Rosario.

La desdicha de la clase trabajadora local (pero también su soterrada maldad) es el tema en la obra literaria de Luciano Trangoni (Rosario, 1974), que ya cuenta con dos novelas, publicadas por la misma editorial: Los zapatos de tus muertos (2006) y Acá no hay dónde (2009). En 2005 un cuento suyo, El calor, fue premiado por la Editorial de la Universidad Nacional de Rosario y seleccionado para integrar el libro Cuentistas Rosarinos. En 2008 fue finalista del premio Clarín de cuentos. Publicó el año pasado y éste, en la sección Contratapa de Rosario/12, sus contundentes cuentos, que salen reunidos ahora (junto con El calor, casi una pieza de teatro del absurdo que parece pedir más tablado que lectores y que se reedita como El ventilador) en este impecable libro. 17 pesos y monedas se presentó a fines de junio en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, y mediante el cual el sello Ciudad Gótica no sólo redobla la apuesta por este más que promisorio autor, sino que inaugura su colección Supernova de narrativa.

En cuanto a Trangoni, parece haberse beneficiado de los estrictos límites de extensión de este diario, que le obligaron a "carverizar" los textos enviados, con lo cual ganaron en concisión y por lo tanto en eficacia. "Los escribí especialmente para el diario", contó ayer el autor a la cronista del mismo, en una breve entrevista telefónica. Un axioma del minimalismo, no sólo del literario, dice que "menos es más". Tal paradoja se cumple a rajatabla en estos cuentos. Todo lo que en Acá no hay dónde cargaba las tintas y terminaba, en su afán por convencer, resultando poco creíble a fuerza de melodramático, aquí fue extirpado. Y esa misma sobriedad aporta convicción. Se le proveen al lector apenas indicios: piezas de una Gestalt que él puede (o no) completar. Aquí, lo sospechado termina siendo más significativo que lo dicho. ¿Quién confiscó la cámara de esa pobre mujer? ¿Por qué y cuándo? Todo lo que hay de ella es un diagnóstico de muerte por cirrosis y una caja de zapatos, entregada a un hijo que no la visitó en diez años. ¿Fue torturada y se hizo alcohólica? ¿Maltrató a ese hijo? Si todo eso se hubiera explicitado, la sordidez del relato sería obvia y predecible; la elipsis hace en cambio del cuento una forma leve, un esbozo, un dibujo, un estudio del natural.

Tal como estudios que van a parar a un cuadro, algunos de estos cuentos reiteran motivos de la segunda novela; el cuento que da título al volumen es una de esas instancias de "canibalización", como diría Chandler. O acaso la nutren; pero pierden al pegarse. Y ganan en el fragmento. A su vez, el montaje de fragmentos que constituye al libro les suma un plus. Otra ley de teoría de la forma: el todo es más que la suma de las partes. Y la tapa acompaña el tono y la estética: negro y gris oscuro, con elegantes rayas verticales (diseñado por el estudio Bill & Ted), el libro es un bello objeto en sí mismo. Si bien es posible buscar los textos en Internet (Infelices y postergados salió como ¿Se enteró? el 25 de noviembre; Dos mujeres en un Peugeot salió como Dos mujeres, el 2 de marzo), el humor negrísimo de los relatos se diluye a gris oscuro en el océano de noticias que se les parecen demasiado. Aquí, concentrados, arman un retablo.

Hasta se puede pensar que el joven poeta que, en el cuento que abre el libro, compra cerveza en el almacén de los chinos ante la reprobación de sus vecinos del barrio, es el mismo que al final maneja hasta otro negocio a comprar whisky y atropella a un perro (o eso da a suponer; el accidente queda elegantemente fuera de campo). Al menos la piedad que lo anima es la misma: el joven salía a comprar comida para unos pibes hambrientos; el adulto carga al perro en el baúl de su auto. Ambos gestos fracasan, resultan inútiles. Pero dicen mucho acerca de la figura de escritor que Trangoni busca. Un detalle que aligera la pesadez existencial de estos pequeños infiernos es el de las líneas de fuga, no menos amargas pero al menos con cierto vuelo poético o fantástico, que abren algunos finales: "Salgo a la calle y compruebo que no hay rastro de aquellos niños. Es lógico, me digo, a estas horas ya deben haberse convertido en ancianos".

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