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Domingo, 10 de octubre de 2010
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Exposición en el Castagnino de la obra del arquitecto brasileño Oscar Niemeyer

Una marca distintiva para Rosario

El proyecto del Puerto de la Música es la pieza central y el sentido político de una muy buena exposición, eficientemente didáctica, que recorre los diversos períodos de la obra de su autor, el distinguido arquitecto brasileño.

Por Beatriz Vignoli
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La maqueta del Puerto de la Música. Sería la primer obra de Niemeyer en la Argentina.

El gobernador Hermes Binner estampó su firma el viernes a la noche en el libro de visitas del Museo Castagnino (Oroño y Pellegrini), donde una multitud compuesta por funcionarios gubernamentales de riguroso traje azul oscuro y corbata, arquitectos de elegante sport y mujeres algo más difíciles de clasificar en uno u otro grupo pudo; evaluar las expectativas que el gobierno de Santa Fe y una fundación ad hoc tienen depositadas en el Puerto de la Música. Dicho proyecto (en carpeta en el Plan Estratégico Rosario desde 1998) es la pieza central y el sentido político de una muy buena exposición, eficientemente didáctica, que recorre los diversos períodos de la obra de su autor, el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer (se pronuncia óscar nimáier), quien con el urbanista Lúcio Costa creó la ciudad de Brasilia por iniciativa del presidente Kubitschek en 1956. Media planta baja del museo está pulcramente inundada de croquis diseñados digitalmente, videos, bocetos a mano alzada, fotos, maquetas, textos, y toda esa batería de clarísimo material informativo sirve a un propósito: demostrar cómo lo que se piensa hacer en Pellegrini y el río es una idea de alguien que encarna en sí mismo la arquitectura moderna del siglo veinte.

Longevo y centenario, vital y lúcido como se lo puede ver en el video donde presenta este su primer proyecto argentino y hasta se da el diplomático lujo de elogiar cortésmente el fútbol del país hermano, Niemeyer (nacido en 1907 en Río de Janeiro) es una leyenda viviente, el último que queda de una generación de arquitectos modernistas que renovaron la disciplina en el siglo pasado. Allí Niemeyer ocupa un digno sitial latinoamericano en un hall of fame junto a Le Corbusier (a quien conoció en 1936), Mies van der Rohe o Frank Lloyd Wright. Con un impecable montaje, que abarca cada uno de sus principales proyectos en todas sus fases, desde el boceto a mano alzada del artista (que es luego elaborado por un estudio de arquitectura) hasta las fotos de la obra realizada, pasando por "versiones táctiles" (que ayudarían a comprender mejor la forma si el público se animara a tocarlas ante el nutrido personal de seguridad que las custodia), la muestra presenta cuatro períodos de la prolífica obra de Niemeyer: 1944 a 1956; Brasilia, 1957 a 1965; el exilio, 1966 a 1989; Brasilia, 1989 a 2010. Se incluye una edición trilingüe de su Conversa de arquitecto (Charla de arquitecto, 1993).

Ni el más lego en el tema podrá dejar de reconocer el muy simbólico edificio del Congreso Nacional (Brasilia, Brasil, 1958), cuyas torres y cúpulas, como el fiel y los platillos de una balanza respectivamente, configuran una alegoría de la justicia. Se destacan por su belleza las vistas y maquetas de la Catedral de Brasilia, con su aéreo vitral abstracto panorámico envolviendo 16 columnas de hormigón de sección hiperbólica de 90 toneladas cada una. El desarrollo tecnológico producto de la modernización brasileña y mundial le fue permitiendo al galardonado arquitecto Niemeyer realizar proyectos cada vez más ambiciosos. En 2002 inauguró en Curitiba el museo que lleva su nombre, y que tiene la forma de un ojo. A los 100 años de edad proyectó junto al ingeniero estructural Bruno Contarini el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, con una cúpula de 50 metros de diámetro que fue comparada a un plato volador, merced a cuya ventana de 360 grados se puede estar inmerso en el paisaje y en el edificio a la vez. No es cualquier paisaje: incluye el Pan de Azúcar.

Los textos narran algo que es visible a través de las imágenes: cómo la apropiación del surrealismo produjo en Niemeyer una poética de la curva, que expresa una condensación onírica entre el ondulado paisaje brasileño de los morros y los cuerpos cimbreantes que en el imaginario social se asocia a las mujeres de su país, y en el imaginario personal de Niemeyer a una en particular: la amada. En una foto muy significativa se lo ve a Niemeyer dibujando una serie de figuras femeninas cuya sensualidad traducirá luego al purismo abstracto de su arquitectura. A la luz de tales conexiones no se puede dejar de ver al Teatro Popular de Niterói (que el autor considera la obra más ambiciosa de su carrera y que inauguró en 2007 con 99 años de edad) como una curva dorsal de nalgas, cintura y espalda. El montaje ayuda a apreciar la semejanza. También en pintura y en literatura, allá por los años veinte, Brasil produjo esa síntesis "caníbal" entre Europa y América, entre cuerpo y paisaje. Poeta y dibujante además de arquitecto, Niemeyer se sube al tren del modernismo a la par del Partido Comunista, al que se afilió en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial. Fiel a sus convicciones, se lamenta en el video de cómo no se le ocurrió antes lo que propone para el Puerto de la Música: abrir el escenario para que desde una inmensa explanada una multitud de decenas de miles de personas pueda apreciar también el espectáculo, no sólo la élite que lo mira adentro del redondo teatro con capacidad de 2500 butacas. Diseñado en dos curvas, éste tendrá la forma y tamaño del gran pecho materno, o, dicho en buen romance, la teta gigante que ataca a Woody Allen en aquella secuencia inolvidable de Todo lo que usted siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar. Los seductores bocetos lo muestran junto al río como una futura marca distintiva de la ciudad, visible desde el aire o el espacio como la Sydney Opera House de Australia. El Puerto de la Música inscribirá a la ciudad de Rosario en el mapamundi global mediante una forma pura, bella y fácil de hacer -marca-. El proyecto completo incluye salas de audición y de ensayo, biblioteca, audioteca, archivo de partituras y grabaciones de música regional, restaurante y área de servicios, escuela y lugar de encuentro musical.

En esa misma noche primaveral y perfecta ("no muy lejos de allí", como decían las historietas de antes), en el auditorio del Ros Tower culminaba el CIAL, el Congreso Internacional de Arquitectura Latinoamericana. Organizado por el Colegio de Arquitectos de la Provincia de Santa Fe, distrito 2, con sede en Rosario, reunió a sala rebosante a más de 30 ponentes de todo el mundo y a 1800 inscriptos de todo el país en torno a la consigna: Hábitat y vivienda. Reflexiones y proyectos. Arquitectos argentinos como Pablo Beitía, Rafael Iglesias, Gerardo Caballero, Ricardo Sargiotti, Ana María Rigotti, Miguel Irigoyen, Jorge Hampton y Manuel Fernández de Luco, junto a sus colegas de España, Portugal, Brasil, Colombia, México, Chile, Bolivia, Venezuela, Ecuador, Perú, Paraguay y Alemania dialogaron con "pasión latinoamericana" (según testimonio de uno de los asistentes) acerca de los desafíos de la disciplina en el siglo veintiuno. Lejos de los recipientes blancos inmaculados creados por genios individuales al estilo Brunelleschi según una idea moderna de la arquitectura como obra de arte; lejos del funcionalismo, el racionalismo, el universalismo y tantos otros ismos que Niemeyer no cesa de representar, los arquitectos que se juntaron en el Ros Tower del 6 al 8 de octubre hablaron de trabajo en equipo, de vivienda sustentable, de ecología, de tecnología, de sociedades, de diversidades culturales, de la diferencia entre una mera habitación y un lugar que verdaderamente pueda habitarse. (Brasilia fracasó: el obrador devino en favela). Un cosmopolitismo global, en red, sin centro ni periferia y capaz de abordar problemas específicamente locales; una arquitectura que vuelva a lo primitivo no como pura inspiración formal sino como acervo de soluciones esenciales para la vida cotidiana del planeta: de eso, dicen, es lo que se tratará la arquitectura en el porvenir.

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