"¿Acaso soy yo el mar, el monstruo marino, para que pongas guardia contra mÃ?". Es la femenina pregunta que le hace Job (¡santo varón!) a un Dios atormentador. Y surge ante el ruido que hace la palabra "naturaleza" en el tÃtulo de esta muestra de tesis magistral que es "La naturaleza de las mujeres. Artistas rosarinas entre 1910 y 2010" que, con curadurÃa de la historiadora Adriana Armando, reúne obras de 49 artistas rosarinas y ocupa tres pisos de la Fundación Osde Rosario (Bv. Oroño 973) hasta fin de mes. Pero, afortunadamente para los puristas del feminismo, la curadora aclara en el catálogo que "esta exposición alude a esa idea de feminidad aunque comprendida como una construcción cultural e histórica y no como una esencia inmutable". Y agrega que "una mayor presencia de mujeres en el ámbito del arte no implica necesariamente el encuentro con un arte exclusivamente femenino".
Ahora sÃ. A zambullirse con ganas en la sala del piso 4 donde los ojos claros y muy abiertos de Nicola Costantino en ese homenaje a "Los primeros pasos" de Berni que es Nicola costurera se espejan en los del retrato de una "Adolescente" pintado al óleo por la pionera Emilia Bertolé, como si la muchacha de 1927 se hubiera reencarnado en la rosarina internacionalmente reconocida de 2008. A su vez, el modo de Bertolé de trabajar el óleo produciendo luminosas mezclas ópticas de color vibrante, procedente de la técnica del pastel, resuena en las figuras post impresionistas que Rosa Aragone plasma a comienzos del siglo XXI. Pero de la semejanza no debe deducirse genealogÃa ni influencia: como advierte la curadora, en la primera mitad del siglo XX las artistas rosarinas quedaban aisladas por sus roles tradicionales. Salvo Bertolé, no iban a cafés.
La muestra ofrece la posibilidad de conectar ahora lo que no estuvo vinculado en su contexto social de origen. Ordenada autora por autora y con información completa sobre cada obra, la exposición es un oasis de cuidado estético y rigor informativo en un medio local que no suele deparar esos placeres. La estructura con que se organiza tan amplia diversidad es, en el fondo, simple. Depende de conceptos semánticos tales como referencia y grado de iconicidad, y se basa en polaridades: abstracto/figurativo, naturaleza/cultura, ciudad/campo, razón/sentimiento; todo lo cual va articulando, a través de un sobrio y eficaz montaje, un discurso visual argumentativo contundente.
Gracias a la capacidad de la obra de arte de producir sentido y sensación en forma inagotable, lo que se deja leer en todo el conjunto excede a un guión curatorial cuyo leit motiv es la reflexión en torno a las particularidades de un sujeto subalterno. El sentido de la lectura propuesta va menos en la dirección de lo estético que en la de lo antropológico, y (después de leer tÃtulo y subtÃtulos de la muestra) es imposible no recorrer los tres pisos con la misma pregunta con que las primeras mujeres artistas de Rosario fueron recibidas: la pregunta por lo especÃficamente femenino en arte. Si la reiteración de formas no obedece a la transmisión, si cada autora estuvo sola con sus libros y maestros que enseñaban la tradición europea y debió prescindir de las visitas a talleres de amigos, de las horas de ocio y charla de sus pares varones, ¿a qué se debe si no que el color aparezca siempre como algo tan refinado, que la mirada sobre la naturaleza sea en todas tan afectuosa y compasiva, o que una proliferación gótica de detalles cumpla la misma función en los óleos figurativos de los años 80 de Verónica Celman (1948 1997) que en los de Constanza Alberione? ¿O por qué ese eco, en esta última, de los blancos de color de los paisajes metafÃsicos de MarÃa Laura Schiavoni?
Las preguntas no pueden generalizarse sin atender a la periodización histórica, que las divide entre ermitañas hogareñas o académicas, y emancipadas ya capaces de insertarse en el campo artÃstico donde absorber conscientemente tradiciones locales e influencias. Incluso a esa luz, los animales adornados de MarÃa Gabriela Di Franco, o los de madera de Flor Balestra, o los de Aid Herrera que parecen bordados folk de la primera mitad de los años 70 (fueron pintados en esa época), expresan la cultura extra artÃstica femenina de embellecerse o embellecer la casa para agradar. SÃ, las abstracciones del tercer piso rompen con la ortodoxia, y allà las pintoras LÃa Martha Baumann (1926 1997), Angela Barr, MarÃa Suardi, Noemà Escandell, la pionera Susana Zinny y la escultora Susana Hertz (1919 2004) ofrecen algo asà como un dharma de la geometrÃa: predomina en sus obras lo cualitativo, el ritmo, la sintaxis, como en una identificación inconsciente con lo secundario y "otro" del arte y la cultura.
Hoy ciertas chicas posmodernas parecen jugar conscientemente con los discursos de género. Claudia del RÃo alude explÃcitamente a ellos con las frases que inserta en los vestiditos de sus collages; pero no están tan claras, por suerte, las intenciones del video performance de Lila Siegrist. Algunas autoras "atrasan" certeras, como cuando Evelina Calligari abruma de barrocas mostacillas unos hermosos monstruos a lo Hanna Hoech. O cuando Michele Siquot, quizás bajo la influencia de su par Silvia Lenardón, discÃpula de Grela, homenajea al maestro de su amiga en un collage textil titulado "Juan".
En el medio está la historia transcurrida y eso es lo más maravilloso de esta muestra: cómo vuelve visibles estilos olvidados y coyunturas precisas del pasado. Cuentan con una amplia representación no sólo la pintura, sino la gráfica y hasta el dibujo de esas dos décadas invisibles que son las del 70 y el 80. Clelia Barroso y Olga Vitabile despliegan, respectivamente, alegorÃas y paisajes ensoñados en grafito mientras que los aguafuertes de terrazas muy rosarinas de Liliana Gastón citan e incluyen carteles, graffiti, dichos: "No toque timbre... pase"; "Se vende", en unas fechas (1980 y 1981) que remiten al recuerdo fresco de fugas por los techos y exilios, a pérdida de la inocencia. Cuenta Armando en el catálogo que Los viajes de Nanina de Martha Greiner e Imágenes liberadas de Coti Miranda Pacheco integraron la muestra en la plaza 25 de Mayo de octubre de 1965. O que los calcos en yeso al modo de mascarilla funeraria con que Escandell, Graciela Carnevale, LÃa Maisonnave y (¡bendito tú eres entre todas las mujeres!) Tito Fernández Bonina desafÃan a la muerte eternizando sus jóvenes rostros se vieron una exposición de autorretratos en la GalerÃa Espacio en junio de 1967.
Ya del anné fou de 1968 consta un registro de la acción de Carnevale "El encierro", Ciclo de Arte Experimental, en calle Córdoba 1362. No lejos de allÃ, 42 años más tarde, la fotógrafa Andrea Ostera transmuta en lÃneas abstractas unos cables vistos en cuatro esquinas céntricas de la ciudad: Córdoba 1600, Paraguay y San Luis, Paraguay y San Juan, Paraguay y Tucumán, y hay tanta sustancia en esta feliz coincidencia como en el homenaje de Graciela Sacco al Rosariazo. Tanto Ostera como Sacco renuevan los usos de las técnicas fotográficas. Cabe lanzarse a inferir. ¿La relación de las mujeres con lo urbano y lo técnico estará mediada por una intención de subvertir lo dado? ¿Por qué, si no, Ada Tvarkos en los 50 y Elba Nalda Querol en 2004 abordan el arrabal, Luján Castellani fotografÃa luces para no ver y Romina Garrido, inspirada por la noción de refuncionalización en diseño, ilumina y lleva el bol de la cocina a la mesita de luz?
¿Importa? Pues no faltan señoras saloneras: MarÃa Angélica Junquet de Juncal (1893 1975); Ana Caviglia de Calatroni (1899 1981). Ni la magnÃfica apropiación pictórica del desnudo fotográfico surrealista y el collage dadaÃsta que hace Paula Grazzini (discÃpula de Julián Usandizaga), ni la formidable apropiación realista crÃtica del animalismo que hace Jorgelina Toya, ni el radiante neoexpresionismo de Verónica Prieto (que ya titulaba un acrÃlico sobre tela como "Yo estaba en llamas cuando me acosté en 1985", antes de la canción de Charly GarcÃa) o el sereno plano detalle sobre el mismo estilo que hace Silvia Chirife, ni la musicalidad "Estridente y vibrante" (tal el tÃtulo) de Silvana Scerra. Ni la gran escultora moderna Eugenia Paino, ni las aguafuertes intimistas de Roxana Celman, ni las tallas americanistas de Arminda Ulloa, ni los papeles entramados de Marina Gryciuk. Ni las singularÃsimas conexiones con la naturaleza que aparecen en los edénicos grabados en madera de Mele Bruniard, en las formas vegetales casi abstractas de Fabiana Imola o en las conmovedoras fotos de la inundación de Laura Glusman, quien además fotografió profesionalmente la muestra. Bienvenidas al canon y a un futuro en el que muestras como ésta ya no sean necesarias.
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