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Miércoles, 30 de marzo de 2011
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La ética de los parientes

Por Julio Cejas*

Estimado lector, quisiera compartir un sueño que se hizo realidad gracias a la aguda mirada de colegas que están atentos a denunciar la siempre tentadora falta de ética profesional, que se ensaña aún con el periodista menos pensado. En ese sueño aparecía ya no la imagen del crítico teatral, o del hombre de teatro; sino la del padre de Gabriel Cejas, mi único hijo, que es músico, creador audiovisual y al que se le ha dado recientemente por las tablas.

Esta aclaración debería figurar en la crítica de la obra Moderna en la que actúa Gabriel. Me tomé la licencia de omitir lo que en el sueño se manifestaba como una verdad consagrada, la crítica en cuestión comenzaba con un mea culpa: "Quisiera aclarar antes de comenzar a escribir sobre este espectáculo, que uno de sus integrantes, Gabriel Cejas, es mi hijo y que en ningún momento pensé deslindar esta responsabilidad encargándosela a cualquier otro compañero de la redacción; porque entonces debería hacerla con buena parte de las críticas que escribo desde que tengo uso de razón".

Por ejemplo, a los que han leído la crítica del domingo pasado, les debo las disculpas por no haber aclarado antes que el actor Juan Pablo Geretto es alguien a quien conozco desde sus comienzos cuando no era tan popular, y al que me une un gran afecto y el respeto que da el haber apostado a su trabajo. De la misma manera, debería excusarme por no haber aclarado que la actriz Andrea Fiorino, colaboradora actualmente de Geretto; es una querida amiga desde hace muchos años. Participé como actor en una de las obras que dirigió, y eso no impidió que escribiera sobre la mayoría de sus notables trabajos. Claro que, ahora me percato, sin la precaución de haber destacado la subjetividad que implica esa amistad a la hora de no faltar a la ética.

Antes de seguir enumerando otros casos similares, debería aclarar que antes de escribir sobre teatro en este medio fui actor, director y pedagogo teatral recibido en la entonces Escuela Nacional de Teatro, donde conocí y compartí conocimientos y afectos con actores, actrices, docentes y directores que han sido y son en gran parte los que producen el teatro que se ve en esta ciudad.

No sólo el lector sino los responsables de la producción de las artes escénicas rosarinas son los que deberían apropiarse de esta cuestión de la ética profesional. En todo caso, el público que vió Moderna y leyó o no mi crítica, dirá si era necesario o no la aclaración, siempre y cuando se considere tendenciosa o de halago inmerecido para favorecer a tal o cual persona.

Sería un buen trabajo de campo para los investigadores, que podrían encontrarse con los procedimientos de construcción de un discurso crítico que tiene como base de sustento la voz de los espectadores y las diferentes miradas, para reforzar algunos comentarios de difícil transcripción tratándose de evaluar la actuación de un hijo.

* Crítico especializado de Rosario/12.

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