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Martes, 4 de abril de 2006
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La obra de José Leonilson o el poder de una intensa fragilidad

Los trabajos del brasilero se exponen en el MACRO. Se trata de una iconografía personal de mapas y otros emblemas.

Por Beatriz Vignoli
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Sin título, 1980, tinta china a pluma, acuarela.

Desde el jueves 16, el público rosarino tiene la rara oportunidad de visitar en el Museo de Arte Contemporáneo (MACRO, Oroño y el río Paraná), la edición local de la muestra Longo caminho de um rapaz apaixonado (Largo camino de un muchacho apasionado) sobre la obra del artista brasileño José Leonilson (Fortaleza, 1957; San Pablo, 1993). A diferencia de lo que se presentó a fines del año pasado en el Centro de Estudios Brasileños, esta muestra no cuenta con la curaduría del coordinador del Proyecto Leonilson, Ricardo Resende, y sí con la de Karina Granieri, integrante del equipo curatorial original.

La muestra plantea además un nuevo recorrido que incluye obras de la colección del MACRO, en "diálogo" con las de Leonilson. Se pueden ver así obras de Roberto Aizemberg, Leo Batistelli, Juan José Cambre, Feliciano Centurión, Leo Chiachio, Claudia Del Río, León Ferrari, Claudia Fontes, Ana Gallardo, Laura Glusman, Magdalena Jitrik, Daniel Joglar, Alejandro Kuropatwa, Gyula Kosice, Marie Orensanz, Andrea Ostera, Marcelo Pombo, Gustavo Romano, Tulio de Sagastizábal, Omar Schiliro, Diana Schufer, Tamara Stuby, Mónica Van Asperen y Edgardo Vigo. Gran parte de esta selección (no toda) provee un contexto de época estéticamente relacionado con el período de la "transvanguardia", en el cual puede encuadrarse cómodamente la producción de Leonilson.

Vale la pena emprender el arduo recorrido escaleras arriba del piso 1 al piso 6 (en el piso 5 hay un puff que deja arrellanarse ante un video de efecto hipnótico, donde la voz del artista se superpone a un montaje de detalles de sus obras e imágenes acuáticas) para enfrentarse a la sensibilidad exquisita y extrema de este artista.

Humildísimo maestro de lo frágil, imbuido de una espiritualidad despojada y anárquica muy influida por lo artesanal y por el arte religioso de la comunidad de los Shakers, Leonilson dejó atrás la academia moderna de sus tiempos de estudiante en la FAAP de San Pablo, cuyos rastros abstractos y geométricos se dejan ver en los ángulos rectos de sus composiciones relativamente más tempranas, para desarrollar una iconografía personal de mapas, ríos, mares, volcanes, corazones, espadas y otros emblemas. Estos son a veces literalmente bordados en la tela (muy a menudo un género común y corriente, raramente un lienzo de pintor) o en el papel mismo. Mientras que en sus acuarelas y dibujos, el ritmo stacatto de los trazos se asemeja por su síntesis al de las costuras, precarias, expresivas, de sus bordados mínimos.

La poesía, las confesiones y las declaraciones que desgrana Leonilson en el video ("Pensar que en medio de esta ciudad hay una silla de metal, frente a un cuadro rosa con un corazón de metal en su centro"; "Me gustan los tipos. Pero ser gay hoy es como ser judío en la Segunda Guerra Mundial") dan cuenta de una tendencia al misticismo de lo infinito y de lo abierto, resultado al parecer de una imposibilidad práctica de volcar sobre el prójimo unas reservas de amor aparentemente inagotables. Esto es simbolizado recurrentemente en su iconografía mediante la imagen de un agua que se desborda de su continente, o de una escritura como inconclusa que se sale de su renglón, abriéndose al vacío que suele ocupar en sus obras la mayor parte de la tela o de la página.

Es inevitable la comparación entre José Leonilson y su contemporáneo casi exacto Jean-﷓Michel Basquiat. Aparte de la obvia excentricidad de ambos (gays, muertos jóvenes, y de piel más o menos oscura), quien haya tenido la suerte de poder ver aquella antológica de Basquiat en el Museo Nacional de Bellas Artes hace una década no podrá dejar de tener en cuenta la intensidad, intraducible a reproducciones fotográficas, que tanto para Leonilson como para Basquiat porta el recurso esencial de la línea. En los dos, la línea se expresa de a trazos seguros y entrecortados como pasos que enhebran el fluir temporal de la vida misma. Pero lo que en Basquiat es agresiva marginalidad, en "Leo" (como lo llamaban sus amigos) es apenas una errancia levísima, un merodeo que lo hace circular por los intersticios de un mundo esponjoso y sin límites; el trazo afirmativo y desafiante que en Basquiat está en el límite de la incisión, en Leonilson es una pregunta, una costura, un asirse al tiempo: menos que un gesto.

Otro de sus hermanos de espíritu, aparte de quienes él menciona (Eva Hesse, entre otros) podría ser el poeta e.e. cummings, que escribió, en versos que bien hubieran merecido tenerlo de musa o destinatario: "Nada de lo que hayamos de percibir en este mundo iguala/ el poder de tu intensa fragilidad".

Cuenta Rezende: "En la década de los '80, Leonilson era parte de la generación de artistas que revolucionó el medio artístico brasileño con la recuperación del 'placer' pro la pintura y se afirmó en la escena artística al participar de la Bienal de Sao Paulo de 1985, con una instalación. El artista falleció joven en Sao Paulo en 1993, víctima del Sida, y dejó una obra auténtica que buscó incansablemente la intensidad poética individual. Una obra que lo inscribió en la reciente historia del arte brasileño como uno de sus grandes artistas, o mejor dicho, como uno de los maestros brasileños del siglo XX, tal como ya lo son Tarsila de Amaral, Alfredo Volpi, Hélio Oticica y Lygia Clark entre otros de igual importancia. Cada uno en su tiempo y con su contribución. Leonilson resumió en su obra de modo dramático las incertidumbres y las alegrías de los años 80 y 90, señalados por enfermedades, guerras, injusticias sociales que causaron grandes transformaciones en la Humanidad".

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