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Martes, 1 de noviembre de 2011
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Gore, el hombre es esta noche se exhibe en el Macro hasta el martes

El gore con toda su crueldad

La muestra incluye una "cabina snuff" de registros videográficos de matanzas y torturas reales. El concepto curatorial pasa por alto la diferencia entre lo sacrificial como representación y el puro horror. Por lo demás, es impecable.

Por Beatriz Vignoli
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Darío Ares como Nadia Soler en el rodaje del video Dos veces Nadia (2011).

"El hombre es esta noche, esta Nada vacía", escribió Hegel en Jena, en un pasaje de la elaboración de su sistema luego publicada como Filosofía real. "En representaciones fantasmagóricas es de noche en todos lados; surge entonces una cabeza ensangrentada aquí, otra figura blanca allá, y desaparecen con la misma brusquedad. Es esa noche la que se percibe cuando se mira a un hombre a los ojos". Si bien el texto fue escrito hacia 1806, evoca una película de terror sangriento, en inglés: gore. La curadora Magalí Pallero (Santa Fe, 1974) lo lee desde una lectura intempestiva que incluye el erotismo.

Gore, el hombre es esta noche puede visitarse hasta el próximo martes en los pisos 7, 6, 5 y 4 del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (MACRO, Bv. Oroño y el río). Exponen Arturo Aguiar, Nicola Costantino, Marcelo Bordese, Mauro Guzmán, Marcos López, Darío Ares, Sebastián Pinciroli, Thaís Zumblick y el grupo Oligatega (Alfio Demestre, Mariano Giraud, Mateo Amaral y Maximiliano Bellmann). Las obras de Zumblick, Bordese, Pinciroli, Aguiar, Ares y Guzmán trasuntan una pulsión de muerte erotizada; lo de López es lúgubre sin atenuantes. Oligatega y Costantino exploran en sus esculturas cinéticas la siniestra vacilación entre lo inanimado y lo animado.

La primera muestra de la saga Gore tuvo lugar en 2009 en la galería porteña Appetite. Entonces, como ahora, la muestra incluía una "cabina snuff" de registros videográficos de matanzas y torturas reales, tomadas de los circuitos de Internet por donde circula este tipo de material; los críticos comentaron esto con total ligereza. Tal vez la mejor objeción que pueda hacérsele a esta decisión curatorial (la única cuestionable en una muestra por lo demás impecablemente seleccionada y montada) no sea moral sino estética: el concepto curatorial de la muestra parece pasar por alto la diferencia entre lo sacrificial como representación (sin consecuencias sociales, protegido por el límite de la autonomía de la obra de arte) y el puro horror sin mediaciones del asesinato o del daño irreversible a la persona humana. Aquello que en la representación artística es una sublime catarsis o rito de purificación de las pasiones, hecho realidad es un crimen punible. Para percibir esta diferencia es preciso pensar desde el lugar de la producción, no desde el espectador que hace zapping.

Sin embargo, el arte ha tocado estos extremos: Pallero menciona entre sus antecedentes al accionismo vienés, que en ocasiones hizo de la inmolación cruenta del autor la obra misma. Pero en general el género gore, si bien perverso, habilita la representación del daño irreversible como reversible: la sangre es pintura, el modelo se da una ducha y vuelve vivo a su casa. Ese juego macabro se luce en toda su oscura belleza en la pintura realista del piso 7, Pablo gore punk (2011), donde Thaís Zumblick, retratista brasileña radicada en Buenos Aires, cumple el mandato punk de dejarle al mundo un cadáver hermoso, reescribiendo el género del martirio desde emblemas contemporáneos.

"No hay nada más humano que la ficción de la muerte", escribe Pallero. La tradición de la muerte ritual de la deidad, que el arte religioso cristiano reformuló como el tema de la crucifixión, es retomada con audaz imaginación por Marcelo Bordese (Río Cuarto, 1962), cuyos retablos al óleo abrevan tanto en los mundos infernales medievales de El Bosco como en las atrocidades de la guerra evocadas en La noche (1918﷓1919) por el expresionista Max Beckmann. Cuerpos hermafroditas y mutantes, escatológicos monstruos con algo de ave y algo de órgano extirpado, son sometidos a goces tortuosos: la precisión arqueológica de su técnica pictórica transmuta en virtuosismo una recreación fantasiosa del tormento en toda su real obscenidad. Su tríptico se titula Tres mariposas y remite a las crueldades de la lepidopterología, la rama de la entomología que estudia, denomina, captura, disecciona y archiva las mariposas.

En video, se lucen tres artistas rosarinos. De Sebastián Pinciroli hay uno exquisito y high tech, The Devil In My Mind (2011), concisa síntesis de los motivos barrocos del memento mori y el vanitas con sus motivos tradicionales respectivos de la calavera y el espejo, a los que se agregan la sangre y el movimiento como representación del tiempo. Darío Ares lleva al extremo la feminización teatral de su cuerpo de hombre a través de su alter ego Nadia Soler, una mujer que en esta entrega culminante de su saga tiene sexo, queda embarazada y aborta; las escenas están cargadas de alusiones a relatos de los medios masivos que van desde el porno casero hasta Romina Tejerina. As himself, Ares actúa de varón victimizado devenido en victimario en el film homoerótico de vampiros Paraná (2011) donde Mauro Guzmán retoma lo mejor del capítulo final de su trilogía de trilogías de Linda Bler, Linda vs. Tiburón (2009), para reducir el impacto a lo esencial.

Arturo Aguiar (San Juan, 1963) expone una foto lujosa y melancólica donde el epitafio inscripto en una lápida declara, en francés, que "Siempre es otro el que muere"; la luz mortecina y los detalles del brezo mezclado con flores remiten a la estética del romanticismo tardío del siglo XIX. Del fotógrafo santafesino Marcos López se exhibe Autopsia (2005); de la rosarina Nicola Costantino, la instalación de escultura motorizada, dibujo y video Animal Motion Planet. Máquina para caballo nonato (2003). El mito moderno del científico loco también es explorado, pero con un sadismo ético, por el colectivo Oligatega, que inventó el Modulador morfológico de materia. Este artefacto emite vibraciones sonoras sobre una sustancia no newtoniana; las ondas de sonido se transforman en música que "hace bailar" a la materia inerte actuando directamente sobre ella, convirtiéndola en escultura dinámica y generando la ficción de "un órgano sensitivo que construye su morfología al percibir". El video registra la performance en la explanada del MACRo que tuvo lugar durante la inauguración de la muestra el 9 de septiembre. Si bien la escena evoca una sesión de tortura, tranquiliza saber que esa masa burbujeante no siente nada.

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