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Domingo, 12 de febrero de 2012
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Dos despedidas desde Rosario a Luis Alberto Spinetta

Una brújula permanente

Por Roberto Caferra
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Duele todo. Mucho duele.

Mi hijo Tomás tiene 13 recién cumplidos. No se sí sabe muchas cosas de la vida pero fue contundente. Poco después de las seis de ayer llamó al celular para dar la noticia (paradoja extraña justo a un tipo que vive de la noticia). "Papá, se murió Spinetta", dijo con su voz conmovida por la muerte o porque intuía el futuro dolor de su padre. El pibe, ese niño al que intenté hacerle saber cuán importante es la discografía del Flaco en mi vida, lo sabe casi todo. Tal vez sospechaba que detrás de la noticia habría un desmoronamiento. Y quiso estar ahí. Y eso hizo que todo sea aun más difícil. Trece años. Nada y todo.

Estaba en reunión en el coqueto bar del Hotel Savoy. Y fue una trampa para las lágrimas, las ganas de soltar el alma a la mesa de un café ya frío. Maldito pudor. Vergüenza y la puta madre. Lloré en el auto huyendo del centro escuchando los balbuceos conmovidos de Fabi Cantilo en una radio porteña. Y fue peor.

Murió Spinetta. Murió el dueño de muchas de las respuestas que yo al menos esperaba a mis infinitas preguntas.

Al Flaco, con sus melodías, sus canciones, sus palabras, sus conciertos, los encuentros, su pálpito, su mirada, su merodeo por el mundo, le di un lugar determinante en mi vida. Guía, docente, conductor, maestro. Lo escuché, lo leí, lo seguí, lo admiré y lo amé.

Mi viejo era mi viejo. Allí no hay elección alguna. Al flaco lo adopté como lo que fue. Una brújula permanente.

Detrás de cada pregunta, hay respuesta Spinetta. Y eso es mucho. Solo el amor puede sostener. No creo en nada si no hacemos el amor. Estar entusiasmado con "tu" corazón todos los días. El Flaco es infinito

Asi leí a Baudrillard, Bataille o Foucault, entre muchos, cuando el flaco nos "aconsejaba" con su sabiduría en los lobbies de los hoteles rosarinos. No tenía más de 20 años cuando lo entrevisté por primera vez para un trabajo práctico de comunicación. Balbuceante, nervioso, inútil, buscando excusas de cronista para que me adopte como hijo de por vida.

Lo cité hasta el infinito y más allá. Para explicar que "toda la vida tiene musica hoy" o los antídotos contra todos los males de este mundo. Del principio al fin.

Tenerlo cerca me salvó. Escuchar sus discos cuando los terremotos de la vida parecen cercarnos resulta imprescindible y milagroso.

Lo vi a Mario llorar toda la tarde maldiciendo al cáncer, al pucho, a los hijos de puta que están vivos.

El martes mi hijo menor, Lucas, cumplió 11 años. Como obsequio pequeño le dejé pegado en su muro de Facebook un video con una versión en vivo de la canción Alma de Diamante. "Gracias papi por la canción re linda", escribió agradecido y mentiroso. Sé que tarde o temprano le va a gustar.

Dejaré el atuendo de viuda para otros, lo mío es sincera desorientación. Absoluta y desgarradora. No saber por donde empezar. Sin brújula se me hace difícil.

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