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Domingo, 3 de junio de 2012
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"El frac rojo", de Gorostiza en la versión de Nicolás Jaworski.

La vigencia del grotesco argentino

La puesta en escena planteada por el director aprovecha los diferentes "rincones" del Cultural de Abajo, para dar cuenta de la incomunicación que existe entre los personajes de la obra. Una trama de fracasos ocultos y vendas que caen.

Por Julio Cejas
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Los actores se ajustan a las reglas del grotesco, haciendo reir primero y mostrando su fragilidad después.

Si el grotesco como género sigue apareciendo como una marca de agua a lo largo de toda la dramaturgia nacional, es porque a pesar de los tiempos que corren, las máscaras del fracaso siguen asomando como vestigios de una obstinada herencia. De allí el retorno a la escena local de un autor como Carlos Gorostiza, a partir de dos propuestas que llevan el sello de este gran dramaturgo y escritor argentino: "El frac rojo", dirigida por Nicolás Jaworski (domingos a las 20, en el Cultural de Abajo, Entre Ríos y San Lorenzo) y "Papi", según la versión de Christian Valci (ver recuadro).

El "Frac rojo" abreva tanto en el grotesco como en el absurdo, para dar cuenta de los patéticos intentos de una clase media por "salvarse" o "zafar, cueste lo que cueste". "﷓¡Con frac y con galera le cobramos a cualquiera!": Es el himno de batalla de Amadeo, jefe de una familia a la que ha intentado sostener, según sus propias palabras, a fuerza de "transgredir principios morales". Cobrador de deudores morosos con métodos que esconden un vulgar apriete destinado a fortalecer los intereses de una sórdida financiera.

Elvira, su esposa a la que "moldeó" a imagen y semejanza, Julio su hijo sumido en el mundo de las drogas y el abuelo, padre de Amadeo, un ser que ha decidido enmudecer, anclado en las notas de un viejo disco que reproduce interminablemente uno de los temas centrales de la ópera Tosca, de Puccini: E lucevan le stelle. "Y brillaban las estrellas", frase que nos remite a esas supuestas "ideas luminosas" que se le ocurren a Amadeo y que según su esposa no se concretan por falta de "infraestructura".

Entonces hace su aparición en escena, Mario, amigo de la familia y dueño del Tenis Center, otro pequeño emprendimiento de clase media que a él le alcanza para vivir sin grandes pretensiones. Pero este "socio" no se deja moldear como Elvira: El viene a intentar quitarle la venda de los ojos a este matrimonio que no quiere ver la realidad de su hijo que intentó "salvarse" por el lado de la drogas.

Mario será el que intente desbaratar tanta ceguera, tanta corrupción maquillada. Pronto será estigmatizado como "raro", palabra que sirvió siempre para discriminar a los que van en contra de la corriente, a los que intentan socavar los cimientos de un orden establecido a fuerza de una ética sostenida con alfileres.

La puesta en escena planteada por Jaworski aprovecha los diferentes "rincones" del Cultural de Abajo, para dar cuenta de la incomunicación que existe entre los personajes de la obra: La ubicación de la escenografía juega en este sentido, el mobiliario tabica y dificulta la interrelación, el acercamiento entre seres acribillados por sus propios conflictos interiores.

Mario Vidoletti, recrea a un inolvidable Amadeo, en el punto justo que requiere el grotesco: Nos hace reír, provoca por momentos un fuerte rechazo, hasta que al final sentimos pena por su fragilidad, por su fracaso. Marita Vitta, carga con el complejo personaje de Elvira y lo enriquece con su sensibilidad, dotándolo de un aire de ingenuidad, de total acatamiento a su esposo, hasta estallar dramáticamente.

Los personajes fantasmales, esos que no están dotados de voz, sujetos a un recorrido limitado en el espacio, son los más difíciles de construir. Por eso Aldo Villagra funda desde el misterio de su mirada muda y el sonido rutinario de sus pantuflas, un conmovedor testigo del derrumbe familiar. Los jóvenes Bernardo Vitta y Ebelyn Rita cumplen un itinerario que se acomoda a las necesidades de la obra, sin explorar algunas aristas que enriquecerían sus personajes.

Flavio Soso congela a su Mario con cierta impasibilidad y un aire distanciado que lo priva de algunos matices necesarios para fortalecer a uno de los desencadenantes de gran parte del conflicto de la obra.

"El tiempo ha huido y muero desesperado y no he amado nunca tanto la vida!"﷓ reproduce la voz del gran Caruso, al final de "E lucevan le stelle", palabras que se cerrarán sobre la escena, haciendo estallar la mordaza de los que no tienen voz, para abrirse paso como interrogantes ante el fervoroso aplauso del público.

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