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Miércoles, 24 de octubre de 2012
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LITERATURA. Cámara Gesell de Guillermo Saccomanno

Santos y réprobos sin control

En esta nueva novela coral, el escritor describe a una sociedad concentracionaria. El autor lo define como "un libro moral", y lo reconoce marcado por la lectura de La Divina Comedia, Las obras del amor de Kierkegaard y la literatura de Faulkner.

Por Beatriz Vignoli
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Guillermo Saccomanno vive desde hace 20 años en Villa Gesell, ciudad a la que remite su libro

Algunos de sus personajes no se suicidan. ¿Son masoquistas? Luego de leer las 549 páginas de Cámara Gesell (Planeta, 2012), de Guillermo Saccomanno, la cronista de Rosario/12 le reiteró al autor aquella pregunta realizada a Juan Carlos Onetti con motivo de su pueblo de ficción, Santa María. El título del nuevo libro de Saccomanno, que Juan Aguzzi presentará el sábado a las 19 en Ross Centro Cultural (Córdoba 1347), remite a Villa Gessell, la ciudad costera donde el autor vive desde hace 20 años. También evoca el dispositivo de la cámara Gessell, que permite observar sin modificar al observado. Lo cual no ocurrió con Saccomanno, cuya novela recién terminada se salvó por muy poco de perderse en un robo similar a los tantos hechos de violencia que narra en su libro. Y que, en una paradójica (y ética) decisión que sólo se comienza a comprender al leerlo, lo llevó a quedarse en ese lugar.

Es preciso explicar que "la Villa" donde transcurre la infatigable acción de la novela no es Gessell, aunque se le parezca bastante. Como Peyton Place, como Twin Peaks, como todos los pueblos de series de pueblos, la Villa es el Infierno. Su cronista se llama Dante. Las almas que lo habitan están condenadas a la tragedia, precisamente porque cada alma lleva puesto un cuerpo y a esos cuerpos los mueven pasiones tan impredecibles como el viento que arrastra la arena de los médanos. Pasiones que se llevan puestas sus vidas. Y las más básicas de esas pasiones son el hambre, la calentura y el aburrimiento.

El cronista saca la cuenta: cuarenta mil habitantes, con un uno por ciento de delincuentes, da cuatrocientos malandras. Y en el centro de la telaraña está el demonio mismo, un abogado llamado Alejo Quirós, líder de un clan apodado los Kennedys. La frase favorita de Alejo, con la que extorsiona hasta el infinito, está copiada de la película El Padrino: "Te voy a hacer una oferta que no vas a poder rechazar".

La narración del melodrama fractal que es Cámara Gessell está construida como una sucesión de chismes. La prosa es de frases cortas, como sin aliento, ritmada por este verbo insistente: dicen. Dicen que dicen. Los dos bares del lugar albergan largas noches de confesiones, droga y alcohol; en ese cruce de voces roncas se trama el relato. O los relatos, múltiples. No hay un centro sino que cada punto es el centro de la circunferencia. Como olas en el mar, las individualidades se dibujan sólo momentáneamente y sólo a partir del drama que los pone en el candelero. Buenos o malos, ninguno termina bien. La marea humana está formada por los grupos: los pibes cabezas y los pibes chetos, los alemanes y los criollos, los nazis y los hippies, y las mujeres. La estupidez se apodera de todos por igual.

Leer Cámara Gessell se parece bastante a leer el diario, sólo que es literatura. Saccomanno hasta se da el lujo de poner cables apócrifos en cursivas, imitando el estilo de las agencias. Lo provinciano es todo un estilo, desde la Asociación de Amigos de la Cerveza (toda una respetable institución) hasta el rumor de los "abusaditos", que detona una histeria colectiva con patrullas de mataputos que parecen salidas del film Los perros de paja de Sam Peckimpah. El de Cámara Gessell es un universo dostoievskiano de santos y réprobos donde unos y otros están fuera de control. Ni el ermitaño ni la poeta se salvan de encarnar la banalidad del Mal.

Algunos de los personajes no se van del pueblo. ¿Son masoquistas? ¿O son sádicos que gozan con el culebrón de las desgracias ajenas? ¿Y acaso no lo es también el "hipócrita lector", a quien apela el autor?

- Algunos de sus personajes no se suicidan. ¿Son masoquistas?

- Se suicidan porque no se soportan. Se suicidan porque el suicidio es el único acto filosófico verdaderamente serio; también es la posibilidad de burlar un destino. Ellos construyen su destino. En una relación fondo/figura, determinan el contexto y el contexto los determina. En una sociedad concentracionaria, la de un pueblo, en un país que tuvo campos de concentración, no sos quien sos, sino quien los demás creen que sos. La Villa que yo cuento es metáfora del país. Donde lo que está en juego es la complicidad civil con la corrupción, la violencia, el maltrato doméstico, la falta de horizontes de los pibes. Se convive con esto en el fin de temporada, el letargo de 9 meses del pueblo. En ese letargo ves todo de cerca, todos se conocen y "el mundo sigue andando". "Pueblo chico, infierno grande". Te puteás con alguien y al día siguiente lo ves en la cola de los impuestos.

- Uno de sus personajes dice que el infierno es un invento de Dios.

- No todo lo que dicen los personajes lo digo yo. Es una novela coral, hay una polifonía del relato.

- ¿El infierno son los demás, como dijo Sartre?

- No, la relación es dialéctica: el infierno es uno y el infierno son los otros. En el infierno hay que buscar quién es menos infierno, en un viaje a través de la noche oscura del alma hacia la luz, como el que planteo en mis otras novelas. Este es un libro moral. Si hay una lectura que lo marca es La Divina Comedia y el existencialismo de Kierkegaard, Las obras del amor que es una crítica a la cristiandad, y la literatura norteamericana de Faulkner. Esos serían los referentes.

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