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Viernes, 8 de marzo de 2013
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Vuelve La última sesión de Freud

Homenaje al teatro

Por Julio Cejas

Los sueños que se parecen tanto a la creación artística, pueden llevar a recrear encuentros imposibles pero tan impostergables en el devenir de la historia humana como aquel imaginado por el escritor estadounidense Mark St.Germain, en el que Sigmund Freud y C.S.Lewis se habrían encontrado para templar los aceros de sus convicciones en una última batalla librada en el estudio que el padre del psicoanálisis tenía en Londres. La mítica cita habría tenido lugar en una histórica fecha: el día en que Inglaterra ingresa en la Segunda Guerra, ambientando la pesadilla conjetural de St. Germain, que en los últimos años se transformaría en un éxito teatral internacional conocido como La última sesión de Freud.

El año pasado el público rosarino aplaudió de pie la versión nacional de esta producción que dirigió el prestigioso Daniel Veronese, con las inolvidables actuaciones de Jorge Suárez (Ace 2012 al mejor actor) y del rosarino Luis Machín. La obra se presentará esta noche en El Círculo (Laprida 1223) en dos únicas funciones (a las 21 y 23) que seguramente se agotarán rápidamente debido a las recomendaciones de todos los que la vieron, y que no dudarán en volver a repetir una experiencia que nos acerca con ese teatro que conmueve y nos hace reflexionar.

Desde el punto de vista de la estructura dramática, el texto de St.Germain permite el tradicional juego de opuestos que obtuvo buenos resultados tanto en el teatro como en el cine. Y que en este caso enfrenta a dos personalidades de la talla de Freud y del menos conocido Lewis, que a muchos les puede sonar por la versión fílmica de su texto Las crónicas de Narnia, pero que fue un prestigioso hombre de las letras y también un ateo converso.

Este último dato es uno de los disparadores de la obra y motivo por el cual Freud, conocido por sus fuertes convicciones en contra de las creencias religiosas, habría invitado a este joven y talentoso autor, en su momento fuerte defensor de sus ideas y que ahora se habría convertido abiertamente al cristianismo. Lo ingenioso del recorrido dramático de esta polémica se basa en los contundentes argumentos que cada uno de estos auténticos gladiadores del pensamiento va a ir desparramando; con estocadas certeras y frases envenenadas, no exentas de un humor cargado de ironía y cierto tono burlón, que exige una vez más el despliegue de estos dos grandes actores, jugados a sostener hasta el final de la obra el rigor de la construcción de dos difíciles personalidades.

Pero más allá de una discusión que va de lo general a lo singular, de los "grandes temas" que desvelan a los hombres sensibles, de una partida entre investigadores, filósofos y animales de cultura, está el desamparo y la soledad de las historias mínimas que los acercan hasta un lugar muy parecido a la piedad. Está el espectro de la muerte que acecha permanentemente en la garganta roída por el cáncer de un Freud que justamente sangra por sus propios enigmas y sangra nada menos que por la boca; mientras Lewis asiste a aquel maestro que lo inició en su incredulidad, hasta el momento en que Dios se le manifestó en un curioso episodio, ridiculizado por Sigmund.

Una de los producciones teatrales que reivindica la vigencia del trabajo del actor, del trabajo en el sentido stanislavskiano del término. El minucioso trabajo de los protagonistas de un encuentro cumbre que nunca sabremos si existió. Una puesta en escena basada en una escenografía funcional a ese trabajo artesanal que realizan Suárez y Machín; un homenaje a ese teatro que confiaba en un texto inteligente, capaz de abastecer la estrategia de la dirección que se sintetizaba en el contacto directo entre el público y los actores, oficiantes sagrados de un ritual que se resiste a una última sesión.

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