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Miércoles, 8 de mayo de 2013
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LITERATURA. Se editó Versos de un jubilado, de Francisco Gandolfo

El legado joven del poeta

El sello Iván Rosado acaba de publicar, en una cuidada edición, textos inéditos del escritor nacido en Hernando, que se radicó en Rosario en 1948 para construir aquí un corpus que dejó una huella singular dentro de la poesía rosarina.

Por Beatriz Vignoli
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Francisco Gandolfo se radicó en Rosario en 1948.

Poeta, imprentero y editor, Francisco Gandolfo nació en Hernando, Córdoba, en 1921. Padre del escritor Elvio Gandolfo y del dibujante Sergio Kern, desde diciembre de 1948 vivió en Rosario, ciudad en la que murió en enero de 2008. Publicó once libros, dejó tres inéditos y una familia, una de esas familias que son una cultura en sí mismas.

Durante cincuenta de esos casi sesenta años en Rosario, Francisco Gandolfo laburó como un hombre de aquellos que se construyeron a sí mismos. Lo hizo sin solemnidad y expresando su aventura individual en su poesía, cómica y reflexiva. En los años 60 editó con sus hijos y desde su propia imprenta, La Familia, la revista El lagrimal trifurca.

Francisco Gandolfo dejó en la poesía rosarina una huella singular. Pero lo hizo en forma silenciosa, de la misma forma en que componía sus poemas, cargados muchas veces del cansancio del trabajo o el desvelo de las finanzas. Cuando se jubiló, se permitió dedicarse de lleno a la poesía. Sus Versos de un jubilado, libro que acaba de editar el sello rosarino Iván Rosado en una edición cuidada, con su característica gráfica entrañable, habían quedado inéditos. Según detalla el escritor e investigador Osvaldo Aguirre en el epílogo a la edición de su Correspondencia (Ediciones en Danza, Buenos Aires, 2011), los otros dos inéditos son Invitación al verso y Ráfagas.

"En retrospectiva, Mitos (1968), El sicópata/ versos para despejar la mente (1974) y Poemas joviales (1977) constituyen un primer bloque más que sólido sobre el que Gandolfo levantó su obra", escribió Daniel García Helder en su muy bien documentado prólogo a Versos para despejar la mente, la reedición de esos tres primeros títulos que la Editorial Municipal de Rosario le publicó en 2006. Siguiendo con la alegoría del albañil (tan adecuada para un poeta que se construyó a sí mismo como tal) los críticos dividen la obra de Gandolfo en "bloques".

Un segundo bloque filosófico va de 1992 a 2002 (año en que Libros de tierra firme le publicó una antología, La máscara y el rostro) e incluye Plenitud del mito, Presencia del secreto y Las cartas del espía. El tercer bloque, un retorno a la comicidad y el coloquialismo iniciales, abarca los inéditos y sus dos últimos libros editados en vida: El búho encantado (2005, Interzona, Buenos Aires) y El enigma (2007, Vox, Bahía Blanca). A los demás se los autoeditó Gandolfo en su imprenta, donde también imprimió obra de poetas como Rafael Bielsa.

"Vivo aquí, en esta casa sin número/ junto al fresno donde pían los gorriones,/ al otro lado del tilo donde duermen/ los hijos de la calandria, quien les canta/ para que se despierten y salgan a comer,/ y nuevamente les canta y les habla/ amorosamente cuando vuelven,/ para que se acomoden a dormir". "Mi dirección" se llama este sereno poema, aparentemente sencillo, que sin aspavientos se inscribe en la tradición del retiro bucólico de la Antigüedad clásica. Humilde como buen heredero legítimo, otra tradición que Gandolfo pasa en limpio (por así decirlo) a su propio lenguaje jovial, es la lírica romántica de la personificación de la naturaleza.

En "Una tormenta", el poeta se despierta a las cuatro, abre la ventana que da al sur y se enfrenta "con una tormenta impresionante/ que me mira con seriedad;/ le pregunto/ qué quiere, que me deje dormir tranquilo./ Ella me contesta que acaba de despertarme/ porque me ama y sabe que yo la amo". En otro poema, el romanticismo cursilón de las canciones de los años sesenta se hace cadencia rítmica para expresar una idea filosófica sobre el misterio: "Nosequé que no te revelas/ estoy pendiente de ti/ porque te llevo adentro/ y no te puedo encontrar".

En Versos de un jubilado suena una voz que es joven desde hace mucho tiempo, donde restan vigor y alegría para redondear un legado poético.

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