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Jueves, 30 de mayo de 2013
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TEATRO. El Cervantes presenta Jettatore en Rosario

Una comedia para tocar madera

El Teatro Nacional llegará a la ciudad con el clásico creado por Gregorio de Laferrère. El rosarino Mario Alarcón protagoniza la versión de Agustín Alezzo, que mantiene como grandes ejes a la mentira y el temor a la mala suerte.

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Una de las escenas de Jettatore según la versión del director Agustín Alezzo

El Teatro Nacional Cervantes regresará a Rosario este fin de semana para presentar su versión del primer texto teatral creado por Gregorio de Laferrère: Jettatore. Estrenada en 1904, la obra se convirtió en un clásico que, como tal, sostuvo una notable vigencia, hecho que podrá comprobarse este sábado (a las 21) y domingo (desde las 20) en el Teatro Municipal La Comedia de Mitre y Ricardone.

Mediante un humor punzante, el autor posa su mirada sobre la clase alta argentina, proponiendo como disparador la mentira que un grupo de jóvenes hecha a rodar sin medir las consecuencias. La falacia, lógicamente, está relacionada con ese tópico tan arraigado en la cultura argentina, más allá de las épocas: la yeta. "Es algo que viene de la cultura italiana y ya está muy metido en nuestra cultura", explica Mario Alarcón, el actor rosarino que a fines de los 60 dejó la ciudad para elaborar una extensa trayectoria actoral en Buenos Aires.

Responsable de encarnar a Don Lucas, personaje central de la obra que dirige Agustín Alezzo, Alarcón distingue precisamente la posibilidad de presentarse como parte central de este Jettatore: "Esto es una especie de desafío personal, para mí es muy importante poder hacer un protagónico en la ciudad donde me inicié como actor. Sin ánimo de ser grandilocuente, esto es producto de todo lo que he hecho en mi vida y voy a ofrecerles mi actuación a modo de gratificación".

Convocado por Alezzo y el Teatro Nacional Cervantes, Alarcón es parte esencial de un elenco que se completa con Aldo Barbero, Lidia Catalano, Claudio Da Passano, Néstor Ducó, Malena Figó, María Figueras, Magalí Meliá, Miguel Moyano, Hernán Muñoa, Francisco Prim, Angela Ragno y Federico Tombetti. "A Agustín lo conozco desde hace muchos años, desde que vine a radicarme desde Rosario cuando tenía 23 años, pero nunca había tenido la oportunidad de trabajar con él. Fue una experiencia muy gratificante", apunta el rosarino, y agrega: "De Jettatore sólo había visto fragmentos de la película que se hizo allá lejos y hace tiempo. Y si bien el tiempo cambió y había que aggiornarla, el tema de la yeta va a ser eterno. Todos tienen sus pequeñas cábalas y trampitas para eludir a la yeta. Yo no soy creyente de ese tipo de cosas... pero que existen, existen".

Con una fuerte presencia en el ambiente artístico, para Alarcón el asunto de la mufa parece ir diluyéndose en las nuevas generaciones: "Hoy en día con la gente joven no existe tanto, pero he vivido las dos épocas, por una cuestión generacional, y me acuerdo cuando vine a Buenos Aires que la gente grande le daba mucha importancia a no pronunciar ciertas palabras sobre el escenario y cosas así. También pasaba que a algunos le endilgaban directamente el mote de yeta, con el daño que eso implicaba. Cuando te cuelgan el sambenito de la yeta, ¡andá a sacártelo!".

Sin embargo, no todo se circunscribe a la mala suerte en la obra de Laferrère. "La mentira también aparece en la obra --apunta el responsable de encarnar a Don Lucas--. Y éso es algo que también está presente hoy en día, sobre todo si tiene que ver con que digo algo sobre vos que es mentira, alguien lo escucha, la bola comienza a rodar y se hace imposible dar vuelta éso. Es la famosa maledicencia, cosas que a veces uno dice casi como al pasar, pero en el que escucha se clavan hondo y las transmite. Creo que la mentira está incorporada también a nuestra cultura política. Hay un refrán que es 'miente miente miente que algo quedará'. Algo de cierto en ese dicho hay. Se hecha a correr una mentira, una calumnia sobre tu persona y eso es un reguero de pólvora".

Desde la aguda mirada de Laferrère, la obra se pasea también por los matrimonios por conveniencia, por el afán de subir posiciones en la escala social, por las mezquindades de una clase acomodada a la que el mismo autor pertenecía. "Más allá de su talento literario, autores como Discépolo o Laferrère han sido grandes observadores --concluye Alarcón--. En el caso de Discépolo, observaba la integración del inmigrante italiano a la cultura, a la lucha por la vida, mientras que Laferrère satirizó a su propia clase social. El tenía la virtud de la observación de los caracteres de las personas".

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