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Domingo, 9 de junio de 2013
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"Protocolo Protzess K", la obra de Romagnoli basada en textos de Kafka

Con la inspiración del gran checo

En la puesta, el director extiende las redes kafkianas de "La Metamorfosis" y "El Proceso" hacia el espacio del espectador que ingresa a una fabulosa y perturbadora pesadilla donde compartirá el lugar del acusado, el acusador y sus captores.

Por Julio Cejas
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Los personajes son una especie de jauría que se disparan desde la escena de la obra.

El teatro en sus más logradas realizaciones se parece mucho a la contextura de los sueños. Pero rompiendo la veladura de lo íntimo, esas ensoñaciones buscan hacerse un lugar en el sitio más vedado del espectador y se transforman en construcciones colectivas donde lo onírico pasa a ser patrimonio compartido. De alguna manera el dramaturgo y director Carlos Romagnoli nos invita en su "Protocolo ProTzess K", a compartir un sueño suyo que lo remite a otro sueño de aquel fabuloso tejedor de pesadillas que se llamó Franz Kafka y que plasmó en "El proceso" (1925). Esa inquietante tesis sobre los laberintos del ser humano y sus reverberaciones en sociedades construidas a su imagen y semejanza.

Si en "La Metamorfosis" (1915), el genial escritor praguense, amanecía "convertido en un monstruoso insecto" en la piel de Gregorio Samsa, en "El proceso", su alter ego será nada menos que Josef K, un gerente bancario que despertará atrapado en la telaraña de una confabulación que lo convertirá prácticamente en otro insecto de perturbadora semejanza con una realidad que sigue tejiendo redes cada vez más inexpugnables.

En la propuesta que puede verse en sus últimas funciones, los sábados de junio a las 21.30 en Teatro La Escalera (9 de julio 324); Romagnoli extiende esas redes kafkianas hacia el espacio del espectador que ingresa a una fabulosa y perturbadora pesadilla donde compartirá el lugar del acusado, el del acusador y el de sus captores.

El primer hallazgo del director de "Protocolo ProTzess K", es la adecuación del espacio escénico a manera de impactante instalación plástica, interviniendo los rincones de La Escalera para transformar la sala en el sitio regio para el descenso a los infiernos de Josef K.

El entramado compuesto por una planta de luces que potencia la bruma que baña rincones ocultos y preanuncia sombras y fantasmas, seres espectrales que parecieran extraídos de aquella notable "Sonata de espectros" de Strindberg, es el marco propicio para ambientar el lugar de una pesadilla que no tendrá respiro.

En un registro casi barroco la puesta en escena diseñada por Romagnoli, abunda en dispositivos creados por sus propias manos que a la manera del teatro de Kantor, resignifica el concepto de escenografía para transformarlo en objetos que completan la construcción de los personajes.

Algo del concepto de la supermarioneta de la que hablaba el gran maestro Gordon Craig, al referirse al rol del actor en el realismo y reminiscencias de el juego biomecánico de Meyerhold, se suman en una poética donde el elenco forma parte de un gran friso móvil, que por momentos remeda el clima de "El grito", célebre y vigente obra maestra de Munch.

Timoteo Kwist, Augusto Zürcher, Germán Geminale, Marcela Espíndola Galante, Gisela Ferrari y Claudio Giannini, son mucho más que los personajes extraídos del texto de Kafka, son una especie de jauría que se dispara sobre la escena y recorre desenfrenadamente los recovecos del espacio sombrío y por momentos inundado por las luces que nos recuerdan que estamos en un recinto donde se dictaminará sobre la vida y la muerte, más allá de las refutaciones que sobre la culpabilidad o la inocencia, hagan quienes se sienten en invisibles banquillos de acusados.

Desde lo cinematográfico llegan ráfagas de "Der Prozess", aquella memorable versión sobre el texto kafkiano, llevada a la pantalla por Orson Welles en 1962 y los climas de la más reciente y genial "Brazil" (1985) dirigida por Terry Gilliam.

Corresponde citar al grupo que lo acompañó en esta ambiciosa producción como Verónica Rodríguez encargada de la expresión corporal y la coreografía, Augusto Zürcher en la sugerente banda de sonidos y música incidental, María Cristina Palacios diseñadora de un creativo vestuario, Marcelo Pucheta perfeccionando sus conocimientos en diseño de luces y técnica y la producción ejecutiva infaltable de Claudia Giordan.

Romagnoli, se puso al hombro también el diseño y la construcción de esos objetos tan perturbadores que facilitan la acción y transforman a los actores en verdaderas marionetas al servicio de la gran maquinaria teatral donde se procesan vidas como objetos descartables.

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