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Miércoles, 10 de julio de 2013
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El poeta Jorge Isaías presentó sus libros Lluvia de marzo y Esas ramas altas.

Una auténtica lírica de la pérdida

El paisaje del pueblo natal está presente, sin embargo, en ausencia, como en toda su obra. Sólo que la memoria les imprime a sus animales, a sus pájaros y a sus árboles, un grado de abstracción que transmuta la imagen bucólica en símbolo.

Por Beatriz Vignoli
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Isaías trabaja sobre la memoria y el amor por lo que ya no está con nosotros.

¿Qué otro poeta puede darse el lujo de presentar dos libros juntos, de una sentada? Uno solo: Jorge Isaías (1946, Los Quirquinchos, provincia de Santa Fe). El autor de Crónica Gringa, recordado editor de La Cachimba y fiel colaborador de Rosario/12 presentó en abril Lluvia de marzo y Esas ramas altas, que editó este año el sello rosarino Ciudad Gótica, con tapa ilustrada por el pintor rosarino Darío Sigismondo y texto de contratapa por Ana Bugiolacchio.

Al modo clásico, según la forma musical del tema variado, el libro se divide en cantos, cada uno una variación. "¿Qué son / esas ramas altas / subiéndose / al cielo?" pregunta el poeta en el canto XXXV. Tanto la pregunta, como la frase del título del libro que ella contiene, aluden a las tensiones de toda una tradición lírica de esta provincia, donde el "alto" canto moderno de los poetas metafísicos italianos fue mucho tiempo considerado como digno de ser, a la vez que emitido, puesto en cuestión. Importaba más fundirlo con la épica, como hizo un precursor: José Pedroni. "Alto, demasiado alto / estaba esta mañana / el cielo de las palabras", escribía Juan Manuel Inchauspe. Y el eco de aquel asombro y de aquella paradoja resuena en Isaías: "Alto muy alto / en el cielo / volaron gaviotas, / cigüeñas y garzas / en aquel otoño / que se perdió / para siempre". En abierto contraste con su voz más coloquial, juvenil y popular de los años sesenta, el tono elegíaco de estos bellos poemas articula una lírica de la pérdida.

Según el crítico Carlos Sforza, estamos "ante una poesía que no es sino una gran elegía" y el libro pertenece a "ese subgénero lírico en que se expresan lamentaciones o se reviven momentos ya lejanos, de hechos que han marcado nuestra existencia y que se actualizan en base a la memoria y el amor por lo que ya no está con nosotros". Pero "La poesía actual de Isaías", según Diego Colomba, está "lejos de cristalizarse en un folclore de la nostalgia... los versos largos son reemplazados por unidades rítmicas muy breves. Con ellas se disecciona la memoria y el recuerdo, bajo el pulso de la duda y la pregunta".

Por eso, otros de estos versos dialogan, o parecen dialogar (a varias décadas de distancia) con aquel "Y nunca sabrán / quién llora / quién en medio de la oscuridad / recuerda / y cree / que esta historia / ha sido demasiado cruel" de Raúl Gustavo Aguirre. "Nunca sabré/ quién fui/ qué desiertos/ cruzaron otros/ transidos de fe/ agotados de cansancio/ sedientos/ caídos/ en la arena/ calcinada/ por el sol/ de todos/ los eneros./ Nunca sabrán/ por dónde anduve/ quién bebió/ conmigo/ de qué países/ volví/ como vuelve/ un ciego/ o un derrotado", declara líricamente Isaías, reescribiendo el mito bíblico de la travesía por el desierto en pos de la tierra prometida como guiño generacional a los temas de la utopía perdida y el retorno del exilio.

El paisaje del pueblo natal está presente, sin embargo, en ausencia, como en toda su obra. Sólo que la memoria les imprime a sus animales de campo, a sus pájaros y a sus árboles, nombrados especie por especie, un grado de abstracción que transmuta la imagen bucólica en símbolo: "No crucé/ esta tarde/ aquella sombra/ de esos eucaliptos/ que bordean/ aquel callejón/ perdido. / El callejón/ donde corrieron/ los cuises presurosos/ perseguidos por aquel/ perrito blanco/ rabón/ compañero para siempre/ pegado a la matriz/ más fiel de mi memoria".

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