Entre lo muchÃsimo que la inminente cuarta edición de Crack Bang Boom propone (ver recuadro) figura el homenaje a uno de los mayores guionistas de la historieta argentina de todos los tiempos: Eugenio Zappietro, más conocido -entre seudónimos varios- como Ray Collins. O también, autor de ese capÃtulo fundamental dentro de la narrativa policial que significa Precinto 56, con dibujos de Lito Fernández.
Escritor de Canadá Joe, Conrack, Henga, Aguila Negra, Rocky Keegan, entre mucho más, Collins ha transitado fundamentalmente las páginas de las editoriales Record y Columba, con personajes que han alcanzado una popularidad más allá de Argentina, en paÃses como Italia, Francia y España. Pero este cronista tiene su preferencia y se la dice al entrevistado.
"¿El Cobra? ¡Me gustó muchÃsimo hacerlo! Tanto, que incluso hice una continuación, que tiene que ver con El Cobra 'antes del Cobra'. El primer capÃtulo se llama 'Una historia gótica dentro de mÃ', cuando él vuelve a su pueblo. Ahà hay una historia de amor muy interesante, porque para que haya un problema, ¡tiene que haber una mujer!", rÃe el gran Ray Collins con Rosario/12.
"El Cobra era un episodio unitario, era un pistolero a sueldo, pero el editor me pidió de seguirlo. Yo pregunté con quién la iba a hacer, y me dijeron con Arturo (del Castillo), con quien habÃa hecho Garrett. El Cobra es para mà un hijo directo, se lo digo en serio. Con lo que usted siente como lector ya soy feliz, porque establecà un amigo que recuerda al Cobra, que es una de las cosas que más he querido. Una vez, cuando me hicieron un pequeño diplomita me dijeron '¿con un dibujo policial?', 'No', les dije, 'con un dibujo del Oeste', y el diplomita pasó a tener un dibujo de Arturo del Castillo. Me gusta el policial más que comer, pero el corazón lo tengo en el Oeste. He visto cosas muy buenas: pelÃculas, historietas... Laredo, Ranger de Texas, ¡lo que era!"
- A lo largo de sus historietas uno distingue un personaje prototipo, que acarrea siempre un lamento, con melancolÃa. Lo pienso tanto en El Cobra como en Zero Galván, Canadá Joe...
- Tiene que ver con la nostalgia. Es una nostalgia que hace que incluso a los malos recuerdos uno los pinte de colores. La mayorÃa de mis personajes tiene pasado, hay una carga en algún lado que va a definir en alguna situación lo que hagan. A veces los personajes se nos escapan, porque si le pintamos un pasado van a hablar y se van a mover como nosotros creemos que somos, lo que nos lleva a meter la mano dentro de nosotros mismos para sacar lo que no sabÃamos que tenemos. Allà aparece el sentimiento puro, el "esto me recuerda a...", el toque de melancolÃa. Cuántas cosas ha leÃdo uno, y sin embargo el hombre siente lo mismo que sentÃa en la caverna, lo que cambian son las circunstancias que le rodean.
- ¿Qué le significa un homenaje?
- La primera gran satisfacción de la historieta es haber dado algo de uno mismo y que eso alguna vez haya establecido una relación con el lector, porque es él el que establece un recuerdo. A través de la historieta, uno hizo lo que ama. El premio es ése, es el diálogo que en algún momento se estableció, con una generación que luego se lo pasó a la otra. A veces me encuentro con gente que sabe más sobre mi trabajo que yo. La historieta está muy emparentada con el fútbol, como en Fontanarrosa, tienen la misma entraña, forman parte de algunos entresijos que los hombres tenemos. Siempre digo que Nippur (de Robin Wood) era formativo: si un hombre se cae cien veces, se levanta ciento una y no pregunta para qué. Son cosas que van con uno, como alguna pelÃcula que nos emocionó a los 10, 12 años, y que a veces no tiene que ver con lo que nos rodea, con lo contingente. Recuerdo a los 9, 10 años, cuando llegaron aquà Batman y Robin, también Superman, y no tuvieron jamás una andadura, mientras que sà la tenÃan las historietas argentinas de ese entonces.
- Historietas que hicieron posible una amistad.
- Es que la historieta nos toca un poquito la cuerda emotiva y por eso no la olvidamos, como yo no olvidé a los héroes que tuve de chico, que estaban en el Patoruzito, como Rinkel el Ballenero. Jamás pensé que iba a hacer historieta, pero fue el vehÃculo mÃo para todo lo demás. Cuando me di cuenta de que podÃa hacer una historieta, me dije: acá se puede poner todo lo que se siente. Cuando alguien se pregunta si la historieta es un arte menor, una artesanÃa, una cosa bastarda, al decirlo están insultando a los lectores. Fijesé usted, si yo no hubiese hecho historieta hoy no podrÃa hacer literatura. Las novelas que llevo escritas partieron desde la música de la historieta.
- Me encanta cómo los personajes pasan a tener carnadura y unen generaciones. De chico, mi viejo me contaba sobre las revistas que él habÃa leÃdo.
- Se forma una comunidad, una sociedad secreta, una "masonerÃa"; cuando se dice "pertenezco a la historieta", uno lo dice porque ha sido, y es, feliz leyendo historietas. Recuerdo que en el secundario leÃa Intervalo Extra, ahà conocà a Ibsen, a Strindberg, a través de las versiones que dibujaba Arturo del Castillo, con quien luego trabajarÃa. Es decir, ya era una cofradÃa entre quien lee y el dibujante, porque la partitura de la historieta se completa en el lector. La titularidad la tiene el lector. En la historieta todos somos catedráticos y académicos sin haber pasado por la escuela, y se llega a una amistad que nunca se termina. Hay historietas que rozan mucho lo que somos, como en el tango. Personajes que a veces decÃan lo que nosotros sentÃamos. Donde a veces el cobarde no lo era tanto. Hay maneras de potenciar la historieta, pero no desde el efecto visual, sino desde el efecto interno. El guionista habla por lo que hace sentir, y a veces un poquito por lo que hace pensar, simplemente estructura una situación ya conocida por el lector. La historieta es una sÃntesis de una serie de cosas que tienen que ver con la vida- concluyó.
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