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En pocos días conoceremos uno de los más aplaudidos films italianos de la última temporada, estrenado hacia fines del año pasado en su país de origen, tras haber recibido en Cannes 2012 el Gran Premio del Jurado. Se trata de Reality, film de Mateo Garrone que ha despertado numerosos debates públicos a propósito de la temática y el modo en que aborda sus planteos, conectados, en principio, con la figura mediática de Gran Hermano.
A sus cuarenta y cuatro años, luego de su polémica y censurada Gomorra, sobre la tan perseguida novela de Roberto Saviano, ambientada en el espacio de la Camorra y en un mundo de quebrados adolescentes y tras haber sido reconocido ya hace once años por El embalsamador --film que se ha exhibido en numerosas oportunidades por el canal Europa, Europa-, Garrone nos acerca este retrato ubicado en un barrio de Nápoles, y echando mano de la tradición del grotesco, nos narra una historia cuyo protagonista, alentado por su familia y vecinos, se lanza a cumplir, comparsa mediante su sueño.
Estrenado el pasado jueves en salas de Buenos Aires, Reality cuenta con una estética que recuerda las estampas fellinianas, subrayadas por el exceso y el trazado caricaturesco. Y simultáneamente por ese halo de tristeza que asoma de esas coloridas máscaras que dejan asomar la fragilidad de los espejismos.
A nivel nacional, y ya sobre la tercera semana, se anuncia el último y tan esperado film de Woody Allen; ciertamente, uno de los realizadores que cada año sigue brindando, ofreciendo lo mejor de sí. Y esto lejos ya de pensarlo en términos numéricos, lo señalo, lo expreso, como ese gesto de continuidad, de diálogo, que establece con su público, con nosotros, a través de su tan inquietante y movilizadora filmografía.
Y es entonces que con una banda sonora que ahora incluye temas de Louis Armstrong, Lizzie Miles, Sidney Bechet, y entre otros, el característico Blue Moon de Rodgers y Hart por Conal Fowkes, Blue Jasmine nos narra el conflicto de una mujer que, ante una crisis matrimonial, abrumada en su propia incertidumbre, decide refugiarse en la casa de su hermana, roles interpretados con maestría, ya destacados por la crítica, por Cate Blanchett y Sally Hawkins.
En la base del guión, escrito por el propio Allen, están las huellas del personaje de Blanche de Un tranvía llamado deseo, film al que Allen considera como uno de los grandes referentes a la hora de pensar la construcción de los personajes femeninos. Más aún, para algunos críticos, la llegada del personaje de Jasmine, personaje que compone Cate Blanchett, a San Francisco, recuerda, en gran parte, a la que interpreta Vivien Leigh en el film de Elia Kazan, en el inicio de la década del 50, a la de su tenebroso arribo a New Orleans. Junto a las heroínas que parecen proyectarse desde la pluma de Tennessee Williams, encontramos, entre otros, a Alec Baldwin y Peter Sargaard.
Para la semana siguiente, la distribuidora Alfa, por lo general atenta a significativos títulos que escapan a las majors, está señalado el estreno de uno de los films más testimoniales del presente período, firmado por Margareth Von Trotta, a quien tenemos presente por trascendentales films tales como Las hermanas alemanas y Rosa Luxemburgo, entre otros. Y es ahora en este recorrido por las páginas de la Historia, que esta tan reflexiva autora de nuestro tiempo, nos acerca a Hannah Arendt, una de las ensayistas y voces más controvertidas y autorizadas sobre los grandes temas filosóficos y políticos del siglo XX, admirada por sociólogos, psicoanalistas; en general, grandes pensadores.
Es Barbara Sukowa, aquella Rosa L. en el film de Von Trotta e igualmente actriz de algunos films de Fassbinder, Von Trier, Cronemberg, Schlondorff (su primer marido), quien compone a la eximia humanista, ahora en los últimos años. Y es en el inicio de los años 60, cuando estando exiliada en Nueva York desde dos décadas atrás, recibe la propuesta de cubrir el juicio contra Adolf Eichmann en Jerusalén, hecho paradigmático que daría lugar al título de una de sus obras y que la llevó a formular conceptualmente la categoría de "la banalidad del mal".
Y mientras esperamos estos títulos, frente a una cartelera ahogada en repetidos gritos macabros y fórmulas estereotipadas, excepto los que ofrecen las carteleras de los cines El Cairo, Del Centro, Madre Cabrini, Alianza Francesa, Arteón, Centro Cultural Roberto Fontanarrosa, Alianza Francesa, Facultad Libre, que son los espacios que se sostienen desde el esfuerzo colectivo y vocacional, nuestra mirada de espectadores amantes del cine es la que debe ayudar, sin lugar a dudas, a tratar de preservar estos espacios, descubriendo día a día, en algunos de ellos, felices reposiciones.
Claro está, se escucha de manera muy frecuente que algunas de estas salas no gozan de la comodidad, luminosidad, bondades de una pantalla gigantesca (que para ciertos tipos de films sólo generan distracción), pero para el amante del cine lo que cuenta sobre todo es la selección de films, el silencio en la sala o si se dan ciertos comentarios que los mismos sean cómplices desde ese pacto que establecemos con el film. Para los que llegan con el ánimo y la disposición de ver y rever ciertos títulos, nombres, rostros, historias que despertaron sueños y expectativas, no cuenta ya el balde de pop corn.
Sólo en esta sala a oscuras, el público con la mirada atenta. Y en este ritual colectivo, no resultan ajenos ni molestos el familiar sonido de caramelos al quedar al descubierto o el de una caja de maní con chocolate al liberar su aroma. Eso sí, seguimos añorando en algunas de estas salas los programas.
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