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Miércoles, 25 de septiembre de 2013
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LITERATURA. La prueba viviente, de Patricia Suárez

Vivir y dejar morir

Incluida en la Colección Narrativas Contemporáneas de Editorial Fundación Ross (junto a Shopping, de Gloria Lenardón) la novela de Suárez transcurre en un pueblo chico donde el azar cruza a personas marginales sin pizca de grandeza.

Por Beatriz Vignoli
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Patricia Suárez demuestra en La prueba viviente su maestría en el oficio de narrar

Hace ya un par de años, la Editorial Fundación Ross inició una apuesta fuerte a la literatura de la región con la Colección Narrativas Contemporáneas, que dirigen las escritoras Gloria Lenardón y Marta Ortiz. En 2011 se publicaron a través de esta colección dos antologías de cuentos por varios autores vivos, compilaciones que pulsaban el estado actual de la cuestión en Santa Fe, Rosario y Buenos Aires: Mi madre sobre todo y El río en catorce cuentos. Luego siguieron los relatos del escritor santafesino Enrique Butti reunidos en Santos y desacrosantos (2012). En agosto de este año, además de editar un libro de cuentos de Marta Ortiz, Colección de arena, inauguraron la presencia del género novela en la serie con Shopping, de Gloria Lenardón, y La prueba viviente, de Patricia Suárez.

Como en los títulos anteriores, la ingeniosa y bella combinación de tapa y contratapa por la diseñadora y fotógrafa Cecilia Lenardón ofrece un mini relato en imágenes que anticipa algo de la acción en La prueba viviente: un agujero de bala parece atravesar el libro de lado a lado, destrozando un paisaje oriental al que una geisha contempla con horror. En efecto, un balazo será el "accidente" que enhebre diversos personajes y hasta diversas culturas en el sopor de un pueblo chico donde por lo demás nunca pasa nada, y donde los pobres están condenados al desdén o la lástima, cuando no a la indiferencia. Toda una serie de seres marginales o mediocres, sin pizca de grandeza y con rasgos patéticos que les quedan grandes, andan sin rumbo hasta que los anuda el azar.

Esta estructura narrativa y estos estratos sociales son típicos del cine y la literatura a cuyo universo es afín la obra de Suárez: cierto período del cine independiente estadounidense (dos películas en especial: Mystery Train de Jim Jarmush y Shortcuts, de Robert Altman) y cierta zona de la comedia negra, desde la novela Buena puntería de Kurt Vonnegut hasta La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.

Pero al cinismo de trazo grueso de sus influencias se le contrapone la sutil ironía de Suárez, capaz de no tomarse a nadie en serio y a la vez de despertar piedad. Con maestría en el oficio de narrar, la autora lleva adelante a toda velocidad los hilos de un retablo atemporal que parece surgido directamente de la novela picaresca. En sus pinceladas crueles hay matices líricos, y finalmente el lector no sabe si reírse o llorar ante el paupérrimo destino del protagonista.

Unico sobreviviente de una catástrofe, ya desde su nombre el joven Mendo (con todas sus connotaciones: "mendigo", "mendaz", y también remiendo) es "la prueba viviente" del desastre, a quien su entorno desamorado no cesa de reforzarle la sensación de que habría hecho mejor en morir con los demás. Avergonzado de sus pies heridos, Mendo subsiste en una existencia sin tiempo hasta el instante en que un acto lo transforma todo; pero es un acto del cual él no podrá dar cuenta.

La frase del título va y viene a través de los monólogos interiores en tercera persona de los diversos testigos del devenir de Mendo, en un rico lenguaje metafórico y popular a la vez, que se apropia de todo un acervo de registros anacrónicos de lo coloquial. Solamente Mendo permanecerá mudo, encarnando a la vez la singularidad absoluta de su cuerpo deformado por las cicatrices y la generalidad de un tipo de sujeto muy de esta época: el inimputable, el irresponsable.

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