Cuando encontró la puerta de salida de esta vida en aquel lunes tan triste, el 14 de octubre pasado, Fabricio Simeoni tenÃa aún un as en la manga. Ese martes 15 salió de imprenta por el sello rosarino Papeles del Boulevard su último poemario, de 60 páginas: Poética del accidente. HabÃa publicado diez en una década, solo en poesÃa y en forma (por asà decirlo) solista. Además dejó editados uno de relatos y uno de ensayos, más uno de cuentos en colaboración con Federico Tinivella y otro de poesÃa en coautorÃa con Fernando MarquÃnez.
Quince libros en total con este, cuya emotiva presentación tuvo lugar la noche del viernes 29 de noviembre. Se dio comienzo asà a un megaevento de tres dÃas en el Centro de Expresiones Contemporáneas de Rosario. HabÃa sido planificado por el propio Fabricio, a quien el 3 de marzo le habÃan festejado su cumpleaños número 39 con Endoforia sin prisma, muestra itinerante colectiva inspirada en su obra poética. Como estaba previsto, la versión final de la muestra quedó inaugurada en el CEC media hora antes de la presentación del libro, a cargo de Marcelo Scalona, Vicky Lovell (Editorial Papeles del Boulevard) y Alejandra Méndez. Luego otros le pusieron voz a sus textos y cerró con un recital el músico Fabián Gallardo. A cargo del cuidado de edición de los libros de narrativa de Simeoni en 2008 y 2012, Scalona impulsa la propuesta de renombrar como Pasaje Poeta Fabricio Simeoni al Pasaje Zabala, en el bar de cuya esquina con Mitre fue Fabricio un animador cultural. A mitad de cuadra vivió y murió otro poeta: Rubén Sevlever.
El fin de semana pasado continuó Mundo Sabarasa, evento para el que Fabricio habÃa convocado a músicos, artistas, gente de danza y teatro, videastas y escritores. "Sabarasa" era la palabra comodÃn que el joven poeta, docente y periodista radial habÃa inventado y repetÃa cuando querÃa seguir hablando pero ya no se le ocurrÃa nada que decir.
Y asà fue. Como aquella cámara caÃda y encendida que sigue filmando más allá de la extinción fÃsica de su operador en el plano final de El estado de las cosas, de Wim Wenders, el mundo puesto en marcha por Fabricio dio unas revoluciones más, impelido por el tremendo momento de fuerza impresa por su autor. Aunque bien lejos de la melancolÃa del blanco y negro, fue y es un mundo en colores.
La mirada detallista con que el poeta contempla su metro cuadrado de planeta en Poética del accidente es quizás la misma con que otras generaciones regionales se deleitaban en la descripción del paisaje litoraleño, si bien la naturaleza ha sido reemplazada por la industria. Se trata de un gesto en común con otros poetas de las dos décadas anteriores. Pero a diferencia de sus contemporáneos y coetáneos, como MartÃn Gambarotta (cinco versos de cuyo extenso poema "Punctum", publicado como libro en 1996 y obra fundante de la poesÃa de la segunda mitad de los 90, son citados por Simeoni en el significativo epÃgrafe), no hay énfasis alguno en esta sustitución.
"Rodeado de cosas sin nombre" escribe Gambarotta en el barrio porteño de San Cristóbal (evocando acaso a un precursor cercano: Daniel Samoilovich en La ansiedad perfecta, de 1991). Y Fabricio se da a la tarea de nombrar, como Juanele ante su Gualeguay. Pero donde hubo un aguaribay, el blackberry debe advenir. El caniche toy que "se esconde/ en el monedero con lentejuelas" provoca en el poeta idéntico asombro que un hornero guareciéndose en su nido. Es Fisherton, y la ética imaginista de una fidelidad a la experiencia visible que ya Fabricio perfilaba en su sexto libro, Sub (2005), hace de cada haiku industrial suyo un plano detalle sobre el artificio naturalizado del entorno.
La contemplación serena del Fabricio Simeoni imaginista no es la mirada objetivista de rayos X que denuncia el fetichismo de la mercancÃa. Su programa es más estético que polÃtico. Su lenguaje no es provocador sino que importa los nombres como un cronista del siglo XVI ante el Nuevo Mundo, ya levemente anacrónico: Nike, peluche, brushing. Y el epÃgrafe no deja de ser un gesto de inscripción en una tradición.
Salvo por ciertas recaÃdas en el automatismo experimental, esta fina solidez prevalece. Y la anima un leve tedio existencial: "Usamos el paso del tiempo/ para pasar al tiempo usado./ CaÃmos sobre nosotros mismos." ("Trompo"). Memorable cierre para una obra singular.
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