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Berni. Entre el surrealismo y Siqueiros. Figuras, itinerarios y experiencias de un artista entre dos décadas (Beatriz Viterbo editora; UNR, Rosario, 2014) era un libro esperado por los lectores de Guillermo Fantoni, investigador e historiador del arte local que viene revisando, desde hace más de veinte años, a contracorriente de los relatos dominantes, la mal llamada "década infame" de los años 30.
Editor de la revista Separata, doctor en Humanidades y Artes con mención en Historia y actual miembro de la Carrera del Investigador Científico del Consejo de Investigaciones de la UNR, en los años 80 Fantoni enseñaba Historia del Arte del Siglo XX en la Facultad de Humanidades y Artes de esa Universidad, donde hoy es profesor titular de Arte Argentino y dirige el Centro de Investigaciones del Arte Argentino y Latinoamericano. Por entonces difundía el arte rosarino a través de una galería que llevaba adelante con su esposa y colega Adriana Armando. Ambos hicieron lo que pocos: escuchar a los artistas, registrando sus opiniones y testimonios.
En 1982, Fantoni conversó con el pintor Luis Ouvrard y en 1989, con ex integrantes de la legendaria Mutualidad de Estudiantes y Artistas Plásticos que Antonio Berni organizó en 1934. Pedro Gianzone, Alberto Mántica, Anselmo Piccoli, Héctor Di Bitetti, Juan Tortá, Julio José Pereiro y Juan Grela (quien mereció libro aparte) sumaron a la construcción de un valioso relato, oral y polifónico, que el investigador fue cotejando con innumerables reseñas, crónicas, artículos y monografías acerca de los comienzos de Berni. Entre ellos, las polémicas declaraciones del propio artista.
Tras un completo repaso de la bibliografía previa (que incluye, además de los propios, sólo dos ensayos sobre arte rosarino: uno de Rafael Sendra, "El joven Berni y la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos de Rosario", UNR, 1993, y un panorama fundacional por el escultor Herminio Blotta, "El arte pictórico y escultórico", publicado en el diario La Nación en 1925), Fantoni rescata toda esta pluralidad de voces, hiladas mediante un hilo conductor ensayístico donde el autor revisa sus propias hipótesis de trabajos anteriores.
El libro abarca en 354 páginas (de las cuales 25 son de bibliografía) un período de 16 años en la vida y contexto de época del rosarino nacido en 1905, desde su figura inicial de "niño prodigio", aprendiz desde los siete años en un taller de vitrales y mayólicas, con cinco exitosas exposiciones individuales antes de los 20, hasta el líder de la Mutualidad y del realismo objetivo, pasando por su invaluable rol de colaborador e interlocutor del muralista mexicano David Alfaro Siqueiros durante su estadía rioplatense de 1933.
Los mecenas de la época contribuyeron al viaje europeo de Berni, pero sintieron "que habían tirado la plata", como dice uno de los testigos, cuando vieron los resultados al regreso: colores estridentes para el gusto impresionista local de la época, pero que acreditaban (como sugiere Fantoni a partir de estos testimonios) un dominio del lenguaje de las vanguardias europeas que nadie más conocía en la ciudad.
Fantoni dedica espacio a debatir cuestiones iconológicas, técnicas, ideológicas y las conexiones entre todos estos aspectos, profundizando especialmente las continuidades entre las vanguardias surrealistas o metafísicas y el "nuevo realismo" de Berni. Este estaría muy lejos, según este análisis, de ser un simple "retorno" al realismo mimético anterior a las vanguardias de principios de siglo. Por el contrario, como lo demostró recientemente el mismo Fantoni en su exposición colectiva de tesis en Osde Rosario (véase Rosario/12, martes 8 de abril de 2014), el realismo de los años 30 se enriquece con los aportes de las vanguardias. Los testimonios reunidos en el libro dan cuenta tanto de la predilección del fotomontaje por sobre el collage y del uso de novedades tecnológicas como la pistola de aire, o la vinculación de los artistas de la Mutualidad con el Partido Comunista, un tema que suelen eludir los relatos de sus descendientes.
Un continuo ir y venir entre la visión panorámica y la mirada sobre el detalle le permite a Fantoni detenerse sobre cuestiones aparentemente tan nimias (pero en verdad relevantes) como la imagen recurrente de los botones y otros objetos similares en las pinturas surrealistas de Berni, y en lo que esto significa en términos de recepción de la obra a ambos lados del Atlántico. Acerca de una pintura de Berni titulada La torre Eiffel en la pampa (1932), un crítico porteño, Rodrigo Bonome, escribe en 1941 que el pintor "empeñaba sus indudables condiciones dando valor de sujeto a un botón o un picaporte" mientras que un crítico parisino, Gérald Gassiot Talbot, rescatará en 1971 "la presencia dolorida de los símbolos de cierre y fijación: cerrojo, llave, botón" como propia del "vocabulario del surrealismo y de la pintura metafísica, en donde las fachadas impasibles y neoclásicas, las llaves, las pesas, los dominós interpretan inquietantes su partitura". Esta extrañeza es la que luego pondrá Berni al servicio de la estética política del realismo social.
A lo largo del libro, se redondea un retrato de Berni como un rosarino auténticamente moderno, capaz de romper con el pasado estético y político. El Berni que testimonian sus antiguos amigos y discípulos se perfila como un maestro joven, de visión certera y quehacer preciso, más hábil que sus pares: una figura acaso comparable a la de Lionel Messi en el partido Argentina vs. Bosnia. "Nos dimos cuenta que estábamos delante de un hombre que sabía", evoca Gianzone. Años más tarde, Berni los terminará despachando con un despectivo: "Ellos se quedaron en su mundo y yo me lancé a explorar el mío".
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