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Martes, 18 de julio de 2006
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JOAN BROSSA, "DESDE BARCELONA AL NUEVO MUNDO"

Las palabras y las cosas

Hasta fin de mes se exhibe en el Centro Cultural Parque España, la excepcional muestra del catalán Brossa. Sus poemas visuales, sus caligramas, aparecen siempre como rompecabezas.

Por Fernanda González Cortiñas
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"Cadenas de Damocles". La veta lúdica, una constante en la obra de J.B.

"Conozco la utilidad de la inutilidad y tengo la riqueza de no querer ser rico". Regido por esta filosofía de lo esencial, Joan Brossa (Barcelona 1919--1998) hizo de su vida su mejor obra. Poeta en el sentido más amplio de la palabra, Brossa se munió de los recursos de la literatura, la plástica, el teatro, la música e incluso el cine, para generar su arte. Fue escritor, escultor, diseñador gráfico, guionista, compositor, dramaturgo y performer. Iconoclasta por antonomasia, con el humor como sustrato conceptual y la crítica como línea estética, Brossa supo traducir como nadie al castellano --o más precisamente, al catalán-- aquélla máxima que hizo famoso al arquitecto Mies Van Der Rohe: menos es más. Incluso su muerte, acontecida a raíz de una caída por las escaleras de su casa, podría leerse como un alegato contra lo futil de la vida, contra la solemne idea de trascendencia que la historia de la cultura le ha insistido en asignarlo al artista.

"Por falta de medios aprendí a dar mucho con poco (y siempre he entendido que para obtener lo máximo posible hay que apuntar a lo imposible)", ha dicho Brossa, sin duda uno de los creadores más prolíficos y polifacéticos de la escena cultural contemporánea. Así, rebosante de austeridad, excesivamente escaso, descomunal en su sencillez, Brossa fue un poeta de lo básico, un artista que le cantó a lo profundo en contra de lo superficial, a lo necesario frente a lo accesorio. Para él la vida era poesía, y viceversa. O, viceversa. Quizá por ello los géneros siempre le fueron ajenos y jamás pudieron imponérsele como fronteras a su arte.

"Joan Brossa era un típico catalán, un sujeto muy atado a su rutina. Una rutina que, por otra parte, no era otra cosa que escribir poesía e ir al cine --cuenta Glòria Bordons, una de las curadoras, junto al chileno Sergio González Valenzuela, de la muestra Joan Brossa, desde Barcelona al Nuevo Mundo, que hasta fin de mes se exhibe en el Centro Cultural Parque España--. Y como todo buen catalán, a Brossa le gustaba mucho su ciudad, y casi nada viajar", explica la experta, abonando la teoría de que la visita de esta notable antológica a la ciudad, hubiera sido prácticamente imposible en vida del artista.

Emparentado generacionalmente con personajes revulsivos de la literatura como Oliverio Girondo o Vicente Huidobro, entre otros (también expondrá junto a Nicanor Parra, con quien, a pesar de las semejanzas creativas, la relación será casi nula), Brossa reniega de las vanguardias como escuela (una idea recurrente en él es: "sólo es posible aprender, nunca enseñar"). Militante de casi todos los frentes anti--ístas posibles (fue antiautoritario, antipartidario, antimilitar, anticlerical), Brossa se negó sistemáticamente a ajustarse a los sucesivos paradigmas planteados por el arte contemporáneo, incluido el dadaísmo y el surrealismo, al que asistiría de manera tardía, de la mano de su gran amigo y maestro, Joan Miró. Sin embargo --aunque resignificados en la mayoría de los casos--, de este movimiento tomaría algunos conceptos fundamentales como el objéct trouvé, la escritura automática, la asociación inconciente o la gran invención bretoniana: el poema objeto. Sus poemas visuales, sus caligramas, sus poesías experimentales aparecen siempre como rompecabezas semióticos que juegan puerilmente con el concepto tradicional saussuriano del significado/ significante, y lo reproducen hasta el paroxismo.

De la gracia casi pueril de su "Guante correo" (un guante con una estampilla que parece decir: "aquí te mando mis saludos"), al planteamiento casi existencialista de "Poema" (una lamparita con la palabra impresa sobre el vidrio --"su idea de la poesía"--, bromeará la curadora), pasando por "Las cadenas de Damocles" (un sinfín de cadenas de W.C. colgadas del cielorraso), hasta la comprometida "Elegía al Che" o la revisionista "Merda" (una condecoración nazi atravesada la escatológica y obvia leyenda), el objetivo de la obra de Brossa es descontextualizar, desestabilizar, subvertir. Desarmar el itinerario de una idea y volverla a armar cambiando el orden de sus componentes, resemantizándola.

"En 1966 se puso su 'Concierto irregular' en una pequeña sala en Barcelona. El espectáculo tenía todos los elementos que se suponía debía tener en un concierto regular, pero con sus funciones alteradas --cuenta Bordons. Es decir, había un piano y un pianista, una cantante y una bailarina. Pero el pianista iba y venía con una maleta, la bailarina limpiaba obsesivamente el piano y la soprano cantaba: 'Hay que sindicarse, hay que sindicarse'. Fue algo muy polémico, verdaderamente escandaloso para la época".

Entre sus no pocas publicaciones, sobresalen por ejemplo, sus libros de artista. Los hay dedicados a sus amigos, Miró, Tàpies (o el artista de circo Frégole, casi una obsesión para Brossa), a quienes consagra infinitos juegos de palabras y algunos otros que despiertan por lo menos, sorpresa. "Hay uno que se titula 'Lluvia' y que en apariencia es un cuaderno en blanco --explica Bordons-- Pero si uno se acerca descubrirá que está salpicado. Y éste era un trabajo artesanal que él hacía, página por página, libro por libro, durante cada chaparrón".

A diferencia de otros, Brossa realmente vivió como pensó y pensó como vivió, y todo por genuino amor al arte. "Los que tuvimos la suerte de conocerlo pensamos que su mensaje es universal --cuenta Bordons--. Brossa fue un sobreviviente, una persona que vivió con lo elemental, sin una peseta en el bolsillo pero que tuvo siempre lo que necesitó porque supo mejor que nadie el significado profundo de la palabra esencial".

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