Las siguientes 59 lÃneas constituyen un intento (experimental, arriesgado, provisorio, parcial y subjetivo) de articular alguna reflexión sobre un hecho deportivo, abordándolo desde una perspectiva tan distante como puede ser la historia del arte. La perspectiva fue, precisamente, uno de los desarrollos del arte del perÃodo conocido como Renacimiento, en lo que hoy es Italia. En aquella época (siglos XV y XVI) la penÃnsula se dividÃa en pequeños reinos que se enriquecÃan con el comercio marÃtimo; el arte florecÃa en Florencia de la mano generosa de los mecenas y es en ese contexto que surgió la figura del artista como un ser casi divino.
AsÃ, por ejemplo, Benvenuto Cellini se plantaba y firmaba sus obras como un individuo creador que no se ponÃa bajo la autoridad de nadie: ni de los gremios ni del mismÃsimo Papa. Sà reconocÃa, como autoridad para su obra, el ideal de belleza de la Antigüedad clásica.
Mientras tanto, en una Alemania muy lejana (o en lo que después se llamarÃa Alemania), seguÃan en pie las lógicas de producción artÃstica de la Baja Edad Media, correspondientes a la transición entre la economÃa feudal y la sociedad urbana. La catedral del perÃodo gótico era una obra colectiva, construida por un sistema rigurosamente organizado de arquitectos y canteros anónimos; también trabajaban artesanos, agremiados por oficios y escalafonados según su destreza.
El artista y biógrafo renacentista Giorgio Vasari desdeñaba estos logros arquitectónicos desmesurados, a los que apodó "maniera tedesca" (estilo alemán) o "arte gótico" (de los godos): "Este orden ha sido abandonado por nuestros buenos artistas por considerarlo monstruoso, bárbaro y carente de armonÃa. Más que orden puede llamarse desorden y confusión a los edificios asà construidos, que en gran número han corrompido el buen gusto...", escribÃa hacia 1550. (Uno de los ecos de Vasari en el siglo XX es el artÃculo "La cacolitia", de Leopoldo Lugones, demolición crÃtica de la Catedral de La Plata).
Saltando un océano y cinco o seis siglos, la sabidurÃa popular se admira de los artistas que han salido de Rosario, ciudad poblada por inmigrantes italianos y españoles, y cuna (como comprobó Alejo Diz en el artÃculo publicado el domingo en este diario) de siete jugadores del seleccionado argentino que perdió anteayer ante Alemania la final del Mundial de fútbol en Rio.
Quien esto escribe no les prestaba la menor atención a los campeonatos mundiales de fútbol hasta que se topó con el 7 a 1 infligido a los anfitriones de la Copa. HabÃa ahà un exceso, algo impensable en qué pensar. Algo, si se quiere, trágico antes que épico. Creyó ver incluso algo de diabólico, una cierta magia fáustica en la velocidad y precisión del 9, Schürrle.
El seleccionado que enfrentarÃa a estos godos en la final tenÃa, según la sabidurÃa popular, un as en la manga por vez: primero, Lionel Messi, egresado de la 66 de Plaza Hernández, en cuyo tanque de agua fue pintado un mural en su honor; luego, Javier Mascherano (que significa en italiano "enmascaran" y no proviene de "maschio", macho, etimologÃa que hubiera sido más adecuada a las metáforas fÃsicas del coraje que le asignó la sabidurÃa popular).
Y pintado quedó el MesÃas tras rozar la gloria muy de cerca, aplastado por el juego "monstruoso, bárbaro y carente de armonÃa" (aunque no de coordinación) de un rival posesivo y celoso. "Vencen los bárbaros, los gauchos vencen", vaticinaba Borges, ecuánime y ambiguo.
El relator de T&C Sports, empecinado en pintar al gol definitivo de Götze como un dorado y redondo fruto caÃdo del árbol del azar, no convenció a quien escribe esto luego de haber prestado al partido entero una atención especializada en la experiencia estética, lo que le permitió leer en él (intempestivamente sin duda) una escena: la de unos artistas renacentistas, derrotados por una "fea" catedral gótica.
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