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Lunes, 22 de septiembre de 2014
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La esperada reposición de una de las películas más bellas de la historia

Reencuentro con aquellas salas de cine

A veinticinco años de su estreno en Italia, nuevamente podemos ver en estos días en uno de los espacios de los cines Del Centro, Cinema Paradiso, entrañable y nostálgico film del director Giuseppe Tornatore, ahora en su versión integral.

Por Emilio A. Bellon
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La ocasión de volver a disfrutar en pantalla grande los sueños de Totó junto al proyectorista.

Un 24 de mayo de 1990, en la sala del cine El Cairo, se estrenaba el tan esperado film -tras su paso por el Festival de Cannes y la noche de los Oscars- Cinema Paradiso, el segundo largometraje de aquel entonces joven realizador, Giuseppe Tornatore, nacido en Bagheria, pequeña localidad que se encuentra muy cerca de Palermo, a fines de mayo de 1956. A un año de su presentación en Italia, Nuovo Cinema Paradiso, tras un acuerdo del realizador con el productor Franco Cristaldi, se dio a conocer en todos los puntos cardinales, obteniendo una excepcional acogida por parte de todos los públicos, con veinticinco minutos menos, respecto de la versión original y con su rebautizado nombre de Cinema Paradiso.

De esta manera, para su presentación en competencia en diferentes festivales, el film que se conoció en aquellos días, que fue reestrenado en numerosas oportunidades, no acreditaba lo que se conoce como "el corte del director", tal como lo experimentaron en su momento el tan polémico film de Francis Ford Coppola, Apocalipsis now, y la pieza de culto de Riddley Scott, Blade Runner. Ambos, en años posteriores, ya a mediados de los años '90, se volvieron a presentar en su versión integral.

Cuando el estreno oficial en Italia, en la versión que ya podemos volver a disfrutar, la crítica consideraba que el film viraba, en sus secuencias finales, hacia un ya perimido tono melodramático. Y por ello, ante este rechazo, y antes de su presentación en Cannes, decidieron, productor y realizador, como ya señalamos, amputar esos momentos que dan lugar y un nuevo tiempo para una siempre postergada cita.

Sí, nos estamos refiriendo a esos años posteriores, en el que, mediando el llamado de la madre de Totó, aquel niño que sólo tenía un sueño, asiste a la despedida, los funerales, de su querido maestro Alfredo, el proyectorista que siempre está presente en nosotros, a través de la sensible composición que nos ofrece Philippe Noiret. Y ocurrirá a partir de una imagen fugaz, que ahora ya Totó, con la cabellera encanecida, se sienta movido a hacer un llamado telefónico y que tenga lugar un prolongado reencuentro con su antiguo amor.

En este espacio de metraje que hoy podemos recuperar, ahora en el interior de una única sala de nuestra ciudad, caben las tristezas y el gesto desesperado de una truncada historia de amor, que había comenzado a partir de un seguimiento callejero, mediando la cámara del ya entonces joven Totó, interpretado en esa etapa de la vida por el actor Marco Leonardi, quien verá en esta joven mujer, Elena, a la mujer soñada desde la misma pantalla. Cabe recordar aquí la secuencia en la que él está proyectando, bajo un cielo estrellado, el film Ulises, de Mario Camerini, con Kirk Douglas y Silvana Mangano, para ver cómo despierta un fabulesco encuentro de amor.

En el ensoñado universo de Totó, el niño, de padre huérfano muerto en la guerra, el cine pasa a representar la magia y el juego, la creación y la esperanza. Interpretado por Salvatore Cascio, el pequeño Totó encontrará en la cabina de proyección, junto a su querido Alfredo, ese mundo arcádico que le devuelve lo más deseado. A su lado, su madre, rol que interpreta Antonella Attili, en su primera actuación para el cine, no llega a comprender en ese momento el alcance de esa pasión que el niño atesora en su caja: fotogramas, imágenes, programas de mano.

Respecto de esta gran actriz, señalemos que participó posteriormente en varios films del mismo Tornatore y que igualmente interpretó a diferentes personajes; el último de ellos es el que pudimos ver en el recientemente estrenado film de Ettore Scola, Qué extraño llamarse Federico en el que la actriz compone a una prostituta que es invitada a subir en el auto que conduce Federico Fellini, acompañada por el mismo director.

En este momento de esta admirable obra de Scola (el cine El Cairo ya ha programado su exhibición para esta semana), ella, nos narrará lo que está viviendo en ese momento, en lo que hace a un vínculo con su nueva pareja y nos hará confidente de un episodio de años idos. Se establece desde este parlamento, que subraya la gran capacidad y oficio de la actriz, una serie de relaciones que trazan un puente entre este film de Ettore Scola, guionado junto a sus hijas Paola y Silvia, con el universo del gran Federico.

La partitura de este film, que pasó a ser la número uno en lo que compete al orden de las bandas sonoras, que fue escuchada en numerosos programas radiales y televisivos como "leitmotiv" (en los '70 y '80, fue la de Amarcord, por Nino Rota) que fue premiada igualmente en todos los festivales en los cuales se presentó, fue compuesta por el siempre sorprendente Ennio Morricone junto a su hijo Andrea, igualmente presentes ambos en los sucesivos film de Tornatore, Stanno tutti bene, El hombre de las estrellas, La leyenda de Novecento, Malena, Baaria,entre otros, hasta el presentado hace pocos meses, La mejor oferta.

Es ahora el momento de reencontrarnos con este film, aunque el cierre del mismo, dé por clasurado el espacio de la antigua sala de cine; a diferencia de Splendor, de Ettore Scola, que nos ofrece un sueño colectivo, solidario.

En ese metraje ausente, excluido por mandato de la industria; en este tan esperado momento en el que ahora la señora Elena, rol que interpreta la recordada Brigitte Fossey, abre un insospechado diálogo con Salvatore, Totó, en sus maduros años. Y aquí tendrá lugar la confidencia, la revelación de un episodio, un tiempo de espera y el mismo paso del tiempo. La destacada y conmovedora labor del actor francés Jacques Perrin, a quien evocamos con nostalgia desde el personaje que componía junto al gran Marcello en Cronaca familiare﷓ Dos hermanos, dos destinos, de Valerio Zurlini, del '62, es realmente movilizante por los fuertes tonos dramáticos que nos irán conduciendo pausadamente a ese último gran momento, en aquella sala de cine, en el que el mismo Tornatore asume el rol que, antiguamente, había cumplido su admirado Alfredo.

Un antes y un después, un episodio de una trágica ceguera, un cura haciendo sonar la campanilla en cada momento en el que se manifiesta un cierto erotismo. Una sala que nos permite abrir el telón de lo cotidiano desde sus funciones. Secuencias imborrables de todo un tiempo en este film que es todo un triunfo del melodrama, que llevó a que el público buscara sus pañuelos. Y que motivó en cada una de sus funciones al gran aplauso.

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