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Miércoles, 19 de noviembre de 2014
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Cómo sucedieron estas cosas de Burucúa y Kwiatkowski

Un pasado que no debería repetirse

"Y permitidme que cuente al mundo que aún no lo sabe/ cómo sucedieron estas cosas, para que sepáis/ de actos carnales, sangrientos, antinaturales,/ de juicios accidentales, masacres casuales,/ de muertes provocadas por la astucia o por la fuerza...". El pasaje citado pertenece al quinto acto de la tragedia Hamlet, de William Shakespeare, y da comienzo al epígrafe del libro Cómo sucedieron estas cosas: representar masacres y genocidios, de José Emilio Burucúa y Nicolás Kwiatkowski (Katz Editores, Buenos Aires, 2014). El libro, que desde Herodoto a Víctor Heredia indaga los esfuerzos por representar lo a priori "irrepresentable", se presenta en Rosario pasado mañana, a las 19.30, en el auditorio del Museo de la Memoria (Córdoba 2019). Estarán presentes los autores, quienes dialogarán con Rubén Chababo, director del Museo.

Burucúa, historiador del arte, doctorado en la UBA en 1985, es junto con Aby Warburg uno de los referentes centrales de la disciplina de análisis de las imágenes que se conoce como iconología. Kwiatkowski (también doctorado por la UBA) ha investigado los textos e imágenes producidos en Inglaterra entre 1580 y 1640, época de un brutal conflicto entre católicos irlandeses y protestantes ingleses.

La cuestión que abre el libro no es si representar o no, sino cómo representar "la masacre histórica, entendida esta como el asesinato masivo de individuos usualmente desarmados y sin posibilidad de defenderse, para el que se utilizan métodos de homicidio excepcionalmente crueles". Tanto la extrema crueldad de aquellos actos como el hiato que abren entre causa y efecto instauran la inocencia radical de las víctimas (no hay razón para la violencia infligida) y la culpa absoluta de los verdugos. Y tanto en la Antigüedad como en épocas recientes, "las matanzas fueron tan atroces que interrumpieron las cadenas de causas y efectos" y sus "perpetradores buscaron eliminar tanto a los testigos cuanto las evidencias de los hechos".

Para pensar esta interrupción de la causalidad lógica ante la desmesura del crimen de lesa humanidad, los autores proponen tomar el concepto de "crisis de la presencia" elaborado por Ernesto de Martino, al que resumen como "el grito de quien tiembla ante el abismo" y ven aplicable a la experiencia de los campos de concentración, en cuyo núcleo se halla la destrucción "de la psique y de todo lazo social".

Son hechos que, al investigarlos, "comprometen emocionalmente al historiador", aunque nada de esto debería detener la ardua tarea de historiarlos. Sostienen los autores junto con el crítico de arte Didi﷓Huberman que calificar un genocidio (término acuñado en el siglo veinte) de "irrepresentable" o de "impensable" es una forma de impedir pensarlo. El compromiso del historiador es "acceder a la verdad del pasado" sólo "dentro de los límites que fijan esos restos del pasado y a partir del proceso de recuperarlos del abandono y el olvido". Sobre esta base emprenderá una reconstrucción de lo acaecido que, lejos de abandonar a las víctimas, muy posiblemente lleve a reivindicarlas.

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