Tener en pantalla una pelÃcula de Jean Luc Godard no es algo que suceda a menudo. Que su último y maldito film, Adiós al lenguaje, ocupe la cartelera central de Cine El Cairo es noticia. Sea por el Premio del Jurado en el último Festival de Cannes, sea por el desdén del cineasta hacia este Festival. En última instancia, lo que importa es la pelÃcula. Y como se trata de Godard, se trata de cine.
Desde dónde abordar Adiós al lenguaje, qué aspectos subrayar, es un desafÃo que bien vale enfrentar. Sin demasiado preámbulo. Ver cine, parece, se ha vuelto una costumbre narrativa simplista, de sinopsis previas que nada dicen y de supuestos géneros preconcebidos. En este sentido, procurar el encuentro de un hilo narrativo en este film no tiene mayor sentido, o quizás tanto como el que guarda una pista falsa. A partir de allÃ, será mejor deshacer lo supuesto y ver qué es lo que suponen un hombre, una mujer, un perro.
Tres figuras que confluyen a la vez que se les arroja, metafÃsicamente, hacia su adentro. Un adentro que es hacia fuera. AsÃ, mejor pasear desnudos, desprovistos de lo inmediato, en diálogos que son monólogos. Es que los encuentros de esta pareja son un secreto, una transgresión. Sus decires explotan en la imagen mientras ésta dispara hacia otras posibilidades. De esta manera, lo que se origina es una convivencia de fragmentos, de momentos suspendidos - de puntos suspensivos- que se saben discursos en trance. Rasgo, por otra parte, inherente a la poética godardiana.
Esta sumatoria de momentos es también esencia fÃlmica. El cine es montaje, es yuxtaposición de imágenes que provocan otras en el que mira. Todos miran lo mismo pero distinto. En esa situación magnÃfica el cine se convirtió en arte. Algunas pelÃculas lograron alcanzar ese momento sublime; La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock, entre ellas. El cine de Godard es puesta en escena de esta misma problemática moral, y Adiós al lenguaje oficia como una lÃnea lÃmite, con el cine y su carga ontológica interrogadada a partir de lo que (no se sabe muy bien qué) será. Algo ya estaba presente en la estética de sus anteriores trabajos, como lo demuestra la precedente Film socialisme (2010).
Ese lÃmite entre lo que ha sido y será, es crisis abierta por el soporte digital. Imágenes fotográficas, ahora, eran las de antes. Adiós al lenguaje tiene momentos donde - habitual en Godard- la imagen guarda otras; en este sentido, el cuadro contiene escenas del cine de Howard Hawks, de Rouben Mamoulian, dentro de esa caja ahora denominada plasma, con tecnologÃa DVD. En todo caso, lo que se aprecia es una calidad que varÃa, que oscila entre negros que diluyen los rostros de ese Hollywood clásico, de ese siglo que ya se fue, cuya pantalla grande siempre dejó ver la misma pelÃcula, desde cualquiera de las ubicaciones de la sala. Pero un monitor no guarda precisión si su imagen de pÃxeles es vista de costado. En todo caso, la manera de mirar imágenes ya no es la misma, aunque de todos modos -parece decir Godard- el desnudo femenino sea el mejor de los efectos especiales (y digitales).
Ahora bien, ¿qué significan determinadas imágenes o situaciones, asà como la pelÃcula toda? ¿Qué importa? En todo caso, lo que sà será relevante es lo que suceda en el lugar mayúsculo de esa experiencia, es decir, en el espectador. ¿Qué le pasa al espectador cuando mira? ¿Cuáles asociaciones extrañas despiertan ante los colores digitalmente saturados, las citas filosóficas y cinematográficas y literarias, la placidez del sueño del perro? Antes que interpretar, será mejor sentir esa desprotección Ãntima, capaz de hacer del espectador alguien sujeto a un vaivén emocional que le devuelva sensaciones que creÃa dormidas, desde ese fuero interno donde cada uno se sabe frágil e inmenso.
¿De qué modo plasma Adiós al lenguaje todo esto? Desde la proposición que es sentimiento para esta nota. Nada de imposición lectora, de interpretación irrebatible, de entendimiento predigerido; mejor, que se trate de la celebración que del film cada uno desee. Para arribar a un momento de recogimiento, en donde prime la pregunta por la necesidad de las palabras, de las imágenes. Ese grado cero al que algunas veces el cine se anima. Como en La ventana indiscreta, como en El increÃble hombre menguante de Jack Arnold. Hay imágenes que no se pueden lograr, palabras que nunca serán dichas. Desaprender tanto cine como sea posible, en busca de una intuición lejana, casi posible. Ese parece ser uno de los cometidos de Adiós al lenguaje.
Porque la pelÃcula - entiende este cronista- alcanza este cometido, entonces puede el lenguaje renacer. Y potenciar, vivificar, remozar ese arte, el cine, que es mucho más que lo que en el siglo pasado fue, ahora vuelto lugar que se interroga hacia lo que todavÃa habrá de ser. Sea tranmediático o digital, el cine continúa como lugar matriz, primero, esencial. Sin reflexión sobre él, ¿qué queda?
Habrá muchas observaciones, objeciones, que hacer sobre la filmografÃa y genio de Jean Luc Godard. Pero lo que no puede rebatirse, es que todavÃa sea lugar de encuentro y desencuentro para lo que el cine es o parece, asà como para lo que la crÃtica de cine es o parece. Hay tanto en los apenas 70 minutos de Adiós al lenguaje, que el mejor sÃntoma será saberse desconcertado para asà buscar amparo en ese mundo inoxidable que el autor ha construido a partir de Sin aliento (1960): autocrÃtico, mutable, de ironÃa constante.
Adiós al lenguaje. 10 (diez) puntos.
(Adieu au langage)
Suiza/Francia, 2014
Dirección, guión, montaje: Jean-Luc Godard.
FotografÃa: Fabrice Aragno.
Intérpretes: Héloise Godet, Kamel Abdeli, Richard Chevallier, Zoé Bruneau, Christian Gregori, Jessica Erickson.
Duración: 70 minutos.
Sala: El Cairo.
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