Al cumplirse el primer centenario de la independencia definitiva de la patria, Leopoldo Lugones publica un texto de fundamental relevancia para el devenir posterior de la cultura argentina. Me refiero a "El payador", relectura y sofisticada ingenierÃa interpretativa de los dos volúmenes del "MartÃn Fierro", cuya autorÃa como bien sabemos corresponde al poeta José Hernández.
Señalemos ante todo dos antecedentes de incumbencia no menor. Recién en 1910 la obra hernandiana adquiere formato de libro unitario (hasta allà circulaba conservando su inicial impronta folletinesca), lo que restringió en parte un abordaje panorámico; y además para aquella época el linaje gauchesco estaba acaparado por el "Juan Moreira" de Eduardo Gutiérrez. Recordemos que el héroe gaucho retratado por este periodista muere en impertérrita situación de rebeldÃa, repudiando una legalidad arbitraria que se empecina en hostigarlo; lo que ocasiona un doble efecto. ConvertÃa al personaje en emblema de la resistencia que motorizaba a los sectores dÃscolos del orden oligárquico que terminaba por esos años de cristalizarse, pero a su vez disgustaba a las alarmadas clases beneficiarias de ese mismo orden, que veÃan en el moreirismo una simbologÃa del inadaptado.
Mencionemos que desde ese punto de vista el relato de Hernández se tornaba menos inquietante, pues si bien en lo que se conoce como la "Ida" hay una legÃtima insurrección del hombre brutalmente destinado a ser carne de cañón en la Guardia de Frontera, en la "Vuelta" ese mismo hombre reconoce la inactualidad de su encono y aconseja a sus hijos plegarse a un estado de cosas que se intuye como irreversible.
Pues bien, Lugones imprime un giro sustancial en estas querellas culturales, dando organización sistemática a un conjunto de conferencias que venÃa pergeñando desde hacÃa un tiempo y finalmente dictará hacia 1913 en el teatro Odeón frente a una numerosa y prestigiosa concurrencia. Por lo tanto, lo que allà se expone no es apenas la solitaria elaboración de un intelectual desconectado, sino una serie de teorizaciones que son escuchadas con beneplácito por distinguidos integrantes de la élite gobernante.
Lo que acontece no deja de ser notable, pues un afamado poeta modernista (Lugones) rescata a otro opacado poeta del romanticismo tardÃo (Hernández) para argumentar frente a los dueños del paÃs que en un libro muy leÃdo en su época pero ahora parcialmente olvidado se alojan los máximos secretos de la patria.
Esa es, sucintamente, la tesis central de "El payador", creyendo encontrar en sus impecables estrofas pistas indubitables de nuestro linaje cultural y recetas para encauzar una modernización que permanece inconclusa. No casualmente el texto emprende su circulación pública en 1916, incorporado a la convicción que muchos comparten de que la Argentina es por cierto un paÃs polÃticamente independiente, ha consolidado su estructura jurÃdico estatal, pero carece de un cimiento axiológico que permita exorcizar aquellas perturbaciones que aún obstaculizan alcanzar su irrefrenable horizonte de grandeza.
La gran saga del gaucho interdicto es un aporte insustituible en ese trascendente cometido, pues establece un máximo gesto de singularización, que es en definitiva lo que constituye un movimiento identitario. Eso se verifica en tres componentes de la obra. El primero, la consagración de una lengua propia, combinación equilibrada del mejor castellano, adopciones inconscientes del latÃn y regionalismos aceptables. El segundo, la descripción de un tipo humano que es particularmente representativo, en tanto y en cuanto surge como insólita resultante de una simbiosis étnica primordial. El conquistador español y la india hospitalaria como imbricación originaria de una antropologÃa autóctona que se vuelve inextirpable.
Y el tercero, el que más nos interesa a los efectos de este escrito, el gaucho como idiosincrático emergente de una geografÃa distintiva, de un espacio vital intransferible, la pampa. El carácter de cada pueblo remite a la influencia de su entorno y la sabidurÃa moral del gaucho se entiende por la irrebasable penetración de su hábitat. Nacionalismo territorial entonces el que consagra Lugones, pues batallar en resguardo de nuestra tierra es defender nuestra misma existencia como colectivo humano perdurable.
Esa preocupación nacionalista sin dudas responde a lo que por aquel tiempo se denuncia como acechanza cosmopolita. Vale señalar aquà que el denominado proyecto del 80 también se sostuvo sobre una obsesión identitaria que ya habÃa recibido una oportuna reflexión por parte de la Generación del 37. Solo que si Lugones encuentra un abolengo argentino que lo satisface, los hombres del XIX se fastidian frente a lo que califican como un criollo inapto para la republica virtuosa y el capitalismo pujante. Eso exige por tanto terapias culturales, siendo la fundamental de ellas una torrentosa inmigración anglosajona que nos incruste sus buenas costumbres en todos los ámbitos.
Estas cirugÃas, vistas primero como salvÃfica purificación se tornan luego un agobiante problema, pues la inundación de otredades altera la necesaria fijación de una conciencia nacional y permite el libre tránsito de ideas peligrosas. Ese cosmopolitismo reinante conlleva entonces tres distorsiones. La de un paÃs que al carecer de una identidad precisa demora su impostergable inserción en el civilizado sendero que recorren las naciones más desarrolladas, la de un poder polÃtico jaqueado por doctrinas apátridas que no comulgan con la supuesta prosperidad capitalista y la de recién llegados habitantes que al esforzarse únicamente por su acumulación personal de dineros impregna el clima moral de la época de una desmedida obsesión mercantilista. La operación Lugones encaja aquà perfectamente. Un poeta absorbiendo a otro poeta espiritualiza una patria extraviada, en el mismo gesto de brindarle a una oligarquÃa a la que anhela inteligente un aparato simbólico adecuado para conjurar los acosos del extremismo ácrata.
Luego de ocurrida la Revolución Rusa, la mirada del cordobés queda fuertemente capturada por esta última perspectiva. Quiero decir, a partir de esa irrupción radicalizada de los más pobres se acentúa el maridaje en apariencia estrechÃsimo entre dislocaciones del sistema polÃtico, convulsiones sociales y ajenidad que profesan ciertas ideologÃas respecto de trama simbólica que destila "El payador". Si ya en el cristianismo Lugones veÃa marcas del despotismo oriental, ahora es el comunismo el rostro satánico de una correntada que pisotea abolengos y tradiciones.
El radicalismo gobernante, a su vez, parece no advertir debidamente estos riesgos inminentes, y sostenido en el absurdo mito de la soberanÃa popular habilita una democracia licenciosa que permite la proliferación de acciones subversivas. El nacionalismo cultural troca a crudamente polÃtico y clama por intervenciones drásticas, lo que culmina en la invocación de un militar salvador que en 1930 viene a restaurar las jerarquÃas pisoteadas. La integridad de la nación queda bajo exclusiva custodia del unicato de las espadas.
La venalidad, el elitismo represivo y el entreguismo económico del régimen iniciado tras la deposición de Hipólito Yrigoyen, favorece el surgimiento de formas de nacionalismo que se apartan ostensiblemente de la herencia lugoniana. Pensemos sino en figuras como Arturo Jauretche o Raúl Scalabrini Ortiz, que si bien comparten la firme vocación por reivindicar los derechos pendientes de la patria, suponen que la autonomÃa cultural debe ir siempre acompañada por la libre expresión de la voluntad popular y una consecuente afirmación de la audeterminación económica. Control del territorio y folklorismo militante son cáscara vacÃa sin gobernantes inquietos para evitar que un neocolonialismo no solo militar birle la disponibilidad de nuestras riquezas materiales.
La compleja fecha del 2 de abril de 1982 condensa los arduos dilemas del nacionalismo. Una sentida causa de recuperación territorial en sucias manos de un gobierno antipopular y asesino, que mientras difundÃa campañas publicitarias recitando momentos del "Martin Fierro" promovÃa con entusiasmo polÃticas económicas ampliamente favorables al capital extranjero. Esa complejidad se incrementa cuando pegan en nuestras pupilas los cadáveres de los jóvenes combatientes, sÃmbolo superior de una admirable energÃa patriótica dilapidada en una guerra equivocada.
Los gobiernos democráticos debieron lidiar con esa máxima incomodidad. AlfonsÃn no querÃa archivar el impulso justiciero, pero estaban brutalmente frescas las trapisondas del Partido Militar. Menem no podÃa sensatamente abjurar de nuestro ancestral nacionalismo territorial, pero alentaba el absurdo de predicar soberanÃa mientras su furia privatista arrasaba el patrimonio nacional. El kirchnerismo parece haber encontrado la fórmula apropiada. Pide enfáticamente restitución de las islas deplorando cualquier atisbo de belicismo, instala su voz enjundiosa en los organismos internacionales avalado por su lÃmpida condición de gobierno democrático, dignifica a los colimbas mientras encarcela a los genocidas, aboga por la plenitud territorial mientras rechaza presiones de los personeros más rapaces del capitalismo financiero globalizado. Una sana versión del nacionalismo.
*Filósofo.
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