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Domingo, 3 de mayo de 2015
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El fotógrafo romano Valerio Bispuri presentó su libro Encerrados. 10 años. 74 cárceles

Vidas en blanco y negro y también grises

Bispuri viaja por el mundo trabajando como reportero gráfico para prestigiosos medios y, como parte de un vasto proyecto independiente de una década de labor, ha logrado entrar en lugares de donde es imposible salir: las cárceles de varios países de Latinoamérica.

Por Beatriz Vignoli
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El fotógrafo italiano Valerio Bispuri en la presentación de su libro Encerrados, en el CELChe.

"Si podés tocar con la mano lo que estás sacando, esa es la distancia óptima", dijo el fotógrafo romano Valerio Bispuri en la presentación de su libro Encerrados. 10 años. 74 cárceles, el jueves pasado en el Centro de Estudios Latinoamericanos Ernesto Che Guevara.

La presentación, que fue organizada por el Colectivo de Investigación Militante sobre los Jóvenes y el Poder Punitivo (surgido en 2010 de la Casa de la Memoria y el Colectivo de Acompañantes Juveniles del Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario) convocó al CELChe a un numeroso público, con quienes Bispuri entabló un diálogo fluido entre la proyección de las imágenes del libro y de un documental sobre dos de sus ensayos fotográficos. Con su lente de 24 mm 1.4, la famosa "24 1.4", que permite fotografiar en condiciones de poca luz con una profundidad de campo que brinda un fondo fuera de foco pero legible, Bispuri viaja por el mundo trabajando como reportero gráfico para prestigiosos medios y la agencia Echo y, como parte de un vasto proyecto independiente de una década de labor que cobró forma en este nuevo libro, ha logrado entrar en lugares de donde es imposible salir: las cárceles de varios países de Latinoamérica.

Otro encierro lo convocó a un nuevo proyecto hasta 2013: el de los atrapados en el consumo del paco. "¿Puedo sacarte fotos mientras fumás?", se lo ve preguntar amablemente, en la segunda parte del documental, a un joven consumidor cuya madre lo ha recibido en la precaria vivienda familiar de Villa Lomas (Buenos Aires). "Voy a la villa todos los domingos", cuenta a su público, en castellano, con el mismo acento tano con que narra sus peripecias y sus astucias como visitante en busca de imágenes de la vida cotidiana carcelaria: "Con los guardiacárceles me hago el canchero, les hablo de Italia y del fútbol. Con los internos la charla es distinta, es más del corazón. Quieren contarme las historias de sus vidas, me ayudan a mostrarlas".

Valerio vive en Argentina desde hace años. ¿Cuándo y por qué?

"Vine el 16 de diciembre de 2001", precisa. La fecha lo dice todo. "Me enamoré", agrega, y hace una sentida pausa; pero cuando están todos esperando la confesión sentimental, continúa: "De ustedes. Totalmente. Me enamoré de la rabia de la gente, que sacaron al presidente. Para los europeos fue increíble. Estuve en fábricas tomadas, viajé al Chaco. Quise entender qué estaba pasando. Me interesaba ir al fondo, saber de dónde venía eso. No se trataba de fotografiar a los manifestantes, llevar la foto a Europa y venderla. Se necesitan por lo menos cinco años, diez años, para entender algo. Si no, sale una imagen estética, no profunda. En mis talleres siempre digo que recién empezás a sacar fotos cuando estás cansado de ver".

Con su voz vivaz donde se mezclan la intensidad vital con la fatiga de una historia contada muchas veces, cuenta que en 2009 expuso su obra sobre las cárceles argentinas en el Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires durante el Festival de los Derechos Humanos; que en 2002 en una cárcel de Quito le tiraron orina; que en Villa Devoto los presos charlaban de fútbol y tomaban mate, escena fundadora del proyecto, donde entrevió "una normalidad" en el encierro; que en Brasil, en cambio, las mujeres bailan entre los muros; que una vez "robó" una foto de un guardiacárcel apaleando a un interno con una cachiporra y que la foto salió igual pese al empujón de otro guardia; que nunca lo tomaron de rehén, aunque temió que eso pasara; que tuvo el honor de que Eduardo Galeano le escribiera un texto para el libro y que su muerte fue un golpe para él; que lo que él ama de este continente es "la rabia" (lo que nosotros llamamos la bronca) "en su aspecto positivo de salir adelante, aguantar"; seguir viviendo.

"Al 99% de los sudamericanos no se les pasa por la cabeza matarse", sociologiza Valerio Bispuri desde su amplia experiencia en el trato con sobrevivientes de la miseria. "Dicen: "voy a robar", "te mato a vos"" y este es el lado negativo de la rabia: el robo y la violencia". Bispuri no habla de los premios que obtuvo por este libro: ni del Sony World Photography Awards 2013 en la categoría Temas Contemporáneos, ni de la mención y el primer premio Poy Latam en 2011 y 2013. Su mayor orgullo es que en 2010 hayan cerrado el pabellón 5 de Villa Devoto. No quiere hablar de "foto de denuncia" sino de documento antropológico. A la pregunta de esta cronista sobre quién financió el proyecto, que abarcó nueve años de su vida, responde: "Nadie. Yo".

Una descripción muy precisa del libro se encuentra en la página de la plataforma internacional de financiación colectiva Kiss Kiss Bank Bank: mil copias, formato álbum, 28 x 25 cm, 192 páginas en papel couché de 170 gramos, 80 fotografías, tapa dura cosida a hilo. El libro pesa en la mano. Sus sombras en blanco y negro recuerdan al arte de la Contrarreforma, que las usaba para pintar otros claustros y otras libertades: el éxtasis místico de los santos en los conventos.

En el prólogo, el periodista napolitano Roberto Saviano (quien vive bajo custodia por haber revelado secretos de la mafia en su libro Gomorra) lo define un poco autobiográficamente como "Un libro sobre la libertad perdida". Para Galeano, estas fotografías son radiografías. Retratan, según Bispuri, cada sociedad. El recorrido abarca imágenes obtenidas en las cárceles de Quito y Guayaquil (Ecuador) y Los Teques (Caracas, Venezuela); en 2005, en las de San Pablo Quillacollo y San Sebastián (Cochabamba, Bolivia); en 2006, en Villa Devoto y Ezeiza (Buenos Aires), en San Felipe (Mendoza) y en La Tablada (Montevideo, Uruguay); en 2007, en las de Urigancho, la de Chorrillos y el penal de máxima seguridad Miguel Castro Castro (Lima, Perú); también en 2007, tres de Colombia: Combita y el Buen Pastor en Bogotá y la cárcel de Bellavista en Medellín; en 2008, la Penitenciaría de Santiago de Chile y la cárcel para mujeres de Iquique, también en Chile; en 2008, Bangu 2 y Bangu 3, en Río de Janeiro. Se ve hacinamiento, condiciones indignas, oscuridad y también solidaridad, o la alegría inesperada de una mujer que baila entre las cuchetas con el rostro estragado. "Ir adentro de las cárceles a presentar el libro" es ahora el desafío. De hecho el autor estuvo presentándolo esa misma mañana en la cárcel de Piñero, a 14 km al sudeste de Rosario. Y en esta ciudad dictó un taller, ayer y anteayer, como el que dará en Roma la semana que viene.

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