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Lunes, 6 de julio de 2015
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Se estrenó en el teatro El Círculo una nueva versión de la ópera La traviata

Una mirada rosarina para el gran Verdi

Desde una reconstrucción que apela a un modelo reconocible en imágenes de época, esta versión dirigida por Boris destaca la fuerza de sus personajes femeninos. La presencia de lo colectivo toma una dimensión que proyecta a toda la obra.

Por Emilio A. Bellon
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La admirable soprano Jaquelina Livieri interpreta a Violeta, el personaje femenino.

En otra de sus tan celebradas funciones, el pasado viernes las puertas del teatro "El Círculo" se abrieron para dar lugar a una esperada escenificación de una de las óperas más aplaudidas y representadas de Giuseppe Verdi, La Traviata; obra que, en el momento de su estreno, un 6 de marzo de 1853, en el teatro La Fenice de Venecia, fue recibida con silbidos y rechazada en su conjunto por diversos motivos que se pueden consultar en numerosas obras críticas sobre el compositor y su obra.

Particularmente por la edad de su primera protagonista, la soprano, quien en ese momento tenía treinta y ocho años, estaba excedida en peso y tuvo que componer a una Violeta Valery aquejada por la enfermedad propia de las heroínas románticas, la tuberculosis. Y desde otro ángulo, la moral burguesa de la época no estaba dispuesta a aceptar el lugar que se le otorgaba a su tan querido personaje (en algunas de las notas del epistolario de Verdi, podemos leer que "ama a esta criatura"), por ser cortesana y participar de festivos encuentros con sus amantes.

Si bien el texto base La dama de las camelias, escrito y publicado por Alejandro Dumas (h.) cinco años antes había sido aceptado por una gran mayoría por su tono de folletín, lo que el amante de las óperas no podía aceptar, ahora, es que una mujer de moral tan cuestionable pasara a ser el personaje relevante en el gran espacio del teatro operístico. Originalmente, la obra se iba a llamar Violetta y en la elección del nuevo nombre, de esta sublime creación de Verdi, ya no se cita a ella a de manera directa, sino que el mismo remite a su condición de mujer extraviada; tal vez confundida, soñadora, como lo será luego Madame Bovary del censurado y juzgado Gustave Flaubert, inmortal novela que se conocerá en 1857; cuyo personaje femenino se mueve guiado por sus deseos e impulsos pasionales, rechazando el conformismo dominante.

Alejado ahora en esta ópera del drama histórico, de la tragedia colectiva, Verdi nos ofrece una de las obras más íntimas y desesperadas de su repertorio; no obstante, una de las piezas corales que más seguimos cantando, silbando, en momentos de alegría compartida, sea la del ya antológico Brindisi..., que tiene lugar en el primer acto, en la señorial casa de Violeta Valery, cuando asistimos a una colorida y eufórica fiesta. Debemos sí señalar que el libreto de esta sublime ópera le pertenece a Francisco María Piave, colaborador del compositor en tantas otras ópera tales como Ernani, Macbeth, Rigoletto, entre tantas otras. Y que el personaje de esta heroína le fue inspirado a Alejandro Dumas (h.) por una de sus más conocidas amantes, una joven cortesana de nombre Marie Duplessis; quien, en su aclamada novela, pasará a ser Margarita Gauthier.

En esta puesta, que respeta el formato tradicional aunque introduce algunas variantes significativas, en el cuadro segundo del segundo acto, sobre los momentos finales, cuando tiene lugar una fiesta en la casa de una de las amigas de Violeta, Flora Bervoix (ámbito en el que se jugarán diferentes situaciones, de reencuentro, enfrentamiento y reproches, represión), y en el que podremos escuchar de los labios de la admirable soprano, Jaquelina Livieri, el tan reconocible y sentido Addio del passato, tras los cantos de las gitanas y de los toreros; sí, en esta puesta del pasado viernes, con dirección escénica de Boris, podemos observar, desde mi punto de vista, que la presencia de lo colectivo toma una dimensión que proyecta al conjunto de la ópera en sí a una fuerte definición ideológica, propia del pensamiento de verdiano. En relación con este punto, podemos subrayar el profesionalismo de este coro de la Opera de Rosario dirigido por Horacio Castillo, en franco diálogo con la destacada labor musical, a cargo de la Orquesta de la Opera de nuestra ciudad, conducida por Marcelo Pozo.

Desde una reconstrucción escenográfica de un reconocible estilo realista de la época, que ha hecho hincapié en el concepto de "lo fidegnino", esta puesta en escena se apoya lo centralizado, pese a los desvaríos que sus personajes ofrecen; algo que sí se transfigura en otros momentos, por el logrado y sugestivo efecto del trabajo de Iluminación. Tal vez, se podría pensar que el drama interior de Violeta y Alfredo se podría llegar a traducir en una planificación de la puesta un tanto más alejada del formato que ancla la pieza a las referencias exclusivas de la propia época.

Considero que la voz, la fuerza expresiva, de la soprano en su rol de Violeta, su adecuada gestualidad y de quien asiste sus días, con una actitud de protección, su fiel criada Annina, rol que asume con entrega Marcela Novero, adquieren en esta representación un perfil de intenso dramatismo, modelado a la luz de un claroscuro que irá marcando la progresiva agonía de la protagonista. Desde lo compositivo, estimo que son los personajes femeninos los que más adquieren relieve, profundidad, en esta puesta que se volvió a presentar el día de ayer. Como asimismo, el juego escénico que se despliega entre gitanas, toreros y agentes del orden policial.

De todas las óperas de Verdi, es La Traviata -estiman los críticos-, la que más presencia ha tenido en el campo del cine. Y, claro está, en el periplo del cine italiano. Y si hay un realizador que siempre ha tenido presente a esta ópera es sin dudarlo, Luchino Visconti, quien por otra parte montó una puesta a mediados de los años sesenta, a pocos años del estreno de El Gatopardo, desde una concepción art decó. Será su discípulo, Franco Zeffirelli, quien ya en los ochenta presente su versión (la suele reponer la sala Madre Cabrini) con los protagónicos de Teresa Strattas y Plácido Domingo y ya en este nuevo siglo, escuchamos pasajes en Por siempre Callas.

Visconti, quien por otra parte hizo inscribir en su lápida funeraria "Adoraba a Verdi, Shakespeare y Chejov", nos presenta fragmentos, arias y duetos de esta ópera en varios momentos de su hoy tan recordada filmografía; particularmente en Obsesión, su ópera prima y El Gatopardo. Otras composiciones de otras óperas del mismo Verdi se pueden encontrar en "Senso" de los primeros años cincuenta.

En el año 1951, el crítico Mario Mila, al cumplirse una nueva conmemoración del fallecimiento de Verdi, expresaba: "Hablar de Verdi es como hablar del padre, de un padre más joven y entusiasta que sus hijos. Verdi ocupa en la conciencia de los italianos el mismo lugar que tiene Víctor Hugo con los franceses". Y recordemos que, entre los directores italianos, Verdi está presente en films de Ettore Scola, Bernardo Bertolucci, Silvio Soldini, Marco Bellocchio, Valerio Zurlini, Federico Fellini, Paolo e Vittorio Taviani, Roberto Andó, además de los ya citados, entre tantos más. Y su obra también nos llega desde otros realizadores que han seleccionado pasajes de sus composiciones, tales como Rainer W. Fassbinder, Woody Allen, Claude Berry, Oliver Stone, Lars Von Trier, Billy Wilder, Stephan Elliot, Martin Scorsese, James Ivory, Gerard Corbiau, Werner Herzog, Marleen Goris, Nikita Mijalkov, Peter Bogdanovich, Robert Altman, entre tantos otros; sin olvidar uno de los momentos del taquillero film con Julia Roberts y Richard Gere, Mujer bonita de Garry Marshall y el antológico film de Sam Wood, con los Hermanos Marx, Una noche en la ópera.

En el cine argentino, algunos de los temas de Giuseppe Verdi forman parte de dos muy recomedables films: El hombre del subsuelo de Nicolás Sarquís, basado en la obra homónima de Fiodor Dostoievski, con guión de Beatriz Guido y del propio director. Film maldito de nuestro cine que cuenta con las actuaciones memorables de Alberto De Mendoza, Miguel Ligero, Héctor Bidonde, Regina Duarte, Ignacio Quirós, entre otros. Y ya a mediados de los años noventa, en el film en el que el actor Miguel Angel Solá compone al doctor Salvador Mazza, Casas de fuego, bajo la destacada labor del realizador Juan José Stagnaro.

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