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Miércoles, 8 de julio de 2015
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LITERATURA. Conferencia de Eduardo Lago en Rosario

Russo, Ulysses y la gloria

"El Ulysses de James Joyce es un organismo vivo", aseguró el novelista y traductor madrileño en el encuentro que, el pasado viernes y ante treinta personas, se desarrrolló en la biblioteca del Centro Cultural Parque de España.

Por Beatriz Vignoli
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El novelista y traductor madrileño Eduardo Lago

El viernes pasado, sin contar el conferenciante, eran treinta personas en la biblioteca sobre las oficinas del Centro Cultural Parque de España de Rosario, una sala de techo cóncavo que parecía una catacumba o una cripta. La conferencia fue organizada por el CCPE, con la colaboración de la Fundación Instituto Internacional de la Lengua Española de Rosario. "El Ulysses de James Joyce es un organismo vivo", decía el novelista y traductor madrileño Eduardo Lago. "Por eso tiene las edades de la vida. La primera parte es joven, la segunda es madura y la tercera es senil. Lo que hace es levantar los adoquines de la calle y que la gente pueda abrir nuevos caminos. Ha visto envejecer a generaciones de lectores y sigue manteniendo intacta su frescura, como un niño. Está pensado como una partitura musical. Es música pura".

"Lo que digo del Finnegans Wake puede aplicarse al Ullyses, y viceversa --continuó--. La obra de Joyce es un organismo vivo. En el Finnegans Wake, Joyce reproduce en el texto algo tan inasimilable como la gramática del sueño, el efecto de lo que se habla como lo oyen los que sueñan. Oír leer en voz alta el Finnegans Wake es como oír una sinfonía", dijo Lago ante un público de fans del novelista irlandés.

El disertante contó una anécdota: en un borrador de su traducción de un fragmento del Finnegans Wake titulado "Anna Livia Plurabelle" (que él publica en entregas sucesivas en el blog de Enrique Vila Matas), Lago omitió por error traducir la palabra 'lago'. Algo en esa obra, digamos, captura el inconsciente. Los oyentes trajeron valiosos aportes al diálogo. ¿Y la poesía de Joyce? "Está en su prosa", respondió Lago. También comentó los cambios urbanos con que se topa en sus visitas a Dublín como miembro fundador de la Sociedad del Finnegans, que venera el Ulysses cada 16 de junio en los lugares originales en los que se ambienta la novela, situada en ese día.

Ganador del premio Nadal en 2006, doctor en Literatura por la Universidad de Nueva York y director del Instituto Cervantes de esa ciudad, Lago obtuvo en 2001 el Premio de Crítica Literaria Bartolomé March por El íncubo de lo imposible, su análisis comparativo de las tres primeras traducciones al español del Ulysses (1922) de James Joyce. La de José Salas Subirats para Santiago Rueda Editor cumple 70 este año; de las dos españolas, la del poeta José María Valverde (Lumen, Barcelona, 1976) es, según él y buena parte del público, "demasiado libre"; a la de María Luisa Venegas y Francisco García Tortosa (Cátedra, Madrid, 1999) la definió como "precisa y fría".

Por los mejores y por los peores motivos, la protagonista de la velada fue la cuarta traducción al castellano, la segunda argentina, que les llevó cuatro años de trabajo a sus traductores: el bahiense Marcelo Zabaloy y el santafesino Edgardo Russo, quien la editó en su sello El cuenco de plata. Fue publicada este año en Buenos Aires, y presentada en Mallorca y en otras ciudades. Es, sin lugar a dudas, la mejor. Leer en voz alta el final del Ulysses de Zabaloy y Russo (como se hizo al cierre de la charla de Lago) es cerrarlo y soñar con guitarras eléctricas sonando, en contrapunto con una poderosa voz.

Esa última nota altísima, ese final bien arriba de recital de rock, ese "sí" final de Molly Bloom resonando en lo alto de una prosa que fluye como un solo de guitarra es lo mejor: la culminación de la obra de un escritor puede ser co traducir y editar una obra maestra que a la vez marca el omega de la épica y el alfa de la vanguardia. Edgardo Russo logró esa gloria. Lo peor: murió el miércoles pasado.

Fue hace una semana, el primero de julio, a 41 años de la muerte de Perón y a 65 de su propio nacimiento (un 26 de diciembre de 1949). No lo encontraron en las oficinas de la editorial, como se dijo; alcanzaron a socorrerlo en su casa de Buenos Aires, pero no alcanzó.

Como librero, fue preso dos veces durante la última dictadura, una vez en su propia librería, El Aleph, por negarse a retirar libros prohibidos; en democracia, fue editor o autor en las editoriales más prestigiosas y audaces. Así lo recuerda el escritor bahiense Gabriel Bertotti: "Estuve con él, en mi última ida a Buenos Aires, un montón de veces, siempre en la editorial, le dolían los ojos, de tanto leer, corregía y corregía, las traducciones y las ediciones, incesantes, de rara belleza, que su editorial, El Cuenco de Plata, entregaba al mundo. (...) Al llegar, ¡me abrazaba y me besaba!, al despedirme, siempre gentil, siempre entusiasmado, ¡me abrazaba y me besaba! Editó a los grandes laterales, los que no aceptan los focos, los que no serán tapa de revista, pero cuyo susurro, su voz oscura, y a veces áspera, será siempre como el Dios Araña de Borges, que vigila".

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