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Martes, 5 de enero de 2016
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Un recorrido por las grandes líneas que trazaron las muestras del año

Efímero, múltiple y bien de la casa

Muestras que van y vienen en el tiempo y en el espacio encontraron su sitio para gambetear los imposibles traslados de las obras únicas. De la preservación a la divulgación y las novedades. Las miradas que indagan en lo que vendrá.

Por Beatriz Vignoli
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Memoria del invierno, esculturas blandas de Alejandra Tavolini, se vieron en el CEC.

"A Seguro se lo llevaron preso", responde el ingenio popular al ingenuo; a la hora de preguntarse si la pintura ha muerto, esta podría ser la explicación. Las compañías aseguradoras, no los críticos, mataron la pintura. Cada pintura es irrepetible, según la estética romántica; en un plano menos evanescente pero no menos relevante, los seguros de traslado de las piezas son cada vez más inaccesibles, pero no compensan la pérdida de una obra de arte. Hace años que las muestras itinerantes de obra única son reemplazadas por otras propuestas. En un mundo surcado por masas de desplazados, donde el metro cuadrado de alquiler en una capital se volvió igualmente impagable, los artistas se convirtieron en animales nómades, bichos de hotel y de avión, que mandan por Internet los guiones de sus proyectos efímeros para concretarlos con materiales locales en el lugar.

A esa especie casi alienígena pertenece el joven consagrado rosarino Adrián Villar Rojas, quien este año llevó a cabo la proeza (junto con su equipo de colaboradores) de exponer su obra monumental y efímera en cuatro continentes distintos. En 2015 mostró en Nueva York, en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo, en el Mar de Mármara (Estambul) y en una fábrica de hielo abandonada en medio del desierto de los Emiratos Arabes.

Este año se vieron en la provincia de Santa Fe magníficas exposiciones de colecciones institucionales in situ, que contribuyeron a visibilizar la labor de los conservadores, restauradores, historiadores, curadores e investigadores (ahorrando de paso los costos inviables de los traslados).

En algunos casos, se abrieron archivos personales de artistas para crear túneles del tiempo, con bocetos, obras, films y fotos. El pasado fue la estrella y también el futuro que aquel pasado pensó, expresado en muestras didácticas sobre viejos proyectos educativos de vanguardia. Los departamentos de educación de las instituciones fueron puestos en valor. En arte y educación estética, esta tensión entre lo más ampliamente global y lo más puntualmente local marcó el año político en que lo nacional, lo popular y lo latinoamericano (urnas y poder mediático mediante) se deshicieron en las garras del capitalismo poscolonial y el neofascismo como un hermoso sueño al que el despertador hace pedazos. Pero fue el año en que el Museo de Arte Contemporáneo de Santa Fe (MAC) cumplió quince años y el de Arte Contemporáneo de Rosario cumplió diez.

En Santa Fe y Rosario siguió gobernando el Partido Socialista: gracias a esta coincidencia y a la voluntad de los curadores, fue posible una colaboración entre el Museo Histórico Provincial Julio Marc y el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino, cuyo fruto fue la hermosa muestra patrimonial de la colección Astengo que todavía puede visitarse en la planta baja del Castagnino. Se recomienda entrar por el ala norte y consultar atentamente la línea de tiempo ilustrada, que marca un antes y un después en materia de exposiciones didácticas. Es tan ameno el planteo expositivo que el espectador ingresará a la colección de Enrique Astengo como un conocido más de su familia, compartiendo la intimidad del hogar lleno de lujo y cultura de alguien que además hizo filantropía, como se deduce de los documentos de la sala. Es gracias a coleccionistas visionarios como Astengo, a curadores como Pablo Montini y María de la Paz López Carvajal, a los equipos de trabajo de ambos museos y al Instituto de Investigación, Conservación y Restauración de Arte Moderno y Contemporáneo (Icramc) que el público rosarino puede disfrutar obras maestras originales del arte europeo y oriental de todos los tiempos, cuyos costos de traslado hoy nadie en el mundo se atrevería a afrontar.

Otro dúo dinámico curatorial, integrado por las escultoras e investigadoras Sabina Florio y Cynthia Blaconá, dio vida a una serie de exposiciones de archivo que rescataron experiencias educativas modernas como la Biblioteca Vigil y la Escuela Serena de las hermanas Cossettini; las marcas fueron el detalle afectivo y las voces de los protagonistas.

Construcción de un museo, con curaduría de Claudia del Río, Santiago Villanueva, Federico Baeza y Leandro Tartaglia, fue una muestra patrimonial en los primeros seis pisos del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario. Este redobló la apuesta más a mediados de año con la megamuestra Random, donde abrió sus salas a los pequeños gestores independientes.

El canto de cisne de la pequeña gestión en arte contemporáneo pudo leerse entre líneas en una serie de instancias. Una fue la mixta experiencia Random; otra fueron los dadivosos premios de la renovada gestión oficial, en el Salón Nacional Rosario, a colectivos de la camada indie como el dúo Crudo y La Magdalena de Hoy. El cierre de espacios interesantes pero invisibles y fugaces, como Richieri y como Casa (que gestionaba Crudo), concluyó en la foto del Salón Nacional con la ex gestora de Richieri y ex editora de Anuario, Lila Siegrist, devenida en funcionaria municipal.

La precariedad de las obras premiadas contrastó con la seriedad de Claudia del Río, Villanueva, Baeza y Tartaglia, que en Construcción de un museo se la jugaron por artistas emblemáticos de un arte verdaderamente "alquímico", como Víctor Grippo, Liliana Maresca o Alberto Pedrotti, a la vez que dieron relieve a la obra del Departamento de Educación del museo.

Quedan en pie, en Rosario, los independientes Embrujo y la editorial Iván Rosado, que publicó una serie excelente de libros de arte rosarino y expuso la obra de grandes artistas como Daniel García desde su librería en Galería Dominicis (a la vuelta de Embrujo). Las residencias de artistas, en otros lugares de la provincia, se sostienen: Curadora, en Rincón, y Cuatro Cuartos, en Cañada Rosquín. El programa gubernamental provincial Espacio Santafesino ha promovido algunos de estos logros.

Tal vez haya que convertirse en arqueólogo de la propia civilización perdida para crear una muestra de arte que valga la pena mirar. A lo mejor se trata de rescatar una época pasada, la propia obra o la de los artistas amigos de otros períodos, como hicieron Silvia Chirife en la Escuela Musto (que cumplió 70 años), Mele Bruniard en Diego Obligado, Carlos Gatti y Guillermo Tottis en el Castagnino y los amigos del inolvidable Manuel Uranga en el Centro Cultural Parque de España. O de reinventar el presente, como ese gran maestro del dibujo y la pintura, el entrañable Rodolfo Elizalde, que sin quererlo así se despidió con una exposición colectiva en la sala Trillas del teatro El Círculo con sus colegas Hover Madrid, Clelia Barroso, Rubén Echagüe y Emilio Ghilioni. (Dos curadores las hicieron posibles: Guillermo Fantoni, la muestra de Tottis y la de Chirife; y María Rosa Ravera, las de la sala Trillas).

O quizás haya que inventarse una prehistoria, como hizo Carlos Aguirre, quien invocó las leyendas folklóricas recopiladas por su abuelo Luis Ernesto Aguirre Sotomayor junto con textos escritos a mano por su padre, en una muy buena muestra individual en pequeño formato en Mal de Archivo.

O un futuro apocalíptico, como Martín Raúl Domínguez, nieto y casi homónimo del pintor cuyo espectro recorrió una Semana del Arte dedicada a "lo que fluye". Martín expuso sus fotos en la Casa del Artista Plástico. Otra nieta de Raúl, Jimena, expuso sus fotos durante la Semana del Arte.

Se destacaron, en dibujo y otras artes contemporáneas, las muestras del renovado y promisorio espacio del Museo de Arte Decorativo Firma y Odilo Estevez, como asimismo las de la Sala de las Miradas, en Plataforma Lavarden; las de la Escuela Musto y las del Centro Cultural Fontanarrosa.

Pero es imposible asegurar el aura de la pieza única, y así fue como la reproducción técnica, la obra múltiple y las artes gráficas ganaron la partida. No les fueron a la zaga los medios tecnológicos más novedosos. Una excelente muestra colectiva de grabado en madera pudo verse en OSDE Rosario. Allí las curadoras Elisabet Velicek y Esther Finkelstein reunieron xilografías de colecciones particulares, por cinco artistas del siglo veinte local: Santiago Minturn Zerva, Ricardo Warecki, Pedro Barrera, Rubén de la Colina y Rosa Aragone. Otra maestra del grabado, María Josefa Salinas, fue reconocida por el Concejo Deliberante. El fotógrafo rosarino Norberto Puzzolo destiló un lúcido humor político en la sala Trillas, mientras que su par holandés Erwin Olaf reescribió la luz del pintor Vermeer en el Museo Castagnino. El 404 Festival Internacional de Arte y Tecnología cumplió doce años: siempre de la mano de Gina Valenti y con artistas de todo el mundo, fue una de las muchas y variadas atracciones que ofreció el Espacio Cultural Universitario (ECU).

Un desdichado accidente, donde fue herida una asistente a un congreso organizado por la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario, empañó la reputación del nuevo edificio de la Escuela de Bellas Artes de dicha Universidad, que se inauguró con una muestra de video argentino contemporáneo y la presentación de un libro sobre esas obras. Las protestas estudiantiles fueron desoídas por las autoridades, que acusaron de "destituyentes" a quienes no pedían más que ser cuidados.

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