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Domingo, 31 de enero de 2016
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Charlie Bustos es una leyenda musical de Rosario, pero él no lo ve así y vive en la calle.

"Ser un artista no tiene límites"

Todos los entendidos reconocen su talento como músico y compositor. Su historia desde los '70, su relación con los integrantes de la famosa Trova Rosarina, que él resume diciendo: "Sí, toqué con todos esos tipos". No lo convencen de volver a grabar.

Por Edgardo Pérez Castillo
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Charlie Bustos para todos los días frente a la Sala Lavardén.

La tentación por las viejas muletillas podría llevar a definir a Charlie Bustos como "el secreto mejor guardado de la trova rosarina". Pero no hay secreto alguno en relación al compositor que a fines de los 70 asomó como niño prodigio de la canción rosarina, y que cada día le da vuelo a sus canciones en dos puntos precisos: las escalinatas de Sala Lavardén (donde suele ubicarse cada mañana, hasta entrada la tarde) y la esquina de 3 de Febrero y Mitre, donde por las noches echa mano de alguna guitarra hasta que el sueño lo vence en sus noches de calle. Charlie Bustos no es ningún secreto para quien quiera verlo, como tampoco para los artistas, periodistas y fans que lo vieron relucir hasta que, un buen día, algo lo impulsó al norte argentino, donde comenzó una búsqueda espiritual que continuaría en San Luis, donde tuvo su primera hija.

Todo ello puede reconstruirse en dos aportes firmes para lo que podría entenderse, casi, como una historia oficial: los datos coinciden y se complementan en el artículo que Sergio Rébori escribió para su indispensable obra Generación Subterránea, y que va en sintonía con el trabajo realizado por Martín Stoianovich para la revista 30D.

Mientras almuerza jamón crudo, pan y cerveza sentado en la puerta de ingreso al mismo teatro donde alguna vez supo brillar, Charlie Bustos confirma el origen de su historia. "Cuando éramos niños de muy corta edad, a mi hermana Graciela y a mí mi viejo nos incentivó en el sentido de la música. El determinó que yo cantara folclore y mi hermana tango, que también me gustaba". Con esos repertorios, durante dos años los pequeños Bustos participaron del ciclo radial Los Ruxcolitos, que se emitía en vivo por LT2. "Mi vieja nos hacía los trajecitos para cantar, mi viejo se ponía traje y corbata y nos acompañaba con la guitarra. Mi viejo fue un maestro titiritero nuestro, pero nos inculcó el ser lo que somos: dos pedazos de boludos bárbaros, pero hermosos", ríe Charlie.

Poco después, el rock and roll le abriría un nuevo espectro: "A los 11, 12 años, por un amigo de mi barrio, en Chacabuco al 1700, empecé a escuchar vinilos y con mi hermana Graciela, que tiene un año y medio más que yo y es como mi arcángel, empezamos a indagar en Sui Generis, León Gieco, Pastoral, Pappo, Spinetta Jade, Artaud, Invisible, Aquelarre. Estoy agradecidísimo de que esos músicos hayan pasado por mi vida".

Esa información nutrió a un músico hábil con instrumentos varios, que pronto empezó a darle forma a sus propias obras. Corría el final de los 70, y mientras en la ciudad comenzaba a bullir lo que poco después estallaría bajo el rótulo de trova rosarina, todos se maravillaban con el muchachito de lentes y pelo largo. "Lo íbamos a ver y era como una misa, era uno de los que más gente llevaba", recuerda Rébori, que trabaría amistad con el músico, afinidad que le permitía grabar las interpretaciones caseras de Charlie. "Después nos pasábamos esos cassettes como si fueran el último disco de Spinetta -rememora Rébori, quien por estos días impulsa el Museo del Rock Rosario--. Era un referente de la canción, un tipo con un oído increíble".

Tres décadas después de aquella aparición, la percepción sobre el talento de Bustos sigue encontrando unanimidad. "Charlie era muy respetado, muy reconocido. Era como la gran promesa. Siendo muy chico, con 16 o 17 años, componía canciones con mucha melodía, con un sentido muy clásico de la armonía", detalla Beatriz Vignoli, cuya afinidad con Bustos terminaría derivando en una colaboración que resultaría premonitoria: Cuando el músico leyó el extenso poema "Para arreglar las cuentas con Rosario" decidió musicalizarlo, transformando al texto de Vignoli en una de sus canciones más celebradas.

"No sé por qué, pero a ese poema lo escribí con una preocupación mayor por el ritmo, por la rima, y además lo situé desde un emisor masculino -apunta la poeta y periodista de Rosario/12--. Me imaginé como un personaje de novela, un hombre que se quejaba de la ciudad, plantándosele, diciéndole cosas como 'me encontraré a mí mismo y vengaré mi propio asesinato'. A Charlie le gustó mucho, respetó casi perfectamente el texto y esa canción se convirtió en una especie de caballito de batalla de la época. La canción habla de todos aquellos que la ciudad abandona, deja tirados en la calle. Y dice: 'Quiero ser yo uno de ellos'. Lo que me sorprende es que, mucho tiempo después, Charlie termina viviendo una vida muy parecida a las vidas que describo en esa canción. Como si él hubiera hecho carne al texto. Siempre me impresionó éso".

A la distancia, Bustos le quita trascendencia a su apreciación dentro de la incipiente trova. "Yo después toqué con todos esos tipos, compartí escenario con ellos. Pero no me hago cartel por éso", minimiza. Adrián Abonizio, hoy, tiene claro lo que Charlie significaba dentro de aquella escena cancionística. "En esa época se le daba mucho valor a los compositores -explica--. Lalo de los Santos me dijo una vez que había un tipo que era un hippie total y componía como la puta madre. Y Lalo tenía un detector para éso. Cuando yo empecé, sentía que Charlie ya estaba a diez años luz mío. Le sacaba varias cabezas a varios".

Entre esos varios, fue de los Santos el que entabló un vínculo más firme con Bustos, que todavía recuerda con aprecio al cantante y bajista: "Cuando era muy chico, tenía 20 años, conocí a Lalo. Yo estaba tocando en un recital y vino a verme. 'Yo soy Lalo de los Santos', me dijo, y le pregunté: '¿Vos sos Lalo, el de Rosario es el Parque Independencia, el de Pablo el enterrador? ¿Vos... sos vos?'. Estaba en una mesita en el Café del Este. Me dio su teléfono de Buenos Aires, porque vivía en Floresta, fui a vivir unos días a su casa y empezamos a intercambiar melodías, músicas. Así nos hicimos amigos musicales. Le gustaron un par de canciones mías y en ese momento se vino el Rosariazo en Newell's. Vino Litto Nebbia a producir todo y Lalo estaba metido. Litto le ofreció grabar a Lalo, que era fanático de Nebbia, lo idolatraba totalmente".

Y no va más allá Charlie, aún cuando todavía sobrevive la hipótesis de que Nebbia planeaba grabar también un disco de Bustos, aunque alguna situación externa habría atentado contra esa posibilidad. "Nunca supimos bien qué pasó con éso. Otro que lo iba a producir era Poli Román, que le daba mucha bola. Pero después se tiró por Christian Roth, un músico cordobés", distingue Rébori.

Vía mail, es el propio Nebbia el que cierra las puertas a aquella sospecha: "Solo sé de Charlie Bustos haber oído un par de temas que me mostró Lalo de los Santos. Inclusive en los discos que produje de Lalo de la época, hay un par de temas que tienen ellos en co-autoría. Alguna vez yendo por Rosario seguramente Lalo me lo ha presentado, pero no tuve la oportunidad de conocerlo bien. Sólo sé por transmisión de Lalo, que lo quería mucho".

"Al final de cada día", disco debut de Lalo, fue editado precisamente por Melopea, y además de la canción que le dio título, incluyó "Alguien se muere de amor", otro de los éxitos de Charlie Bustos, que en 1999 fue publicado por Adriana Varela en su disco Toda mi vida. "En el disco de Lalo las canciones de Charlie aparecen firmadas por los dos, pero eran de Charlie. Eso fue un maneje de la grabadora, que plantearon que querían alguien que cantara sus propios temas, entonces lo pusieron en co-autoría", remarca el creador del Museo del Rock Rosario, que convocó al músico para que actuara en el marco del lanzamiento de Generación subterránea, en marzo de 2013, en Sala Lavardén (un video casero de lo ocurrido esa noche en el teatro de Sarmiento y Mendoza puede verse en Youtbe, bajo el título Charlie Bustos Alguien se muere de amor). Rébori no duda en reconocer que la aparición de Bustos con su melódica "hizo que se viniera abajo el teatro". "Ahí caí en lo él había significado para nuestra generación", define.

Al margen de los toques que, a diario, improvisa por las calles, aquella fue la última aparición en escena de Bustos, que sigue definiendo a la suya como "música universal". "Uno es un extraterrestre, no es de acá. Uno viene haciéndose el saltimbanqui, pero no somos nada. Estamos recontra de paso. No tenemos nada que ver con ésto, con el asfalto, el olor a humo", resume.

Convencido de que "música bien tocada, bien cantada, alivia las penas del alma para la gente", Abonizio suele sacar provecho de su cercanía afectiva con Bustos para impulsarlo a reordenar su labor musical: "Hay algo que también me ha pasado con otros músicos. Siento como una especie de violencia cordial por esa gente que toca y canta muy bien. Y veo como un desperdicio que no lo hagan. Me dan ganas de decirles que despierten, que el mundo los necesita. A Charlie se lo dije muchas veces. El canta muy bien, compone muy bien, toca muy bien la viola. Es un músico nato. Pero creo que no se da importancia. Es una elección y son elecciones muy románticas".

"La elección de Charlie es vivir en la calle -amplía Rébori--. Tenía la intención de editar su disco con grabaciones. Pero es imposinble llevarlo a que registre los temas. 'La plata y la música no van de la mano', me dijo una vez".

"Hay algo de heroicidad en Charlie. Como Evita, renuncian históricamente al potencial que tienen -compara Abonizio--. Sumado a éso, desde el Estado, en cualquiera de sus niveles, no se los mira. Sin embargo, recibí un mensaje de alguien muy sensible como Alejandro Tejeda (NdR: Secretario de programación sociocultural y educativa del Ministerio de Innovación y Cultura provincial) que me propuso ofrecerle la posibilidad de grabar su disco, con un sueldo. Pero Charlie me sacó cagando. 'Abonizio vos sos un careta, estando acá, en la calle, veo otras cosas' me dijo. Juegan esa carta a la que no podés rebatir, porque uno se encariña con esos personajes románticos. Creo que él trabaja para la leyenda y lo logró. Y hay que respetarlo".

Ni secreto resguardado ni leyenda, Bustos se autodefine en cambio como artista callejero. "Es una forma fácil de derivar un pequeño oficio que en realidad es tan grande que no se puede definir. Vos podés ser lo que vos quieras. Cuando vienen a preguntarte vos decís que sos artista callejero para resumir. En realidad la magnitud que tiene ser un artista no tiene límites", reflexiona Charlie, que asegura seguir "componiendo y descomponiendo".

En las calles, sus canciones siguen sonando. Con oyentes esporádicos y cambiantes, que reúnen desde viejos fans hasta oportunistas, antiguos colegas o desclasados varios. O compinches como ése que, con franca admiración, comparte algunas cervezas nocturnas mientras escucha al autor de las frases que decidió nuclear en un mismo tatuaje: "Al final de cada día, alguien se muere de amor".

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