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Lunes, 18 de septiembre de 2006
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Exponentes de una nobleza rusa expulsados de su bello paraíso

En ese marco transita la historia de esta película ambientada en el Shangai de la década del '30. Con notables actuaciones.

Por Emilio A. Bellón
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Ralph Fiennes y Natasha Richardson, en los protagónicos de esta novela de ambiente minucioso. Richardson en el rol de Sofía Belinskya logra una memorable composición que se destaca con gestos.

La Condesa Blanca (The white coutness)

Gran Bretaña ﷓ Estados Unidos ﷓ Alemania ﷓ China, 2005

Dirección: James Ivory.

Guión: Kazuo Ishiguro.

Dirección de fotografía: Christopher Doyle

Música: Richard Robbins.

Intérpretes: Ralph Fiennes, Natasha Richardson, Vanessa Redgrave, Lynn Redgrave, Hiroyuki Manada, Madeleine Potter.

Duración: 138 minutos

Salas: Del Siglo, Showcase y Village.

Puntos: 6 (seis)

En la Shangai de 1936, en ese espacio convulsionado por la presencia de una abigarrada corriente de inmigrantes, prostitutas y gangsters, prófugos de la justicia, transcurre esta última obra de la dupla James Ivory ﷓ Ismail Merchant, fallecido éste durante el rodaje de esta realización que dista notable y sensiblemente de algunas de sus últimos filmes. Y esta apreciación inicial apunta a ser valoración que surge a partir de una fuerte expectativa.

Si tomamos como punto de partida este espacio geográfico, esta porción de un territorio que se verá asolado por fuerzas de la ocupación de un país vecino, Japón, en forma casi inmediata, es decir, si atendemos a este recorte sociocultural, podemos señalar que en el film no hay un punto de vista móvil, que intente poner en escena la mirada del nativo; esto, es, de aquellos que no pertenecen a esos caídos en desgracia, exponentes de una nobleza rusa, devenida en siluetas que transitan por un hacinado espacio, expulsados de su proverbial paraíso, de su propia arca, por la revolución bolchevique. En este sentido, el conflicto apuntará a lo bélico, pero elude toda voz ajena al espacio intimista de los nostálgicos de aquel mundo perdido.

Pero si hay un punto que vuelve valorable este film, que se caracteriza por ser una novela ilustrada, donde el estatismo congela todo soplo de vida, es el que compete al rubro actoral. Ivory, a partir del guión del autor de "Lo que queda del día" (para quien firma esta nota, uno de sus films más sobresalientes) construye una puesta en escena que se destaca por su estudio minucioso del ambiente en relación con los caracteres. De por sí, ya, el nombre del film: "La condesa blanca" nos lleva al interior sofisticado de un club nocturno que refulge en la amenazante y provocadora noche de las calles de Shangai, espacio diseñado por un ex diplomático norteamericano, víctima de una ceguera, sólo y con su mirada anclada en una tragedia del pasado; rol que brillantemente está en manos de ese hacedor de personajes románticos que es Ralph Fiennes.

En esta historia, que se propone transitar por el periplo interno de una existencia devastada, Natasha Richardson en el rol de Sofía Belinskya logra una memorable composición que se destaca sólo con sus gestos en el invadido océano de palabras, que finalmente terminan por desplazar a la imagen misma, poniendo en escena lo explicativo y lo obvio, porque su guión desconoce al mismo silencio. Junta a ella, su madre y su tía en la vida real, las hermanas Redgrave, en sólo breves pasajes que (y esto es todo mérito) resignifican toda una trayectoria artística, que nos lleva a la puntual figura de Michael Redgrave, En este mundo familiar, los tres personajes femeninos, junto a otros contados, están a la espera de una próxima salida, que los que puede llevar rumbo a Hong Kong.

Pero el film de Ivory, queda finalmente subsumido en una atmósfera de nostalgia aristocrática que impide que los propios personajes se integren a la acción dramática. Se perciben como islotes, cada uno con sus parlamentos y no bastan las escenas de exteriores para pautar e hilar igualmente el devenir de los hechos. En este sentido, el film pretende en demasía respecto de lo que, en cierta medida, va construyendo Verbalismo y minucioasidad, como si de una serie de imágenes acompañan un texto de algunas obras del bienamado por Ivory, Henry James, son algunos de los rasgos que, a mi entender, impiden que "La condesa blanca" despierte que el misterio, abra al enigma de estas vidas fragmentadas y marcadas por las tristeza, unidas por la compasión.

No obstante lo señalado, hay momentos del film en los que, desde mi valoración, el mismo relato parecería tomar otro giro. Y en principio no sólo lo es el andar y la mirada de la condesa Sofía, quien al inicio se pasea ante los deseos de algún futuro cliente con su único vestido; sino también la fuerza que toma, por encima de los otros personajes, su pequeña hija Katya, rol que tanto desde el guión como de la misma puesta adquiere una dimensión por su capacidad de ser vestida, como si fuera desde una puerta entreabierta. Y simultáneamente, algunos contados pasajes las reacciones de aquel funcionario, Todd Jackson nos ponen frente a un actor como Ralph Fiennes, el mismo de "Sunshine" de la antológica "El ocaso de un amor" que puede pasar por numerosos y sorprendentes estados expresivos.

En su transitar el film de Ivory nos detiene frente a algunas contadas estaciones que escapan a su desarticulado planteo narrativo. Y frente a ello, sí entiendo es todo un hallazgo la secuencia final que transcurre en aquel llamado sábado trágico, un 14 de agosto de 1937, cuando las tropas japonesas invaden este espacio babilónico de la China Oriental. Es en este momento cuando el cruce entre los caracteres individuales salen de su letargo solemne y su director decide ofrecer un escenario de horror y transformaciones, desde algunos planos generales que ponen en crisis un tradicional concepto de heroísmo y que colocan a toda amenaza en el espacio de la situación límite.

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