El canto de cisne de Erizo Editora (¿qué tendrán los nombres de animales, que gustan tanto a quienes bautizan editoriales y titulan libros?) fue Mariposas mutantes en Fukushima (2015), de Carolina Musa: un libro hermoso, buenÃsimo, agotado, desaparecido. Tapa dura, escasa tirada y ninguna esperanza de reedición. Se cerraba con un gran poema, "Ruta 33", ballena mÃtica de los crÃticos hasta que llegue la poesÃa reunida, pero para eso falta; Musa tiene 39 años. Y sigue escribiendo.
Su nuevo libro, La curva de Ebbinghaus, acaba de salir publicado en la colección de poesÃa de Baltasara Editora con un prólogo escrito por Osvaldo Aguirre, quien lo presenta este viernes a las 18.30 en Jaz Social Bar (Paraguay y Urquiza) con la autora y la editora.
Al igual que Mariposas mutantes en Fukushima, La curva de Ebbinghaus revela ya desde el tÃtulo (y luego, en forma explÃcita) que su disparador creativo se encuentra en un artÃculo de divulgación cientÃfica del cual Musa se apropia poéticamente. Hay una ciencia del olvido, nos dice un tal Ebbinghaus y dibuja el olvido mediante una curva. Musa también dibuja, ilustrando con gracia sus propios textos del libro. Además, hace pequeñas esculturas robóticas que funcionan como juguetes para chicos. Este cruce entre tecnologÃa, juego y arte se hace presente en su obra literaria, abocada a explorar lo real.
Lo encontrado, el residuo entronizado a Cosa motoriza su obra. Si en Acústico (2011) la materia por nombrar se hallaba en el presente merced al azar de los viajes, aquà la contingencia se busca en la memoria o el relato familiar. Pero estas memorias incluyen el olvido. La niñez es "El paÃs de Nomeacuerdo", como cantaba MarÃa Elena Walsh.
La curva de Ebbinghaus se abre con un texto en prosa ("Alejandra Pastrana") y con otro gran poema, "La pregunta inicial", cuyo efecto es noqueante. Allà una andanada de preguntas, diálogos y extemporáneas citas apuntala con oscurÃsimo humor alguna consistencia en torno al agujero abierto en la hija por la confesión de un padre, que le revela su existencia como innecesaria, en el sentido lógico: si la bala del policÃa que mató a Adolfo Bello le hubiera dado a él, ella no nacÃa. Esto no está dicho asÃ, sino mediante rodeos que contornean el vértigo (vértigo ante la nada, ante la nada del propio ser) y que se resuelven en una fórmula inapelable, un demoledor "pudo no haber sido": "La galerÃa Melipal no tiene salida/ La galerÃa Melipal es una ratonera/ mi padre todavÃa no lo sabe/ Mi padre todavÃa no es mi padre (...) Mi padre no es mi padre todavÃa/ Mi padre pudo no haber sido mi padre".
Pero la memoria es imprecisa; los recuerdos podrÃan ser tan mentirosos como las cartas a Alejandra Pastrana que Carolina escribÃa desde Orán (provincia de Salta), y ni la hermana es testigo confiable de las anécdotas infantiles de treinta años atrás. "Qué falacia las palabras", escribe Musa en la página 93. "El pasado: falacia. La ficción de uno mismo en el relato más inverosÃmil". El único dato duro y cierto es una cifra sin sentido: las 422 gotas de suero que dan tÃtulo a "422 veces nos vamos a morir", poema reeditado del libro anterior y que comienza con una fantasiosa "historia" de su abuelo Dardo, quien, según él, "cazaba el puma por la cola/ y lo revoleaba como en los dibujitos animados/ gritando 'qué te has creÃdo, felino'". La infancia, entonces, fue el tiempo de poder haber creÃdo sin dudar.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.