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Lunes, 30 de octubre de 2006
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PASARON MAS DE 30 MIL PERSONAS EN EL QUILMES ROCK DE ROSARIO

Un festival así no se ve seguido

En las dos jornadas, el hipódromo de Rosario fue colmado por el público que asistió a escuchar a unas doce bandas.

Por Edgardo Pérez Castillo
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Las Pelotas se convertiría en el número de cierre de todo el festival, ya en la madrugada. El grupo del ex Sumo Germán Daffunchio, brindó un show extenso con Pancho Chévez como invitado.

Extensa por cierto, la espera para que Rosario se hiciera de un festival de rock de auténticas proporciones culminó este fin de semana con la primer edición del Rosario Quilmes Rock. Un total de doce bandas fueron las que participaron durante las dos jornadas, desarrolladas el viernes y sábado en el predio del Hipódromo municipal, y si bien con el correr del tiempo, y las ediciones, los nombres serán sólo una anécdota, el debut reunió a parte de lo mejor de la escena nacional, lo que se tradujo en un respaldo masivo: fueron alrededor de 18 mil las personas que participaron de la primer fecha, y se aproximaron a las 14 mil las que despidieron al festival sobre las 2 del domingo.

Así, en la jornada de apertura Catupecu Machu y Divididos demostraron ser las agrupaciones más convocantes de esa primer tarde﷓noche, en la que brilló Coki Debernardi (que logró canalizar la furia generada por el papelón que significó la imposición de un recorte en el tiempo de su presentación, como consecuencia de las demoras generadas por la tormenta de viernes por la mañana) y Kapanga demostró ser un grupo siempre apto para elevar las temperaturas festivaleras. Como síntoma de sana diversidad, Arbol, Los Cafres y los marplatenses Volador G completaron la grilla.

El sábado, mientras tanto, estuvo más marcado por líneas líricas que se alejaron de lo poético. Es que la obviedad parecería ser la única vía por la cual conquistar a un público que se diferenció claramente de aquel de la primer jornada. Porque si la del debut estuvo marcada por un carácter de diversidad estilística, la de la segunda noche se vinculó claramente con el rock barrial, stone o cualquiera fuera el rótulo que encasille a propuestas como las de Guasones o Pier. Y aunque la primera es evidentemente más digna que la segunda, la burda veneración a las drogas, el simplismo en la construcción de sus obras, la sensación de tránsito por autopistas ya saturadas terminan, claro, saturando.

Ubicados entre ambas, Los Vándalos hicieron gala de su localía. Sacando siempre provecho de un líder carismático como Popono, y sosteniendo una solidez musical que es síntoma de su madurez, el grupo parece haber encontrado definitivamente el rumbo, y eso es siempre positivo. Así, la presencia rosarina se hacía más fuerte en la segunda noche, luego de que Bonsai y Reakción, las bandas ganadoras del concurso Quilmes Rock, se presentaran minutos después de la apertura de puertas.

Pero hubo además continuidad de exponentes locales en la celebrada actuación de Intoxicados, que sumó como invitados a los miembros de Purple House para un segmento de claro corte hip hop, e incorporó a Augusto Fazzini, saxofonista vándalo, en una suerte de zapada que buscó aproximarse a lo jazzero. Un final punk con tributo incluido a los Ramones y un generoso repaso por el pasado de rock chabón de Viejas Locas delineó uno de los shows más amplios en cuanto a horizontes estéticos. Pasadas las 22, Las Pelotas se convertiría en el número de cierre de todo el festival, brindando un show extenso que contó con la participación de Pancho Chévez en calidad de armoniquista invitado.

De esa manera, esta primer experiencia debería ser analizada no en términos comparativos (tarea imposible, a partir de la ausencia de referencias ante las cuales parangonarla) sino más bien desde una visión más ligada al balance. Allí, los números son contundentes: en dos noches, fueron más de 30 mil los que se pasearon por el Hiopódromo, espacio que, más allá de las críticas esbozadas por los responsables de cuidar a los caballos allí alojados (y que en declaraciones radiales denunciaron que la alteración, generada por los decibeles, les provocó distintas lastimaduras), por su comodidad y accesibilidad se amolda a los requisitos básicos de este tipo de encuentros.

Considerándola entonces como una primer experiencia exitosa, sería lógico pensar en una continuidad que, sí, debería contemplar algunas cuestiones ligadas con el reconocimiento a aquellos que hacen de esta una ciudad rockera. Porque, en definitiva, y lejos de todo chauvinismo, no son las bandas del momento las que hicieron de ésta una cuna del rock, sino más bien la actividad oculta, subterránea, de las cientos de agrupaciones que merecerían un mayor grado de visibilidad.

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