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Martes, 27 de marzo de 2007
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EL MUSEO DOMINGUEZ EN LA ESTACION FLUVIAL

Lo que mata es la humedad

Una docena de murales, todo dedicado al Paraná y de gran valor etnográfico y artístico, se deterioran por las filtraciones.

Por Beatriz Vignoli
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Los cuadros están en la planta de la Fluvial. Clementina, viuda del pintor, atiende por la tarde.

Ramón Domínguez tenía once años cuando su madre, Socorro de Villadeamigo, lo trajo a la Argentina. En un pueblito gallego de pescadores y mariscadores quedaba su padre, a quien jamás volvería a ver. Tenía dieciocho cuando en Rosario se casó con una mujer llamada Rosario, gallega ella también. En 1918 les nació Raúl. Vivían en Chacabuco y Zeballos, no lejos del entonces puerto de cabotaje donde Ramón, tres o cuatro décadas más tarde, operaría el martinete con que se clavaron los 130 pilotes sobre los que se levantó la Estación Fluvial. Desde chico, Raúl acompañó a Ramón en sus visitas al Paraná. Lo cruzó. Conoció a los "mal llamados mariscadores" que juntaban caracoles del río, no del mar. Conoció a doña Apolinaria, la partera de la isla. Fotografió, dibujó, pintó, enseñó, escribió dos libros, recolectó especímenes y vocablos con una pasión por la naturaleza regional muy rara en estas tierras y en este siglo. Los isleños le donaron tesoros de su tecnología: un filtro de barro cocido que logra excelente agua potable sin cloro ni miles de dólares de por medio, una silla de cadera de vaca que permite sentarse a tomar mate y ver el atardecer con la base del espinazo a 30 cm del piso. Yoguis, ergonomistas y mundo preocupado por las guerras del agua que se vienen, a tomar nota: no hace falta cruzar el río para ver estas maravillas, ya lo hizo el pintor Raúl Domínguez.

Clementina, su viuda, atiende de tres a siete y de miércoles a domingos el museo privado que su fundador dio en llamar "El Paraná y las islas". Queda (y no es casualidad) en la Estación Fluvial, planta alta, entrando por la fachada sur. Alberga, además de los artefactos isleños y las obras didácticas, una valiosa colección de los paisajes al óleo del maestro. Impresionistas en el estilo realista de los macchiaioli, fueron pintados del natural en su estudio isleño del Charigüé, al que Domínguez bautizó "El Chaná" en homenaje a uno de los pueblos originarios del lugar. Una maqueta en escala y un magnífico paisaje titulado "El ocaso", todo obra de Domínguez, lo retratan.

Hoy también museo, el antiguo taller isleño estuvo abierto al público mientras funcionó el servicio de lancha. Desde las ventanas del museo de esta orilla, que alguna vez fueron las de las oficinas del hidroavión, se divisa el puerto a donde en otros tiempos llegaban naranjas desde el Paraguay. La vista es una falsa marina impresionista, invadida de azules: hacia las siete, ahora en otoño, nada salvo esa luz crepuscular ilumina el lugar.

Clementina teme que si enciende la luz eléctrica, un nuevo cortocircuito rompa los tubos fluorescentes, como ya sucedió antes. Gastó en electricista y en tubos hasta que se enteró de que la culpable de los cortos era la humedad de las paredes. Ha sumado a los objetos del museo unos muy posmodernos baldes azules, donde contiene las goteras del techo. Cosas de la modernidad: las ex oficinas del hidroavión estuvieron muy abandonadas hasta que en los años 60 se firmó el comodato que las cedía como museo cuando Domínguez donó doce murales a la Fluvial, de los cuales hoy pueden verse seis. Los otros seis están por ahora guardados en una sala cerrada donde quedó también la salida de emergencia: no es de extrañar que doña Clementina prefiera la penumbra a que salte una chispa, considerando que entre lo exhibido hay chozas con techos de paja.

"La humedad es así", le resumió el ingeniero Magno, gerente comercial y operativo de la Fluvial, a la doctora Leonora Picazo, quien explicó a Rosario/12 el delicado estado del edificio herido por el agua. El Enapro (Ente Nacional Puerto Rosario, al que ella representa) y el concesionario Claudio Caprile configuran el doble régimen público y privado al que está sujeta la Fluvial. Todos están trabajando desde hace casi un año en resolver el tema. Caprile se hace cargo de las reparaciones y las verifica con escribanos. El trabajo es lento porque incluye los tiempos necesarios para la investigación de los ingenieros del Enapro. "Va a llevar su tiempo", explica Picazo. "No es posible determinar de manera simple por dónde vienen las filtraciones. Cada arreglo que se hace, hay que esperar a que vengan un par de lluvias fuertes para ver cómo reacciona el edificio. Es de la época de los muelles franceses, con fallas de concepto en su construcción: entretechos, cámaras de aire. Además de los problemas estructurales están los causados por el uso (responsabilidad de los subcontratistas) y los climáticos, como los daños en la membrana provocados por la pedrada. La idea no es poner parches transitorios sino lograr, en la medida de lo posible, una reparación definitiva".

Viuda e hijos del pintor cobran un subsidio municipal para gastos de mantenimiento, que alcanza para la limpieza y el cuidado general. Fue emitido por decreto del Concejo en 1990, en vida del artista, quien falleció en 1999. De ese año y el siguiente datan otros dos más, ejecutivos esta vez, que elevan la suma mensual a $ 830,72 y la extienden mientras dure la labor en el ex taller y aún museo. "No nos quejamos", suspira Clementina. "Algo es algo".

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