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Miércoles, 16 de mayo de 2007
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El tránsito desde el Yo lírico a ese compartir con los demás

Así podrían interpretarse las dos partes en las que se divide el libro de poemas de Antonia Taleti, Río de paso. El trabajo fue publicado por Nuevohacer, Grupo Editor Latinoamericano.

Por Sonia Scarabelli
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Taleti, reside en Rosario, es poeta, ensayista y profesora en Letras egresada de la UNR. Este es su segundo libro de poemas. Sus trabajos de crítica literaria se estudian en el extranjero.

Taleti, quien reside en nuestra ciudad, es poeta, ensayista y profesora en Letras egresada de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR. Ha dictado clases de Literatura Española y Teoría Literaria, y actualmente coordina talleres de lectura y escritura. Sus trabajos de crítica literaria han sido editados por universidades nacionales y extranjeras. En 2003 publicó Itinerarios de lectura. La narrativa de María Elvira Sagarzazu (en colaboración) y La voz que nunca alcanzo (poesía), en 2004.

Río de paso, como señala Cati Castaño, "transcurre en un topos [...] luminoso y oculto a la vez", es aquel del tiempo, pero, más aún, aquel "del tiempo dentro del Tiempo", es decir, el que resulta de lo vivido, sentido, visto; ese que, lejos de situarse en un espacio conjetural, abstracto, deposita en nosotros fragmentos, pequeños claros de experiencia que intentamos asir aquí y allá con las palabras, para trazar la senda siempre móvil y cambiante de lo que llamamos nuestra vida. Modesta posesión que no cesa de volcarse en las aguas de un misterio mayor, el de nuestra existencia en el mundo ﷓inseparable de nuestra existencia en el lenguaje﷓ y el de nuestra finitud.

En este sentido, las dos partes que integran el libro, "De río y mar" y "Gente de paso", componen una escena de tránsito cuyo eje está dado por el descentramiento y la gradual apertura del yo lírico hacia un espacio compartido no sólo con lo Otro, sino con otros. La voz remonta ese "Furor de olas para borrar / huellas en la arena / débiles rastros", que el elemento "agua" parece cargar como atributo primero, y alcanza la orilla cercana, ésta del presente, donde la belleza y el dolor entraman la epifanía paradójica de lo humano. Paradójica porque su intensidad, su fuerza para marcar la mirada y la memoria, ocurre en el centro de la afirmación mayor de su fugacidad, de su carácter perecedero; y es entonces cuando el tiempo opera un nuevo retorno en la palabra para ser nombrado no sólo como pérdida, sino también como ocasión de ceñir la huella pequeña pero pertinaz de todo lo viviente, su secreto paso de baile. Escribe Taleti: "Vuelve la tarde como cada tarde / abismada en el borde rojo del geranio / se expande sinuosa la superficie / y unos fragmentos lancinantes / se sumergen. / Ni rescates ni turbulencias / la caída, una lenta danza". Es por esto, y por su continuo volverse con una mirada de reconocimiento hacia la amorosa fatalidad de estar tan unidos en la extraordinaria diferencia, que Río de paso conmueve en un crescendo que, simultáneamente, elude todo exceso. De ello dan cuenta, por ejemplo, poemas como "Italiano", "Curiosidad", "Rojo en semáforo" o "El vendedor de plantines", en los cuales el detalle pareciera tomar a esta voz contemplativa con la fuerza de una revelación. Y esa revelación no se resuelve en una trascendencia borradora de límites; anota la crudeza de lo vislumbrado, la carencia, pero también suspende la elegía, para tentar la suerte de un heroísmo no menor por volcado hacia lo cotidiano, adelantarse al tiempo, como en estos versos de "Italiano": "[...] Ella dibuja su recuerdo, / gira inmóvil la tarde / mi abuela canta en silencio / la bella lavanderina / que lava i fazzoletti / bailo, río / guarda in sú / guarda in giú / ahora salto, hago una reverencia / escapo de los mosaicos verdes / antes de que me atrapen. / Mi abuela sonríe / húmedos los ojos, en la cocina".

'Escapar antes de ser atrapados' no es burlar al destino, sino más bien interrogar el significado de su música, aceptar este estar "en el baile extraño" que diría Martí, el mundo; aún si de vez en vez, como señala Taleti, "Detrás del cristal que lo enmarca / ciego el navegante sueña / barcos en un puerto perdido". Es decir, hacer de la experiencia del instante una suerte de reserva, un refugio en la anterioridad del naufragio, que, sin negar la inminencia de la pérdida, mantenga fresco el sentido de la parte que nos toca, con todo y los desgarrones de la pena propia y común. Así, la voz que sostiene estos poemas resiste una y otra vez el gesto melancólico para recordarnos a su manera el desafío inmemorial: "La cascada se lanza / y te sumerges. / El tiempo es único y es tuyo".

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