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Lunes, 18 de junio de 2007
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LA TERCERA PARTE DE SHREK, POCA FANTASIA, MUCHO MERCHANDISING

El ogro que quiso ser rey y no padre

Por Leandro Arteaga
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El monstruo verde y una de las aburridas escenas de Shrek Aquí el personaje evita toda sospecha de conducta antisocial.

Shrek Tercero (Shrek The Third) EE.UU., 2007

Dirección: Chris Miller, Raman Hui.

Guión: Andrew Adamson, Howard Gould, Jeffrey Price, Peter S. Seaman.

Música: Harry Gregson﷓Williams.

Montaje: Michael Andrews, Joyce Arrastia.

Voces: Mike Myers, Eddie Murphy, Cameron Diaz, Antonio Banderas, Julie Andrews, John Cleese, Rupert Everett.

Duración: 92 minutos.

Salas: Monumental, Del Siglo, Village, Showcase.

Puntaje: 4 (cuatro).

La verdad es que Shrek nunca me gustó demasiado. No porque sea un ogro. De hecho, que vivan los monstruos antes que todo héroe. Pero con Shrek lo que está de por medio es una fórmula, un concepto que, como premisa, funcionó en su primer film y encontró un agotamiento rápido. Shrek es, antes que nada, la reacción de los estudios Dreamworks al éxito digital de las magníficas películas Pixar (Toy Story, Monsters, Inc.), ingeniosas y de guiones elaborados. Shrek (2001) se propuso como una mezcla de burla intencionada y de bufonada gratuita. Sus víctimas fueron los personajes de los cuentos de hadas, junto con los trillados lugares comunes de sus historias. Hubo quienes sostuvieron que con Shrek no sólo reían los niños, puesto que también había "chistes de doble sentido para los grandes". En fin, que me quedo -para toda la vida- con Laberinto (1986), parábola muppet de la niña pre-adolescente, el rey rockero (¡David Bowie!), y las presiones familiares.

Pero volvamos al monstruo verde. Podemos decir que la primer Shrek tiene un atractivo que, con la segunda entrega, se oscurece demasiado pronto. Allí, el ogro hubo de reconciliarse con la sociedad mediática y con el mundo del espectáculo. Sus dardos se volvieron chistes simples, parodias graciosas que no hacían más que ratificar el lugar del personaje en el mundo del entretenimiento. De modo tal que, en Shrek III, el personaje se va a ocupar de solucionar toda posible sospecha de conducta antisocial.

En otras palabras, que de lo que se trata es de ser padre y de ser rey. Y papá es como un rey. Entonces Shrek hará lo posible por evitar su primera responsabilidad -un tal Arturo, quién más, para que ocupe la corona- mientras trata de conciliar sus pesadillas con la tarea familiar inmediata. Y en el medio de todo ello, los lugares acostumbrados dentro del universo Shrek. A saber: Merlín como un hechicero lisérgico que utiliza símbolos hippies; Arturo como vaya uno a saber qué, puesto que son pocos los rasgos que lo identifican con su leyenda; las "chicas" de los cuentos que se peinan mientras pelean como karatekas; el Prince Charming que es un soberano idiota; y no mucho más. Junto con temas musicales descontextualizados, acordes con un pastiche estético en donde la mezcla de referencias deshistoriza tanto personajes como contextos. ¿Y todo ello para qué? Para encontrar un desenlace que, adivinaron, será tan feliz como aquellos otros de los que Shrek decía burlarse.

A diferencia de Pixar, donde rebosan la imaginación y las buenas historias, Shrek se revela como una cáscara vacía. La atracción que suponía la técnica digital ya es un paso superado. Es más, Shrek III no ofrece demasiado atractivo en este sentido. Entonces, ¿qué es Shrek? Me corrijo. No es una cáscara vacía. Sino una mentirosa serie de películas tramposas, llena de merchandising y de nuevas secuelas que prometen ser, todavía, peores.

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