Como un álbum doble conceptual: asà es la excelente y excéntrica muestra individual que el pintor rosarino Aurelio GarcÃa expone hasta el 5 de agosto en las salas 3 y 4 del Museo de Arte Contemporáneo de Rosario (Bv. Oroño y el rÃo). Titulada "FantasÃa de colores II" y subtitulada Elogio del ojo, la muestra contó en la producción general con Gabriela Giacomini, en la curadurÃa con la esposa del artista, MarÃa Soledad Otegui, y en el original montaje con el "co-artista" Hernán Molina.
Junto a sus discÃpulos del Taller de Palacio México de Buenos Aires, Hernán Molina transformó la austera sala del piso 3 del MACRO en un "salón champagne" pintado al estilo art nouveau y la del piso 4 en un "salón lavanda" art déco. En un ingenioso anacronismo que interviene sus paredes creando provisoriamente la ficción de un "museo dentro del museo", ambas están totalmente enteladas y profusamente decoradas a la manera de las antiguas salas de exhibición de arte anteriores a la "caja blanca" de la segunda mitad del siglo veinte. Coronado de emblemas industriales, siluetas de engranajes que simbolizan el progreso, el salón lavanda (o sala cÃvica) sigue un diseño de Aurelio GarcÃa que basó su patrón de empapelado en un dibujo de DarÃo Homs, quien también escribió uno de los textos de catálogo; los otros dos son de GarcÃa y de Xil Buffone.
Para el salón champagne (o sala estético religiosa) los motivos decorativos, provenientes de varios archivos de imágenes que incluÃan fachadas de Rosario entre otras fuentes como Klimt, Mucha o el modernismo catalán, fueron desplegándose siguiendo el capricho o la inspiración de los artistas MarÃa E. Andreu, Elizabeth Ferreyra, Paola Giudice, MarÃa Iturralde, Verónica Livy, Marcela Palacios, Lázaro Petrucci, Ricardo Ponzio y Alcira Stork, integrantes del equipo de Molina. La idea se les ocurrió a él y a GarcÃa "el verano pasado mientras mirábamos las estrellas del cielo que rige el Lago Gutiérrez", como escribe este último.
Similar lógica revisionista siguen dos de las pinturas de tema estético en la sala champagne, que continúan la ficción de pintura dentro de la pintura como en un juego de cajas chinas. En "Homenaje al Cuadrado Negro" (el de Kasimir Malevich, por supuesto) y en "Mondrian y cerditos", estas austeras obras modernas son citadas sobre densos planos decorativos. El Cuadrado Negro es venerado por unos "niños ejemplares" copiados de un misalito Regina (devocionario español de los años 1950) sobre un fondo de mayólica andaluza, y todo en vibrantes colores psicodélicos con espeso empaste. Estas pinturas parecen a primera vista ucronÃas estilÃsticas, mestizajes de un eclecticismo inverosÃmil.
Pero la intención del autor, como cuenta éste a Rosario/12, fue recrear el contexto histórico en el que se habrÃan visto por primera vez las obras vanguardistas. "El primer burgués que compró un Mondrian lo colgó sobre un empapelado estampado del 1900, no sobre una pared blanca lisa. Fue en ese entorno donde la vanguardia realmente innovó y tuvo sentido: fue novedad por defecto, no novedad por decreto", reflexiona. GarcÃa honra además la tradición modernista local en "Interior con Pantera Rosa y Serón", donde las "señoras formas" del maestro rosarino cuelgan sobre un fondo vorticista a lo Wyndham Lewis muy caracterÃstico de dicho dibujo animado. A Aurelio GarcÃa le interesan mucho las maneras en que la cultura de masas se apropia del arte mayor y lo estiliza; según su concepción netamente pop y posmodernista del arte, esta migración no degrada la forma original. "Algunas obras de Eduardo Serón me hacen acordar a la Pantera Rosa; digo esto con gran admiración por Serón, aunque a él esta asociación pueda resultarle inapropiada", aclara.
A excepción de 8 obras, las restantes 18 composiciones de las 26 que integran la muestra son simétricas, resaltando asà la artificialidad del arte. La pintura de Aurelio GarcÃa es una usina de pensamiento donde, con ácido humor, no cesa de ponerse en obra la tesis de Peter Burger sobre los ritos de culto como origen del arte; en su sentido amplio, este no excluye el kitsch soviético, ni el peronista. Con ambos se ceba GarcÃa en la sala cÃvica. AllÃ, el chiste de jugar con la ambigüedad de la frase "elevar las masas" le da pie para componer un envase de polvo de hornear Royal que serÃa absolutamente Warhol si no fuera porque incluye los retratos de Marx, Engels y Lenin ("no pinto a Stalin ni a Hitler", declara) junto a una serie de paródicas consignas. Y la santificación de Evita tiene su trÃptico, como también lo tienen en la sala de arriba Jesús y sus apóstoles: estos últimos, en el dÃptico de la Ascensión y Pentecostés que se completa con una Ultima Cena donde aparece Jorge de la Vega multiplicado, despliegan una sutil coreografÃa de music hall a lo Mel Brooks gracias a la repetición de poses manieristas cargadas de un humor que fue involuntario en el original. De dos Cristos de Gustave Doré ("copiados textualmente"), uno alude a la ira divina que se descarga contra los mercaderes del templo: yuppies 2D vestidos como polÃticos españoles del gobierno de Aznar. La irreverencia ante las vacas sagradas se continúa en el salón lavanda, donde el Che Guevara lleva puestas las orejas del ratón Mickey ("una obra de 1995 que fue el origen de todas las demás") o amenaza al espectador con una pistola al grito de "¡No soy Bob Marley!". Y el kitsch religioso tiene su santoral ficticio con biografÃas inventadas.
Aurelio GarcÃa nació en 1964. En los años 90 formó parte del grupo Rozarte y de los orÃgenes del arte digital en Rosario. En agosto de 2001 emigró a Valencia (España) de donde regresó al cabo de cuatro años, radicándose en Lago Gutiérrez, cerca de Bariloche. A diferencia de otros plásticos que abandonaron la pintura por las nuevas tecnologÃas gráficas, GarcÃa emplea a estas últimas como borradores: compone las obras en la computadora y después las copia fielmente en acrÃlico sobre lienzo, con gran cuidado técnico y control. Su obra renueva el arte pictórica mediante un flujo de imágenes y tipografÃas provenientes de medios "frÃos" como la televisión, Internet o el diseño publicitario y comercial. Mediante su pintura post conceptualista, erudita y sensorial a la vez, GarcÃa reinventa paródicamente la tradición del arte religioso para deleite de espectadores bien informados acerca de lo culto y lo popular. En su militancia a favor de la pintura hasta se permite la exquisitez de integrar imágenes fotográficas mediante tramas, que reproduce con puntos del pincel, para mantener sin intrusión de collage ni estampa la homogeneidad del medio elegido. En dos "alegorÃas" de la sala champagne, GarcÃa ironiza sobre la muerte y resurrección de la pintura. Los Ãconos citados son esta vez el ready made más escandaloso de Marcel Duchamp y el fotograma más famoso de El perro andaluz de Salvador DalÃ: la divinización del ojo asesinado denuncia un arte que renegó de la mirada, pero un Velázquez con todos los colores del arco iris en su peluca renace triunfante desde adentro del célebre mingitorio dadaÃsta.
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