Evocar los significados de una postal detenida es tarea simple: me tiro boca arriba sin culpa por el ocio y elucubro el paso del tiempo como si fuese una araña durmiendo la siesta. Recién hablé con un amigo y quién sabe porqué acabamos hablando de las figuritas. Coleccionarlas era furor en las barriadas. Cualquiera las coleccionaba si tenÃa una familia dispensiosa en regalar. El asunto era la estrategia para conseguirlas sin gastar un peso. Y se las obtenÃa no con el robo o lo espurio, sino con el arte del combate, la lucha donde se premiaba la punterÃa, el tezón, la fortuna, el calibre y elección de la plaza de armas. Se usaba en la empresa un muro antiguo, los fondos de una fábrica o el cordón mismo de la vereda. ConsistÃa en parar una determinada cantidad de figus, pongamos diez para el caso, lo mismo que el contrincante. Luego de verificada que estaban bien alineadas se retrocedÃa hasta un lugar pautado de común acuerdo y mediante un sorteo breve se establecÃa quién dispararÃa primero. ¿Con qué? Con una piedra, el borde un mosaico o bien, los más avezados, con su propio instrumento de lidia, vale decir un puntie. PodÃa ser una bujÃa, un trozo de hierro, algo sólido, algo consistente que nos avalara con su presencia.
Tal preciado objeto era de un valor incalculable para su dueño, pues consistÃa en ser el ente mágico y único que nos podrÃa ofrendar la gloria o la humillación según su uso. Andaba en un hueco secreto de nuestros bolsillos y solo salÃa a relucir segundos antes de la pelea. PodÃa ser maldecido, ojeado o lo más terrible: hurtado o extraviado, lo que equivalÃa para el desafortunado una pérdida horrorosa. La pareja de duelistas estaba lista y empezaba la batalla. Surcaban el aire los punties y según su caÃda se hacÃan mediaciones, se otorgaban prendas voceadas antes que el rival, tal como retroceder al punto de tiro si el proyectil caÃa de una forma u otra.
Una complicada red de códices señeros que incluÃan el grito, el apremio, la invocación de ciertos pasos, nombres y artes alquÃmicas del lenguaje y que debÃan cumplirse en el campo con honor en la victoria y con resignación en la derrota. IncluÃan las frases que determinaban un movimiento u otro complejo para el ignaro tales como "con endere", "penado pasando cabeza" "choquito vuelve al tiro". Una lingüÃstica bélica, atenta y fulmÃnea. De ese manojo dependÃa la felicidad arrancada con la punterÃa. Era conmovedor ver álbumes donde estaban pegadas figuritas todas acribilladas, con los bordes mordidos para la piedra, como semicadáveres o moribundos congelados con engrudo y expuestos luego de una fragua guerrera: pero allà en ese papel barato, pegadas en el número que correspondÃa estaban como muestras del coraje, la astucia, la fortuna y el deseo.
!Con qué amor se disimulaban las heridas, con qué opaciencia se enderazaba el cartón lastimado, con qué fervor se las unÃa saneándoles heridas, humillaciones o sinsabores! Recuerdo partidas memorables que culminaban con la ausencia de luz o con un contrincante en bancarrota pidiendo a su adversario crédito o algunas trompadas o el "arribatiña", un gesto de bajeza que consistÃa en que un advenedizo de la barra perdidosa al ver a su jefe cayendo en derrota aplicaba un golpe de manos sobre el victorioso para que la figus, al rodar, quedaran para el que más avidamente las recogÃa y luego el desbande, cada cual con su rapiña a cuestas.
Cuántos chicles, alfajores o cigarrillos evité para alcanzar con el dinero para ver si embocaba la inconseguible en una de las raras veces que que me podÃa comprar paquetes de figuritas. El auténtico experto las obtenÃa con su arte, con su puntie, su ojo de águila y su temple. Era de débiles comprar: se las ganaba con la lidia y por más magulladuras que obtuvieran tenÃan un valor inexplicable, rebosante de orgullo. Nunca pude llenar un álbum, me faltó suerte, dinero y punterÃa. Pero puse empeño, saña, trampa y fe. Ya no se recobran ni el amor perdido, ni la razón menos aún la juventud. La salud va y viene, el deseo también y muy poco la sensación exacta de quiénes éramos. Pero de vez en cuando, como un regalo express de la felicidad, viene a mi, la postal de quien fui, la fragancia perfecta, el dibujo exacto. Un deja vú, breve que se esfuma con solo soplarlo. Borges, en un poema escribió que la lluvia le hacÃa recordar a su padre. A mi observar algunas paquetitos de figuritas expuestas pegadas en algunos kioscos me lleva a evocar los punties, como si alguno, exacto, hermoso y eterno, hubiera quedado dentro mÃo y es el que intenta guiar el disparo perfecto, el que me dará felicidad, salud, amor y alcanzará de un golpe seco, sin rasgar a la figurita exótica, la más bella, preciada, amada y maldecida, la lunita de cartón más secreta concebida en el imaginario taller del Cielo donde se fraguaba una sola, la mejor, la más hermosa, la "difÃcil". Tan parecida a un amor imposible.
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