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Viernes, 21 de septiembre de 2012
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El Paraná baja

Por Bea Suárez
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"...Seguir la noche sentado en la barranca,/ una ligera paz en el corazón.../ Pero la noche se busca más allá de sí misma, amigos,/ y aquellas huyentes criaturas que no alcanzarán las estrellas.../ Pero hay otras criaturas que huyen esta noche bajo el fuego de los hombres/ porque los suyos defienden las formas inmediatas y sencillas/ de su acuerdo con el universo: su paisaje y su casa,/ con todo lo que surgiera de su inocente y honda amistad con éstos,/ destacándose o disolviéndose en su sangre cantante;/ porque ellos defienden las formas de su alma, o estetas,/ o la eternidad viva de su alma, o poetas amantes de una eternidad rígida,/ muerte mezquina que os impusieran a vuestros sueños que creíais soberanos..." Juan L. Ortíz.

El Paraná baja.

Trae sabiduría; festival de confianza de los pueblos del norte.

Baja. Baja tejido, ahogado, temblado y fatídico, a saludar a Rosario con los remos de un ángel.

Es frágil el navío de mi escritura; él, como yo, no vamos hacia modernas tecnologías, desviamos el rumbo hacia casas de duendes con alhelíes, lejos, bien lejos los clarines de guerra.

Es una corriente eterna pero también una visita a casa. Va el rojo de los ceibos, constelaciones de nidos, pobreza, alegría de un pasar arborícola, mariposas, pájaros con bocas de fuego que cantan, y por último promesas. Todo con el surubí dorado que, navegando a mi lado, hace azul al camalotal.

Mi terror disminuye cuando el barro cerámica aparece, dejo de preguntar de dónde vengo, pequeños gritos raros de las olas dan respiro.

El Paraná lejano merodea la ciudad, la acaricia terriblemente, como un rebaño. O un padre. Hace una compañía imperceptible, saca del sepulcro algunos tormentos, resta metal, suma manzanillas dulcísimas.

¿Cómo será el país bajo sus aguas, en ese envés de terraza que es su lecho? ¿habrá escamas, libros, pensamientos, sueños, valores cívicos, harpías o nada?.

En Misiones ingresa, ahí se hace argentino, pasa la aduana de unos pescadores que roen en familia el agua.

Baja cansado y codiciado por extranjeros, dicen que van a vender el agua a no sé cuántos dólares el litro. Me parece imposible. Agua de la Argentina que se vende, de un lecho propulsado a cántaro y poesía, agua que tiene naranjales y gladiolos, agua ante la que, esta rosarina que soy, cae de rodillas.

Un río en un planeta, en un universo, en un discurso.

Si le sacan el corazón sale uno de patí, un dardo de luna de noche de viernes de pena de amor de magia de fuerza. Y así sucesivamente.

El Paraná baja para morigerar la angustia, se nota porque la gente apoya sus codos en los kilómetros y kilómetros de barandas, como diciendo adiós con los ojos, pero a la vez, en el establo mineral de las urbes, mejoradas por eso.

Pero el río también envuelve con la seda de su nombre a la ineludible y sensitiva existencia de algunos, lleva humildemente a los humildes, pierde con irreverencia a ciertas lanchas.

Su borde es el borde de algo definitivo.

Cuando, inmóvil y muda, quedo paralizada ante el caudal, él parece devolverme una gracia de humo indefenso, un gozoso olor.

Los dioses nos lo ofrecieron en esta jarra de hadas que nos protege de la desolación. De más desolación.

No te detengas, Paraná, los viernes, no te detengas por equivocación, caerían paracaidistas las flores todas juntas, y loros pequeñísimos, a salvarte la vida, a ofrecerte un amor de nena recién nacida.

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