Ella- Discó su número para estar con él sin correr el riesgo de estar al lado suyo. Empujada contra el tiempo que él se tomaba para llamarla, su decisión se apoyaba totalmente en una no acción de él. Sintió inesperadamente lo arrasador de tener los propios motivos almacenados en un hombre y discó.
El- Miraba televisión y sonó el teléfono. Como nunca interrumpÃa algo que estaba haciendo por hablar con una mujer mantuvo la simultaneidad de esos sucesos en paralelo. PodÃa hacer dos cosas. Pero no podÃa hacer sólo una.
Ella- SabÃa que él nunca dejaba ninguna de sus cosas por ella. Si la intención de él hubiera sido mostrarle la poca inquietud que su llamado le producÃa, lo que en realidad le mostraba era cómo podÃa incluirla en su vida (y, ella, entendió esa indiferencia como nadie jamás lo habÃa hecho).
El- Habló muy poco en una llamada muy larga. AbrÃa paréntesis de silencios porque no entendÃa que alguien llamara por llamar, no para comunicar algo. Le costaba pensar una acción valiendo por su mismo movimiento vaciada de todo tema (pero la admiraba sin decÃrselo por esa calidad de sus comportamientos de la que él carecÃa).
Ella- Ahà la presencia de ella era más fuerte. AhÃ. En el silencio de un verbo en infinitivo que no conjuga otro tiempo (sólo "llamar").
El- Su ausencia no era light; a veces le pesaba esperar ser llamado.
Ella- Ya que se habÃa atrevido, prolongó demasiado ambas cosas (el silencio y su presencia) para seguir permaneciendo cerca.
El- De pronto, por temor a quedar muy lejos, le preguntó: "¿Te dormiste?".
Ella- Le contestó: "Te dije que no" (y quedó inmediatamente intrigada por el pasado al que ella misma se habrÃa referido) inventando un "no" dicho antes para abrir el espacio de decir algo nuevo ahora. Escuchó el murmullo del televisor de fondo pero más próximo el murmullo de la voz de él. Tal vez le dijo: "No. Estoy acá"; o, tal vez le hubiera gustado responderle asà pero la emoción de escucharle decir que podrÃan haber estado durmiendo juntos y la suavidad del tono de la voz de él para no despertarla hablándole al oÃdo dormido fue tan profunda que empezó a ser superfluo el hecho de haberlo llamado, también el de seguir conversando por teléfono y todavÃa más el de seguir comunicada por el silencio.
El- Deseó súbitamente tenerla con él. No se lo dijo para no decÃrselo. O sea, para no explorar un tiempo infinitivo con su "decir". Porque su temor más pesadillesco (que bien podrÃa haber impulsado su pregunta) era el de aburrirla. Para espantar esa sombra en él, se apuró a iluminar su pensamiento con ella. Apenas un asomo de algo asà como un sentimiento surgió increÃblemente en el segundo en que quiso recordar alguna parte de su cuerpo y no pudo. Tampoco alcanzaba una imagen fiel de su cara. Ese vacÃo desesperante casi llegó a mudar su reciente deseo en amor. Quedó helado por la variación desenfrenada de sus afectos que no parecÃa apoyarse en nada para pivotear sobre el ritmo cardÃaco. Pensó proponer cortar porque seguramente ella volverÃa a llamar. Sólo cuando pisó sobre la baldosa segura de esa idea no le importó perderla.
Ella- Aceptó la despedida sumisamente para quitar la acción de haber llamado ella y para salir huyendo de su cama. Pasó la tarde con cierto pudor por la intimidad alcanzada junto a alguien a quien, en realidad, conocÃa poco.
El- Para no pensar en lo que habÃa estado dispuesto a renunciar, se consoló en la frase de que, si realmente estaba interesado en él, ella lo llamarÃa otra vez. (Perdió la pista del dial que habÃa sintonizado de repente por reducir el amor a la prueba de su llamado); y, ahora, en la despedida, antes de colgar, por primera vez, fue él quien almacenó sus propios motivos en una mujer.
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