Dreuty dejó la peluca sobre el sofacama y se dirigió con firmeza pero a paso lento hacia el baño, se quito la transpiración con un pedazo de papel higiénico y luego arremetió con el rush que le empapaba los labios. Mientras lo hacÃa, pensó que si hubiera una cámara filmando la escena, serÃa, el que se desarrollaba allÃ, un espectáculo desopilante y que cualquiera lo hubiera podido confundir con una trabajadora de Mitre y Pasco en su regreso a la desolación del hogar después de una noche de larga caravana. Mientras que nada de eso ocurrÃa ahora, ya que el Panza regresaba de la fiesta de disfraces de Leonel Pardunio, un chofer de la 107 que conocÃa desde la primaria y que como cada 5 de enero repetÃa el rito de convocar a familiares y amigos a su fiesta de disfraces en el camping de Granadero Baigorria.
Dreuty arreglaba antes con un amigo para que lo pasara a buscar. De todas formas, temÃa el instante previo a subir al auto, que algún vecino descubriera ese cuerpo fofo embutido en unas calzas extraÃdas de un catálogo de la vulgaridad. Más allá de que temiera aquello, el barrio ya sabÃa que los 5 de enero Dreuty se asomaba disfrazado a la puerta a eso de las 21 y corrÃa hacia un vehÃculo estacionado con la puerta abierta. La mayorÃa se deleitaba con esa imagen, escondido detrás de las cortinas o de un árbol. Algunos osados, al otro dÃa, preguntaban irónicamente ¿qué tal la cita de anoche? A lo que Dreuty respondÃa con una puteada entredientes.
Pardunio era flaco y largo y tenÃa problemas de espalda ya que habÃa comenzado a trabajar de joven en el bondi, en la época del boleto y el vuelto. El antebrazo derecho era como el de un tenista, más ancho que el izquierdo, porque el colectivo 18 de la 107 siempre tuvo problemas con los cambios y entonces era como hacer fierros. Por eso estiraba la segunda y trataba de no parar del todo en las esquinas lo que obligaba a los pasajeros a tirarse o a subir corriendo.
Al Panza le gustaba esperar el paso del 18 para viajar gratis y además ponerse al dÃa con Leonel. Por otra parte, Pardunio era simpático y ya tenÃa junadas algunas pibas que subÃan a una hora determinada y con las que cruzaba algunas palabras. Esto le permitÃa a Dreuty colgarse y meter algún bocadillo. Las invitaba a la fiesta de Pardunio, invitaciones que por lo general no surtÃan ningún efecto. Sin embargo, habÃa sà en los ojos de Miriam la señal de una pequeña posibilidad. No negaba del todo la invitación del Panza, se bajaba por adelante, saludaba con un beso a los dos y encima desde la vereda agitaba las manos como si estuviera en la Terminal despidiendo a un grupo de egresados. Miriam era una treintañera que odiaba el licor de huevo, hacer pis en los bondis de larga distancia, los jugos artificiales de naranja, el sonido de las panderetas truchas, ya que hacÃa flamenco y sÃ, le gustaba agarrarse del caño de arriba, no el de los asientos, lo que quiere decir que era grandota. Pardunio la definirÃa en una de las charlas asÃ: Espesa. Miriam era la que sacaba la mano entre el grupo de gente que esperaba debajo de la garita los dÃas de invierno, era la que dejaba pasar a los mayores y nunca viajaba sentada y eso que iba desde CristalerÃa hasta 27 y Entre RÃos. Aprovechaba el largo trayecto para hacer ejercicios con la pantorrilla, undos, undos, muy despacito para que nadie la viera. Miriam tenÃa nariz desproporcionada y cuerpo de aguja, eso al Panza le quitaba el sueño y cuando podÃa conciliarlo la tenÃa allÃ, en sus brazos o salÃan a pedalear por la costanera o a tomar un cortadito. Sueños que después el Panza transmitÃa a Pardunio, que escuchaba mirando por el espejo cargado de peluches.
El 10 de Diciembre, con la piel tostada y olor a bronceador Miriam aceptó la invitación del Panza a las 15:30 al arrojarse del bondi en movimiento. El Panza era un nene, puso cara de chicle y bajó en el primer bodegón a clavarse un liso para festejar. Todo lo demás fue esperar al 5 de enero, Navidad y Año Nuevo pasaron sin gracia, la verdadera celebración era en el Camping.
Leonel le dijo: tenés que vestirte de mina, eso a las pibas les encanta. El camping de Baigorria parecÃa el Jockey Club, habÃa antorchas encendidas, mesas redondas con manteles desbordados, barman, djay, y los disfrazados que empezaban a llegar, allá una de mujer maravilla, el policÃa, el jugador de fútbol y el Panza, una risa, las calzas apretadas, la busarda cayendo desbordada como el mantel y más arriba un escote con tetas de mentirita. Igual era felÃz y miraba hacia los lados buscándola.
Pasaba el tiempo y no habÃa señales de la medida Miriam. Dreuty enfiló para los baños silbando para despistar, no querÃa mostrarse intranquilo. Mientras meaba escuchó unos susurros que se filtraban por la ventanita del baño, se acomodó las calzas y salió. La imagen, si bien cómica, no dejó de ser un shock para Dreuty. Se topó con Superman sobre Caperucita roja, que tenÃa la pollera sobre unas pantorrillas de corredor de maratón. Un superman devaluado, como si tuviera un collar de criptonita, con la espalda encorvada, que ahora no tenÃa espejo para mirar a Dreuty.
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