Los animalitos, pacientes aunque no dóciles, esperan que nos despertemos: allà están el dinosaurio de Monterroso, el monstruoso insecto de Kafka, la mariposa de ChuangTzu y tantos otros que se escapan de mi memoria. ¿Y si no pudiésemos despertar? ¿Hasta cuándo nos seguirÃan esperando los fieles guardianes de nuestro descanso? ¿Y qué animalito me espera ahora mismo, mientras los calores húmedos de finales de invierno me aplastan en una somnolencia incómoda y pegajosa? Sueño con mi viejo amigo Nicanor Pérez y cuando despierto (decepcionado, descubro que ningún animalito parece estar allÃ) escribo esos sueños, creo que en ese orden pero la verdad es que no estoy muy seguro.
"El sueño bien podrÃa contarse asÃ: después de tomar un café bien negro, espeso, Nicanor Pérez mira la extensa extensión de su mesa de trabajo, repleta de libros, papeles sueltos, sobres abiertos y sobres sin abrir, cajas con lápices y otras, de madera, con lapiceras. También hay algunos diarios en los que ha marcado varios párrafos y, frente a su sillón, la máquina de escribir con una hoja puesta (una de las cuartillas de color gris pálido que tanto le agradan) que tiene solamente un par de lÃneas escritas. Por las tres ventanas de su pequeño departamento que dan hacia la calle apenas entra una luz leve, de algo parecido al amanecer. Como Nicanor es friolento, tiene puesta una bufanda gruesa color azul, con delgadas lÃneas verdes, que le rodea el cuello y le raspa la incipiente barba sin afeitar.
Después del café y del repaso de su "campo de batalla", mi viejo amigo enciende un cigarro y se queda quieto, detenido, mirando el humo. Detenido y pensativo: el humo del cigarro que se enrosca entre los lomos de sus libros, que acaricia con insólita ternura las tapas de sus discos y trepa por los estantes de sus bibliotecas hasta alcanzar algunas fotos y algunos adornos, lleva a Nicanor cuarenta años atrás. El cálculo de la época a la que regresa es completamente exacto, ya que por 1967 habÃa publicado un libro que ama particularmente. HabÃa sido un libro inaugural pero en aquel entonces pocos se habÃan dado cuenta. Sus libros anteriores no habÃan logrado ese lenguaje.
Ahora, en el momento de mi sueño, pasados cuarenta años, en otro siglo, Nicanor Pérez piensa, envuelto en el humo de un cigarro dulzón, que ya nada tiene demasiada importancia. O que tal vez sà tenga alguna, pero le resulta muy difÃcil saber de qué se trata."
"Soñé con la muerte de Nicanor Pérez. Espero que eso le prolongue la vida. Cuento el sueño, aunque sea sin su permiso, porque pienso que le causará gracia, o al menos no se enojará. Ignoro por qué creo que le causará gracia y también desconozco dónde diablos murió. Sà sé que alguien o algunos lo llevaron y lo dejaron acostado en la calle, que en el sueño no se me aparecÃa clara. Le habÃan puesto, groseramente aunque considero que con buenas intenciones, polvo de la calle (me parece que no era talco, que no podÃa ser tampoco harina ni tiza) para dejarlo bien blanco, haciendo juego con su pelo recién cortado. También le habÃan puesto siete flores de distintos colores en el cuerpo, arrancadas de un cantero cercano. No sé qué flores eran ni podÃa olerlas, pero le quedaban bastante bien.
Tiempo atrás (¿en otro sueño?) Nicanor me habÃa pedido, en medio de una generosa dosis de alcohol, que lo enterraran en el mismo lugar que Cachilo, en un cajón ordinario, cubierto de la tierra de la cual surgirÃan los gusanos que él querÃa que lo comieran.
Usted sabe me habÃa dicho aquella madrugada en la que hablamos de su entierro Roger Caillois afirma que el cadáver de un tipo puede alimentar una numerosa colonia de gusanos.
Brindo por eso le habÃa contestado mientras alzaba mi vaso, y recuerdo que pensé en quién de los dos morirÃa primero.
No conocÃa a todos los que estaban en el velorio, pero casi todos los que estaban lloraban, y lloraban en serio. Fernando Quaglia, con el último ejemplar de "el centón" dentro de una mochila negra, se lamentaba porque Nicanor no lo habÃa visto impreso; el Quique Gallego, con cara de enojado con la muerte; Santillán, con un poema listo para leer pero que no consiguió terminar; Rubén Plaza, escuálido y triste, con una botella de ginebra en la mano; Jorge IsaÃas, que miraba a lo lejos, envuelto en el humo de una vieja pipa; Mario Piazza, quien intentaba filmar algo pero finalmente no lo hizo; el Negro Ielpi, serio, con los últimos poemas de Philip Marlowe guardados en un sobre; el dueño de El Ancla y los muchachos de El Pez Volador y de Argonautas; también habÃa más de un fantasma, pero prefiero no nombrar a ninguno, y además en el sueño estaban borrosos, difusos, perdidos en los bordes de la imagen.
Sé que en algún lugar estarÃa mister Wingren pero por más que me esforcé no pude identificarlo. Y tampoco me animé a preguntar, uno por uno a quienes no conocÃa, si alguno de ellos era el detective que ayudaba a Nicanor en sus indagaciones. ¿QuedarÃa, entonces, su relato inconcluso? ¿Alguien se animarÃa a completar la historia de "Los criminales eruditos"? ¿ExistÃan más manuscritos ocultos con pistas para descifrar los enigmas, para armar el rompecabezas, para terminar de comprender las tribulaciones de quien yacÃa, inmóvil y muerto, esperando su entierro? Sospechaba que el personaje clave para responder a mis preguntas no podÃa ser otro que mister Wingren, ya que los amigos que Nicanor nombraba en sus últimos textos no parecÃan tener la misma importancia que el huidizo investigador.
DistraÃdo en mis elucubraciones, tardé en reaccionar cuando, para sorpresa de todos (o no tanta) el cajón se abrió y de allà salió el mismÃsimo Nicanor Pérez y mientras vociferaba palabras ininteligibles se iba despellejando de a poco, parsimonioso, casi sereno, hasta que solamente quedó su calavera. Y juro que esa calavera parecÃa igualita a una que habÃa hecho, alguna vez en México, Guadalupe Posadas.
En medio del alboroto, cuando algunos corrÃan para escaparse y otros se acercaban a saludar por última ocasión aunque más no fuera a los huesos del cráneo de quien habÃa sido su amigo, soñé que me despertaba y que iba hasta lo de Nicanor con la esperanza de encontrarlo vivo y charlar con él. Y lo encontraba vivo. Y después le contaba el sueño.
¿PodrÃa buscar una bruja para saber cuántos son los años de vida que su sueño me ha prolongado? me pidió.
Y continué soñando que al dÃa siguiente estaba escribiendo un epitafio (no podÃa saber para quién) que copiaba de una de las elegÃas de Sexto Propercio: "Cesa, Paulo, de apremiar mi sepulcro con lágrimas / la negra puerta no se abre a súplica alguna. Una vez que los muertos han entrado en los dominios infernales / caminos de diamante inexorable se interponen". En ese sueño habÃa una bruja y aproveché para hacerle la pregunta de Nicanor.
No es la forma me contestó. Mejor es consultarlo con las cenizas de la costilla de un cerdo mezcladas con la tibia de una yegua zaina, aunque es probable que allà tampoco encuentre la respuesta."
"Estoy sentado en una mesa tomando algo (en el sueño no puedo distinguir qué) cuando una mujer no demasiado joven pero muy bonita me pide sentarse conmigo en la mesa. La invito con un café y con una copita de caña.
¿Es verdad que se murió Nicanor? pregunta.
No contesto. Solamente fue un sueño que tuve. No se lo he contado a mucha gente. ¿Cómo se enteró usted?
Se me ocurrió hacerle una broma a Nicanor explica. Un chiste de humor negro. Lo llamé y le dije que no podÃa dejar de extrañarlo. Por cierto, se trata de una mentira continúa pero Nicanor, que anda rondando la senilidad, se lo creyó y me dijo que aún cuando sabÃa que lo nuestro era imposible, querÃa que yo supiera que él no podÃa olvidarme. No supe qué contestarle. Le di las gracias, lo que ninguno de los dos tenÃa idea de qué significaba. Él está perdidamente enamorado de otra mujer, asà que dejé de verlo.
Mi compañera de mesa juega, nerviosa, con una de sus pulseras.
Pero lo curioso sigue es que ahora he comenzado a extrañarlo y me entero de que se ha muerto. ¿Seguro que no es verdad?
Nicanor no ha muerto afirmo. Aunque tanto para él como para mÃ, los sueños siempre se confunden con la realidad agrego sin saber bien por qué.
Entonces saco del bolsillo una fotografÃa y se la ofrezco a la mujer para que la guarde como recuerdo. Es una foto borrosa de Nero Wolfe. Sin pronunciar palabra, ella la guarda en su cartera y se manda a mudar. Nunca más la he vuelto a ver. No sé si le podré contar este sueño a Nicanor."
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar|República Argentina|Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.