Ante la ley hay un portero.
Primeros dÃas de agosto de 2007, es verano y BerlÃn. La fotografÃa muestra a un hombre viajando abrigado en un automóvil. Por una ventanilla, se ve un paredón.
El auto no es un Trabant sino una limousine.
Al paredón le dicen "muro" y es una herida mal cicatrizada de nuestra civilización.
El hombre y el muro tienen casi la misma fama. Uno nació en 1931 y el otro, treinta años después. Los dos están estropeados, decrépitos. Los dos son documentos del pasado; nuestra contemporaneidad los ha transformado en objetos de morboso turismo.
El muro se muestra impasible. ¿Acaso ladrillos, arena y cemento pueden ser atravesados por la responsabilidad?
El anciano luce limpio, sus manos regordetas están desnudas de relojes y joyas; pero están lejos de ser. Las de un obrero: no muestran callos, cicatrices ni otra huella de la explotación hecha esfuerzo cotidiano.
Franz Kafka dijo que ante al ley habÃa un portero.
El viejo posa como si estuviera mirando hacia lo irrelatable, como si la oportunidad de lo eterno estuviera entre las pinturas descascarándose en la pared.
Hay lÃmites que no necesitan muros para expresarse.
El hombre mirando al tapial se llama Mijail y a su lado, sobre el asiento hay un bolso marrón. El tapial es un resto de lo que fue el Muro de BerlÃn.
Mijail se toma de la manija de la puerta, como temiendo caer al vacÃo y necesitara aferrarse de algo que no fuera una idea.
Entre el delito y la necesidad hay lÃmite no precisa registro, es palpable en la piel inmediata.
Efecto Blowup. Los guardaespaldas no salen directamente en la toma. Annie Leibovitz es la autora de la fotografÃa. En el contraluz del cristal de una luneta, se insinúa la silueta de un hombre. Caldo del misterio.
El maletÃn es un Louis Vuitton.
Algo del ademán forzado de Mijail, algo de su pose se derrama en lo natural y me recuerda a esos asesinos que necesitan volver a la escena del crimen.
El precio de algunos baúles Viutton es superior al que valÃan los utilitarios Trabant.
No sé seguirá insistiendo en que la materia precede al espÃritu, pero el rostro de Mijail aparece hinchado como si la resaca de litros de vodka hubiera resbalado por su alma. Algo en su mirada trasluce picardÃa, como detenido en la frontera exacta de la sonrisa maliciosa. Y en su gesto hay algo parecido no sé en qué al que tuvo el genocida Pinochet cuando se levantó de su silla de rueda sen Pudahuel después de haber estado preso en Inglaterra.
Ante la ley hay un portero. Ni la ley ni el portero están en la naturaleza.
La mirada en Mijail no deja de traslucir meditación. ¿Cuál será el viaje de su ensimismamiento? ¿Estará pensando en la crisis de la ley del valor? ¿O en los continuos retrasos de la clase obrera en el cumplimiento de su sagrada misión histórica? ¿En cómo el PCUS dispersó la mafia rusa por todo el mundo? ¿En que Putin se ha vuelto stalinista?
El portero que está ante al ley es nuestra alienación.
Del otro lado del Muro habÃa puestos militares, torretas y alambres de púas. Iguales a los que habÃa en Auschwitz en tiempo de los nazis. Iguales a los que hoy levanta Israel en Cisjordania.
El ex camarada Mijail Gorbachov posa delante del Muro de BerlÃn para una campaña publicitaria de Louis Vuitton.
El crimen de la fábrica de muerte de nuestra civilización no caerá como el Muro de BerlÃn.
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