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Martes, 27 de noviembre de 2007
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Un símbolo de Arroyo Seco

Por Jorge Enrique Scrimaglio *
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La caída de una antena de F.M. sobre el techo de la iglesia de Arroyo Seco a raíz del huracán del pasado viernes 26 de octubre, y la muerte del intendente de esa ciudad, Pedro Spina, acaecida cuatro días después, son dos hechos que, por una extraña coincidencia, ayudan a poner al descubierto oscuros procederes de la conducta humana.

La caída de la antena no habría ocasionado daños de tanta magnitud como para haber clausurado la iglesia por peligro de derrumbe, y obligar a celebrar los oficios en otro lugar, según consta en los carteles puestos en las puertas del templo.

Esta sospechosa "clausura" no permitió que los restos mortales del intendente Spina pasaran por el templo parroquial antes que el cortejo fúnebre iniciara su camino al cementerio, para ser depositados en la capilla del mismo, y lugar donde estuvieron depositados los restos del Padre Florio, antes que Spina, y algunos vecinos, promovieran su retorno a la iglesia parroquial donde actualmente descansan.

La apoteótica despedida que brindó el pueblo de Arroyo Seco a quien fuera su intendente por espacio de veinte años, es sólo comparable al recibimiento que tuvieron los restos del Padre Florio -hace exactamente un año- en su retorno a la iglesia de la que fuera su pßrroco por mßs de cuarenta años.

Los restos de este sacerdote descansan al pie de la torre de la iglesia, en la capilla sepulcral cuya construcción proyecté y dirigí después de 36 años de haber concluido los trabajos que me permitieron hacer de esta iglesia lo que actualmente es: un símbolo de Arroyo Seco. Y no sólo por su volumetría exterior, sino también por la contundente impronta de su espacio arquitectónico, protagonizado por una trilogía equidistante: cruz, altar y ábside vidriado.

La plasmación de esta trascendente obra de arquitectura, no hubiera sido posible -ni en lo religioso, ni en lo cultural- sin el apoyo que recibí en todo momento de su párroco, Miguel Florio, quien, una vez concluída la obra, se constituyó en el más celoso guardián de su integridad por espacio de 20 años, hasta el momento de su muerte.

El intendente Spina, amigo entrañable del Padre Florio, fue sin duda quien más bregó para que sus restos descansaran en la iglesia parroquial, logrando que el municipio se hiciera cargo de los gastos de la construcción que llevé a cabo al pie de la torre para dar lugar a su sepultura. Habiéndole hecho una ceremonia de recibimiento propia de un verdadero prócer amado por su pueblo, Spina murió, no obstante, con la amargura de no habérsele permitido colocar en el templo una placa de bronce fundido -igualmente solventada por el municipio- en recordación de este memorable acontecimiento, donde constaba, además, que esta iglesia, por su iniciativa como intendente, había sido declarada "Monumento Arquitectónico de la Pampa Gringa".

La negación de una realidad, tal como que esta obra pertenece al pueblo de Arroyo Seco, de la forma como ha sido vista, sentida y vivida desde el momento de su recreación, en los años 1970-72, de acuerdo a un proyecto ganador del concurso realizado, con planos que fueron aprobados por el entonces Arzobispo de Rosario, Monseñor Jorge López, y que dieran lugar a esta obra reconocida por la Academia Nacional de Bellas Artes, hace que, quienes no la aceptan ni la reconocen tal como es, busquen vaciarla de su contenido original, despojándola de sus atributos más relevantes. Es por ello que no admiten una declaratoria que los obligaría a "no faltarle el respeto" a una obra de arte en términos de arquitectura.

Por tratarse de una obra fundada en nuestras raíces más profundas, y a su esencia Nacional y Americana, se creen con derecho a vulnerarla. Ellos hubieran preferido "una obra de estilo", para que sea una Enciclopedia la que les diga lo que pueden hacer y lo que no. No respetan a un creador que sigue siendo fiel a su obra. Ellos hubieran preferido un imitador. Su soberbia los hace sentirse con el derecho a ensayar en la obra sus aspiraciones de artistas frustrados, de "decoradores de interiores" empeñados en hacer de la obra una pieza de repostería con detalles de cotillón. Hubieran querido encontrar una obra sin carácter, para imprimírselo ellos a su imagen y semejanza. Es por ello que sigan empeñados en cambiarle su esencia.

Y sigan cuestionando y criticando el hecho que la cruz de cedro, que cuelga en el centro del crucero "no sea figurativa" (además de divulgar infundados temores acerca de la forma en que ha sido colgada), y que tampoco lo sea el rosetón de vidrios rojos y azules ubicado en el ábside (sin advertir, claro está, que tampoco son figurativos los otros dos rosetones existentes en los extremos Norte y Sur del crucero, que datan de 1925). Lo que ocurre es que el rosetón del ábside, con su cruz en forma de estrella, es el punto focal hacia donde fluye la dinámica interna del espacio, y como respuesta, baña las paredes con misteriosos reflejos, cambiantes según las horas del día.

Les molesta asimismo que el altar sea de revoque bolseado blanqueado a la cal (y no de mármol, por ejemplo), por ello lo mantienen permanentemente enfundado, sin dejar ver de qué material está hecho, y tapando con ello la cruz cuneiforme que está esculpida en su frente. Enfundado también permanece el ambón donde se lee el Evangelio, que es un grueso tronco de eucaliptus empotrado en el piso, con la rusticidad de su naturaleza a la vista.

Cuestionan también que las imágenes hayan sido colocadas exclusivamente en las alas del crucero, propiciando su dispersión a diestra y siniestra, ocupando puestos en los laterales de la nave y hasta en el atrio.

Esta solución (la de ubicar dichas imágenes en las alas del crucero), obedecía a la necesidad de evitar distracciones que debiliten la fuerza generadora de ese movimiento, direccional y ascencional que, centralizado en la cruz y en el altar, fluye más allá de la materia, haciéndose trascendente, según la más ortodoxa escatología cristiana.

En su afán por trastocar ese equilibrio, hasta abrieron un boquete en el techo de madera del atrio -a la derecha de la entrada- para encajar a duras penas un crucifijo de grandes dimensiones, desvalorizándolo totalmente al quedar fuera de escala en un atrio que no estaba previsto para que allí se colocaran imágenes, pues ésta no es la función de un atrio según la liturgia.

Con estos antecedentes, no puedo menos que sospechar que la "clausura" de la iglesia, ante un supuesto peligro de derrumbe, constituye un pretexto para proceder -a puertas cerradas- a hacer todos los cambios que crean conveniente, con el pretexto, tal vez, de los daños causados por la caída de la antena, y así, cuando la iglesia reabra sus puertas, otra cosa puede aparecer ante la vista del pueblo de Arroyo Seco.

Vaciada ya de su original contenido, y privada de su arte y de su carácter místico, quedará entonces convertida en un galpón inexpresivo, o en un "salón" en condiciones de aceptar mármoles de todo tipo, imágenes de santería, un antiguo sagrario de madera al que arruinaron pintándolo indebidamente, para escoltarlo con dos imágenes de ángeles con luces que se prenden y apagan. Podrán entonces colocar todas las pancartas que crean necesario, y carteles cuadrados compitiendo y restándole importancia al rosetón de vidrios de colores -azules y rojos- del ábisde curvo de la iglesia. Con leyendas abstrusas que distraigan la atención y eviten así el contacto directo del orante con aquella realidad que lo conmueve, lo trasciende y lo proyecta hacia lo sobrenatural.

Convertida en un "Salón de Fiestas", con guirnaldas y colgajos de todo tipo ya no será un aporte al arte y a la cultura de nuestro tiempo. Quedarán entonces satisfechos aquéllos a quienes esta iglesia intranquilizó tanto sus conciencias. ¿Se animarán a ello? La opinión pública, debidamente informada, queda como testigo de lo que pueda ocurrir.

* Arquitecto.

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