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Lunes, 17 de diciembre de 2007
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Botín

Por Sonia Catela
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En el bar, el hombre murciélago que ocupa la mesa vecina se cose a mí, él y sus bigotes lamidos, las palmas que bate juntas, vacías; las une como para rezar, las despliega y suelta la mariposa como a un pez rosado revoloteante que se posa en el enrejado de la lámpara, latiendo, pendiente de él, esperando la orden de volver a la matriz donde fue generada, truco barato de mago engominado que bebe un trago rojo ¿granadina? y a su "clap" la mariposa amaestrada desciende acercándosele y desaparece entre esas manos pálidas entrenadas para cerrarse sin nada en ellas y abrirse con intrigas alérgicas, cómo hace, dónde está la trampa. "¿Puedo?" se dirige a mí y extiende dedos sobre el servilletero, acepto "claro", y él y sus tupidas patillas, cejas depiladas vuelven a su vicio; ostentosamente se frota las palmas, cierra abre y escupe de allí el "claro" que acabo de pronunciar, dicho por mi propia voz, lo lanza al aire del café entre tintineos de vasos y cucharitas, palabra robada, y clap, en bumerang pesca mi "claro" resonando en el aire y lo trae como una anguila que empieza con brío y agoniza al meterse y desaparecer en su carne flaca de mago, quien ojos sobre mí, se atusa el bozo, "¿qué le parece? ¿le gustó?" me limitaré a emitir la escueta expresión que dije hace un momento, pero el vocablo ha desaparecido de mi mente, de mi archivo de vulgaridades, de mi lengua, "por supuesto", balbuceo en su reemplazo, y el quiromante repite la maniobra de hurto, toma lanza recupera se embolsa el "por supuesto"; cuando ensayo pensar lo que acaba de escamotearme con sus firuletes, constato otra fuga que me abre una nueva laguna. Reviso el ticket de consumo, saco las monedas justas, pongo el importe en el platito, salto de la silla, pero el mago no cesa de hostigarme con sus interpelaciones, se iza la capa y me sigue. Culebreo entre mesas repletas de oficinistas que beben la cerveza del atardecer, brindis y desfiles por París liberado, sus cuerpos tinterillos liberados del cepo, pero a mí me tironea el resollar asmático que marca mi paso; apuro la huida, su aliento me toca el hombro, "señorita, déjeme explicarle", sigo y roza su maletín contra mi pollera cuando se adelanta y atrasa; con su capa engrasada, con su olor a cosa vieja, húmeda, guardada demasiado tiempo en un placard, él, antigüedad colgada de una percha a la que le agito cuanta negativa pueden dedos y testa, ya casi en el umbral me planta sus huesos de pollo o buitre sobre el cuello; si grito que no me toque, me expropiará el grito. A sacudones expulso su mano. Busco un papel en la cartera, garabateo ininteligibles "explíquese", economizo palabras, las protejo, "yo podría, puedo" dice el mago mirando lejos y corta la transmisión pero se mantiene hablándome con claridad desde alguna dimensión imprecisa; son susurros, proposiciones, promesas de deleites en los que me complazco y cuya descripción se corporiza en aciertos, me lleva, me enrula, nos enroscamos; el placer está aquí, (raya mi frente con un signo de pregunta), pero la realidad de su voz ¿la realidad? se reduce a: "me gustaría tomarla de discípula, la haría partícipe de interesantes experiencias...", se mantiene a casi medio metro pero se inclina sobre mi cuerpo, anundándose a mi garganta, a mis fuelles de placer, "nada de trucos", escribo, cómo desembarazarme de este alienado, cierra abre sus manos me tiende un ramillete de rosas frescas, no de papel, luego, contra el marco de la persiana metálica, sus claps me ponen nuevamente en boca el "claro", el "por supuesto", devolviéndome aquello de lo que me había despojado, "perdóneme, una debilidad; usted me atrajo y quise quedarme con un pequeño recuerdo suyo". Realmente exhausta me apoyo contra el plátano sombreado de la vereda, me desplomo en el cordón de la acera; el mago sigue con sus claps que me ofrecen poemas ardientes, ayes de amantes, algún párrafo musical de exquisita factura "¿cómo lo hace? ¿hipnosis?", "mucho más sencillo. Sea mi discípula?", "¿por qué yo?", "porque me pregunta reiteradamente cómo lo hago", la situación ahonda el ridículo, sin embargo no me muevo, el mago se ha metido dentro de los sótanos donde archivo mis miedos, también fajos de curiosidad, "cuál es su nombre" indaga, "pruebe. Trate de acertar cómo me llamo", se equivoca a propósito, a que lo sabe, "¿por qué no nos encontramos cuando me quite esta ropa de trabajo?" (se toca la capa, el sombrero que lleva), "¿estaba trabajando?", "para usted". "Sinceramente, paso", anuncio. Declino sumarme a su equipo, a su proyecto, a cualquier vecindad con esa persona vespertina, oscura, "el trabajo me absorbe ¿sabe?" miento; se soba la lengua de su barbita como si contara de a uno los pelos que la componen, "por supuesto, por supuesto" acepta sin resistencias, me tiende la mano, dejo que estreche la mía, siento un tirón, se prolonga ese contacto de mermelada hirviente, de cinta adhesiva, pero no retrocedo, aguanto que me apriete; he cubierto las formas, ya puedo marchar al cuadrante opuesto, perderlo de vista. Al tercer paso que doy una tarjeta cae a mis pies. Me la plantó, con sus datos, nombre, dirección, teléfono. Como si fuera a necesitarla... La rechazo, la pateo. Se engancha en el espinoso cardo que rodea a uno de los plátanos. Instintivamente me toco un lóbulo, el otro. Los pezones. Cuento mis dedos. Veinte. La lengua: la tengo. La angustia teclea que, sin embargo, algo me falta, algo que no alcanzo a advertir, teclea que he perdido un territorio de mi cuerpo y que el mago lo tomó como souvenir. Pruebo gritar, grito. Pruebo llorar y lloro. Desando camino para buscar la tarjeta. No hay ninguna tarjeta. Me cuento los dientes, veinticinco, pero ¿cuántos dientes tenía hace dos horas? ¿y lunares? ¿y cabellos? venillas, líneas de la mano, glóbulos. Husmeo todo el perímetro del árbol. El cordón. Reviso el cesto de basura inmediato. Los de toda la cuadra. No hay tal tarjeta. Como si nunca hubiera existido. Me desplomo en una losa de desagües a llorar. Lágrimas. Cuántas lágrimas vierto. De cuántas células consta el mapa de mi piel. Algo se llevó. Sé que algo se llevó de mí. ¿Por qué no aparece la tarjeta por ningún lado, como si nunca hubiera existido? ¿Hubo esa tarjeta? ¿El mago?

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