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Martes, 18 de diciembre de 2007
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Fragmentarios 74

Por Mario Alberto Perone
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"La Duquesa de Guermantes", "Los alimentos terrestres", "Juan Cristóbal", "Los caminos de la libertad", ¿te acordás de cuánto sabías de todo eso? ¿cuántos años pasaron? ¿cuántos olvidos como ésos?

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Cada día nos vamos pareciendo un poquito más al último que seremos. Nuestra cara final se va mostrando con levísimas modificaciones que, acosados por nuestra creciente ansiedad, descubrimos inexorablemente. Nuestros huesos parecen de vidrio. Basta un golpe, una caída, y están quebrados. Nuestros músculos, de los que alguna vez estuvimos orgullosos, se ausentan, como si nuestro cuerpo fuera alimentándose con ellos en su última etapa, en una especie de autoantropofagia. Un monstruo que se devora a sí mismo, continuamente, pero por única vez.

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¿No es una ironía vivir tantos años queriendo casi siempre todo lo contrario?

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Sí: hay algunas horas más siniestras que las del domingo por la tarde: son las del lunes por la mañana.

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"La desesperación es el último refugio del ego". No recuerdo quién es el autor de esta definición, pero me parece que va siendo bastante acertada.

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Sólo hay un antes y un después: los míos. Entre ambos, en ese no lugar que es el ahora, estoy yo. Estuve yo. ¿Estaré yo? ¿Es válido decir: mi existencia no existe?

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Estamos en el jolgorio de las elecciones de los que nos van a gobernar. Nuevamente pasaremos de la esperanza al asco en cuatro años. Tal vez, en mucho menos que eso.

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En una mesa cercana, hay un hombre que viene todos los días, como yo, elige una mesa, se sienta bien arrimado al borde y baja una mano. Me llamó la atención el gesto y su periodicidad, y me puse a estudiarlo. Me costó varios días, pero al fin, mis dudas se aclararon. Sólo se rascaba la cara interior del muslo izquierdo. Todos los días, la misma mano, el delicado movimiento de sus dedos, el mismo lugar. Yo esperaba algo perverso, pero sólo fue curioso.

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íOigan! íNos están matando! ¿Es que este genocidio silencioso no se ve?

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Otro futuro parece imposible. Primero nos excluyen de la fiesta. Después, del mundo.

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De golpe, el café y la librería quedaron vacíos. Sólo yo, en esta intemperie llena de libros, mesas y sillas. Ni público ni empleados. Nadie que testimoniara sobre mi existencia allí, sentado, esperando. Por suerte, fue sólo un instante. De pronto, aparecieron todos. Ninguno pareció haberse dado cuenta. El horror de existir no existe para nadie. Creo que me pertenece a perpetuidad.

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Y a pesar de mis primeros vaticinios, el grupo de las mañanas en el Café "Nurias" y la librería "Homo Sapiens" se mantiene, casi sin variantes. Rubén Visconti, el "Dr. Costos", con la amenaza siempre lista de endilgarnos una clase magistral, no ya sobre su materia en la que es "Suma Cum Laude" sino en cualquier otra, desde la más pedestre (fútbol, boxeo, ta te ti, bolita) hasta las más intrincadas enseñanzas sobre astrología, reflexología, acupuntura, tarot, borra del café, predicciones políticas, análisis históricos, estadísticos y bastante poco aprovechables por el resto de nosotros. Gilberto Krass, a punto de ver en la calle su Biografía, que ya es casi famosa, no porque alguien la haya leído sino por lo mucho que se ha hablado de ella, y por la gran cantidad de manos que se han metido en ese plato, lo que podría llegar a ser beneficioso para el libro, o todo lo contrario, vaya uno a saber. Mientras tanto, llega navegando lentamente en sus zapatos, toma asiento, ha abandonado el íNiña! estentóreo con que ordenaba su café, saluda primero a nosotros y luego a la gran cantidad de personas que lo saludan a él, de muchas de las cuales nos ha confesado que no tiene la menor idea de quiénes son. Pero, en fin, es el precio que deben pagar los ciudadanos ilustres, y por lo que parece, no es demasiado caro. Está Omar Tiberti, quien como vive cerca, visita el lugar dos y hasta tres veces en el día. Siempre orgulloso de su frondosa cabellera sospechosamente castaña, siempre reaccionando coléricamente ante lo injusto, lo inmerecido, lo arbitrario. Si no lo conociéramos, nos asustaríamos de la furia que emana de su rostro alterado, de sus promesas apocalípticas, de su voz enérgica, profunda y amenazante. Pero sabemos que una muy larga trayectoria en la vida teatral y en calidad de actor y director, le da esa especial facilidad para montar cualquier escena. Debajo de esa máscara, se esconde un hombre íntegro y humilde, que no deja pasar la oportunidad para decirnos que él, todos los días, aprende algo nuevo de nosotros, y esa es una actitud no muy corriente que digamos. Y qué decir de Rodolfo Hodgers. Si Rubén es el líder de la verborragia culta, Rodolfo es el dueño de todas las últimas palabras. Se hable de lo que se hable, la conclusión, la opinión válida, la hipercrítica a mansalva, le pertenecen. No es posible sostener una opinión, un juicio de valor, una propuesta razonable. ╔l se las arregla, siempre, para demolerla con sus aseveraciones lapidarias, y si no puede derrumbarla por completo, encuentra un detalle que la desvaloriza, de modo que el autor queda frustrado, disminuido, consciente de ser un pobre tipo que no sabe nada de nada. Su pensamiento pétreo se expresa en oraciones breves, pero contundentes. Parece fundador del "neoescepticismo" pero al decir de su propio hijo, no hay tal nivel filosófico en él, sino meramente un "negativismo" a ultranza. Ofrece una figura soberbia, inmutable, siempre dueño de sí mismo.

Pero los que lo conocemos descubrimos en él una gran veta sensible, que él mismo se empeña en negar. Parece un "duro", pero no lo es, por suerte. La última incorporación, que se produjo naturalmente, dada la proverbial corrección y simpatía que se le ve, es Antonio Capriotti. Frecuenta la mesa más espaciadamente, pero es un hombre que está en plena actividad y tiene, además de sus dotes de periodista, sobre todo de radio, aprovechando su amplísima gama de conocimientos y su voz clara y expresiva, otras ocupaciones no menos importantes. Pero lo principal para nosotros (creo estar hablando desde un nosotros autorizado) es que se trata fundamentalmente de un buen tipo, capaz de intervenir creativamente en todas las conversaciones que surjan allí, en ese lugar donde pareciera que no sucede nada. Un buen tipo es mucho más que eso, y Antonio cree, pese a estar equivocado, que nosotros también lo somos. Pero equivocaciones como ésta enriquecen esas reuniones que se han hecho cotidianas por sí mismas, casi sin darnos cuenta, en las que estamos reunidos más por nuestras divergencias que por nuestras coincidencias, tal como debe ser. En las reuniones en las que todos están de acuerdo en todo, el factor común es el aburrimiento, del cual tomamos la precaución de huir. Quedo yo, que ya he hablado de mí mismo a través de lo que dije de los otros. Mis interioridades están puestas allí, en esas palabras que tratan, infructuosamente, de resumir el modo en el que nuestras individualidades se relacionan, cada día de un modo diferente, pero, al cabo de la semana, nos sobrevuela el sentido de lo fraternal. Creo aportar mi inevitable melancolía, no exenta de algún toque de ironía y también de sarcasmo. Sin embargo, hago lo posible para que mis silencios sean más expresivos que mis palabras, cosa que casi nunca consigo. No puedo evitar eso, así soy y así me reciben. Estamos incluídos casi en la misma generación, afirmación que sin duda indignará a los más jóvenes y agradará a los más viejos. Por eso, las contingencias del existir nos están tocando de formas similares. Cada uno sabe, en lo más hondo de su mismidad, que está cansado, un poco desencantado, un poco solo y, tal vez, un poco triste. Me hago cargo de todo eso, lo considero inevitable, y siento que, sin eso, nuestras vidas serían más pobres, y nuestras felicidades, un poco más pequeñas.

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