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Viernes, 18 de enero de 2008
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Térmicas

Por Beatriz G. Suárez
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Hace unos cuantos años, treinta por decir, no se hablaba de sensación térmica. El calor era uno solo, el frío también. Termómetros subían o bajaban independientemente de la gente; por ahí se escuchaba "no la invites que ella sufre el calor" o "viene seguro porque es de frío" pero no mucho más.

Podría pensarse que en ese "sufrir el calor" estaba la sensación térmica. Porque ésta, como toda sensación, parece que sorteara el registro objetivo y dijera entonces sobre piezas íntimas inherentes al ser humano, no ya el dato del pluviómetro o la ecografía, el recuento de glóbulos o el peso sino como está el mundo adentro de ese cuerpo, qué hace Rosita con la temperatura o Juan con la nieve. Prueba de ello es la no coincidencia en grados, si el servicio meteorológico informa 38º seguro que doña Catalina soporta 40º a la sombra, o si bajó a 0º Mirta vive complicada con -4º.

Parece que la sensación térmica fuera un derecho humano, el de notificar algo más que brillo de mercurio dando vueltas en un tubo de vidrio. No me parece casual que haya ido imponiéndose en estos años.

Si mal no recuerdo durante la dictadura de Videla transcurrió mi adolescencia entre ingresos feroces a la Universidad, pedido de documentos, música extranjera (la de los '80), guerras, procesos reorganizativos, y al que no le gustaba quedaba afuera.

Digamos si el Teniente Coronel decía que hacían 20º nadie (con aprecio por la vida) iba a ponerse una musculosa por más que el sol rajara la tierra.

El amor era entre hombres y mujeres y quien amara a alguien de su sexo mejor se disipara pues todo horrorizaba.

Las propagandas hablaban sobre y para el gobierno y un "Qué bolú!" o "Te clavo la sombrilla!" eran la oportunidad de grandes excomuniones.

En mi infancia y adolescencia las sensaciones libres, las temperaturas del alma, no existían. Tal vez estaban presas de una censura a modo de traje de neoprene aislante. O desaparecidas.

¡Y qué incómoda es la calentura cuando hay que guardársela en el bolsillo! ¡Cuánto quema la vida cuando no puede gritársela a los cuatro vientos!

El ex presidente Kirchner (nos guste o no) hizo una gran política en derechos humanos, acercó el termómetro a lo que abuelas y madres sintieron por años, es decir, si el país ardía de dolor por tanta pérdida no podía seguir siendo posible guardar la sensación por mucho tiempo más y se les dio (a estas parientes del costado más feo de la dictadura, y a todo el pueblo tal vez) la oportunidad de cursar la locura hacia otra parte, purgar la diferencia entre lo sentido y lo acontecido.

Macri parece que otra vez pretende sofocar el calor de la urbe reglamentando el griterío protestón o piquetero. Quiere que el pronóstico del tiempo lo dicte la Fuerza Aérea y no que los empleados del Casino o los ambientalistas de Gualeguaychú muestren su sensación térmica en Puerto Madero.

Yo vivo feliz cuando en la tele aparece que "de térmica tuvimos 43º" ( anteayer, por ejemplo) porque siento que se ha interpretado algo que llevo desde niña adentro mío y que, por cosas del destino o de la vida, guardé durante años.

Hoy las mujeres hablamos, amamos, gobernamos, gritamos. Y los hombres también. Obreros se expresan, las madres golpeadas tienen teléfonos y lloran en público sus gracias y desgracias, etc.

No me parece poca cosa a la hora de la historia Argentina.

Aunque a veces la diferencia sea grande y enorme entre lo que viene y lo que se soporta.

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