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Lunes, 5 de diciembre de 2005
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Sodomizar cautivos

Por Sonia Catela
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Decían, dicen, que ya están a las puertas de la ciudad, en la avenida de circunvalación, que dentro de un par de horas, o antes, llegarán a la zona sur, que vienen volteando puertas, tomando mujeres, sodomizando cautivos, que andan de degollina y carnicería, y que se alzan con botines insospechados, ¿quiénes?.

LT21 destaca cronistas en el lugar de los hechos, pero de inmediato sus celulares enmudecen, sus presencias se desvanecen en la masa urbana "es un malón", "lo que antes era un malón, abuela", hay que esconderse ¿dónde? "en los sótanos", mi bisabuela recuerda cosas que no vivió, y no que nuestro departamento carece de ese tipo de refugios, dicen, la radio lo informa, (en estos primeros momentos de furor la televisión no activa sus imágenes, todavía), que trasmiten lo que alcanzaron a contar voces desesperadas de víctimas, antes de que cortaran los teléfonos de la emisora, "son los nazis", apunta mi bisabuela, como nazis, abuela, violan niños, queman libros, (Nora, la madre de mi madre se pone a salvar su biblioteca dentro de una valija de cartón dada de baja, la tapa revienta, ella saca, selecciona libros, llora, cómo abandonar este "Facundo" aprieta su duelo, su duelo le corre por las manos, Nora se mete el Facundo a la altura de la panza sujetándolo con la bombacha, asegurándose de que el elástico se halle firme) han tomado los ómnibus, bloqueado las carreteras, dice, la radio ¿militares? como aquéllos, como aquéllos, aventura mi madre, con cautela, y se pone a armar un bolso con latas de picadillo, polenta, galletitas; oculta sus ahorros dentro de la base de la lámpara del techo, fracciona pastillas tranquilizantes, las coloca en un platito para que cada uno se sirva, ella misma ingiere algunas, se adormece, dicen que ya andan por calle San Martín, que algo parecido a sangre corre por el cordón, un hilo fino, rojo, hay que huir como durante la huelga de ferroviarios cuando nos escondimos en la cueva de Machete, en el río, para que no nos movilizaran, sí, como en esa huelga, le concede mi padre a su hermano Alejo, pero ¿quién sale a la calle en las presentes circunstancias? tras los visillos intentamos descifrar nuestro destino; por el pavimento desierto no circula un auto, el humo se eleva donde se alza el Buen Pastor; un ligero crepitar de materia que se quema, que se quiebra y gritos lejanos revelan una fatalidad, pero no a sus autores.

LT 21 difunde que la ciudad se halla incomunicada, que han copado puntos clave, que los ómnibus no corren y las comisarías se hallan vacías. La transmisión se interrumpe, acaban de cortarle la electricidad a la emisora, en nuestro comedor otro sonido, el télefono Mirna, mi futura cuñada nos altera: "están en el pasillo, Carolina, patean la puerta", "entran, Carolina" luego, monosílabos, y por el tubo del aparato, un extraño amenaza: "ya vamos para ahí"; cuelgo como si pudiera alejarlo.

La madera se astilla bajo martillazos; también están a nuestra puerta; mamá cuida la hornalla en la que prepara café, la familia en círculo retrocede, papá alza un cuchillo que no usará pero que empuña como un símbolo, el tío se zambulle bajo su cama. El, el asaltante aparece, y la radio revive un instante, "se han fugado los locos de Ontiveros", nos pone al tanto, así que los locos. Con decisión invasora aunque sin sangre, el insano ordena que nos sentemos en los sofás. Se presenta, Luis Aceval, acepta una taza de café. Se salpica al ritmo de convulsiones, gruñe, nos encogemos en tanto saca de su portafolios una resma de papeles, lee -con tono que denota ensayos previos- un manifiesto de reivindicaciones y reclamos agotadores sobre maltratos y derechos. "Matando gente no van a conseguir lo que piden", objeta mamá con manía pedagógica; recibe en trueque un grito propio de maestro de grado, y, en un tono más suave, Aceval: "¿usted se cree esas versiones señora? totalmente falsas, señora ¿o no sabe que la prensa miente según sopla el viento?". Aceval extrae otra carpeta de su portafolios desmantelado, son testimonios o poemas de mala factura sobre la vida en el psiquiátrico; nos los desgrana con puntualidad escolar ¿qué busca? ¿obediencia? Al terminar esos inéditos, sacudiendo epilepsia, se pone en pasmo; recibe sin entender los aplausos que inicia mamá, y, con cierto gesto violento, repite fragmentos del manifiesto, nos lo pasa para que lo firmemos como adhesión, recoge los pliegos, se retira, pero vuelve y repite uno de sus panfletos. Nos quedamos laxos; los tranquilizantes hacen su trabajo. ¿Eso fue todo? El invasor se marcha. De madrugada nos enteraremos por la radio que la subversión acaba de ser sofocada mediante tropas arribadas de la Capital de la provincia, que se trataba de un operativo que los maníacos montaron con colaboración externa a lo largo de meses, que las fuerzas del orden decomisaron cien ametralladoras Fal y veinte granadas de mano, que los daños materiales ascienden a 120 millones, que para denunciar las aberraciones sexuales, de carácter privado, se debe acudir a la seccional más próxima, que las víctimas fatales suman una cifra todavía no precisada que no bajaría de ochenta y tres almas, cuyas identidades no se dan a conocer. Salgo. La ciudad desarrolla sus rutinas normales. Se ven algunas vidrieras rotas, un par de kioskos saqueados. Luego habrá relatos "...tuvimos suerte... en mi edificio no pasó nada... escuché que cerca de Sarmiento y Virasoro violaron a una mujer que andaba por la calle... también mataron a un muchacho, un tal Perozzi, o Pirola, de Tiendas Licci ¿alguien lo conoce?" Busco cruces de los difuntos en "necrológicas". No aparecen.

En casa se omite discutir que cuando Luis Aceval traspuso nuestro umbral, se desencadenaron estrépitos y disparos; abrí la puerta del corredor y vi cómo un par de uniformes arrastraban el cuerpo inerte del poeta loco. Atrás, en un desparramo, volaba el cortejo de sus papeles. Pisoteados. Más tarde los recogí; la sangre ya se había secado. Quise entregárselos a su autor. Pero antes de ir a Ontiveros con el paquete, llamé por teléfono. Por supuesto, nunca había habido allí un Luis Aceval. Eso juraron.

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