A veces no soy muy bueno obedeciendo órdenes. No espero, cauto y dócil, que alguien me busque para cambiar de casa. TodavÃa algo adormecido, salgo a la calle. He sido enviado a estas zonas por donde deambulo como si fuera un corresponsal extranjero en un paÃs remoto con costumbres exóticas. Pero de algún modo sé que no es asÃ. Creo estar en mi propia ciudad, en la misma ciudad donde me parece haber nacido y vivido, en la que posiblemente, o casi con seguridad, muera. El hecho de que ustedes, los que mandan, los que me contrataron, los que me encargan trabajos desde que tengo memoria, me hayan enviado precisamente aquÃ, crea en mi mente una extraña sucesión de reflexiones, como si me estuviese enfermando de a poco o ya estuviera irremediablemente enfermo. Suelo despertar si es que no siempre estoy dormido o despierto, depende de cómo se miren las cosas pensando que ahora en la ciudad se habla un idioma diferente, bastante incomprensible, que otras son sus costumbres religiosas, otros sus placeres y dolores, que han cambiado las expresiones de su creatividad.
Cuando se me invita a comer un asado o una sopa de gallina o en ocasiones hasta unos patos que alguien cazó en un lagunón cercano, todo es idéntico o muy parecido a lo que he conocido y deberÃa seguir conociendo. He dormido con mujeres que me fueron ofrecidas por presuntos maridos borrachos y amables en su borrachera. He jugado al truco. Me he negado a ciertos delitos a los que me tentaron, pero tampoco hice denuncia alguna. TodavÃa no sé bien cuál es la intención de los que me mandan. Me pagan, y bien; puedo vivir, aunque no siempre lo hago, en lugares a los que no es fácil acceder. No invito a nadie. He perdido la cuenta de mi edad y de cuánto hace que vago por aquÃ. Aclaración posiblemente necesaria, al menos para mÃ.
Me gusta el nuevo lugar donde me he mudado, cómo he conseguido que los objetos que pude traer de las distintas casas que habité en esta ciudad convivan alegremente en un apacible desorden que alguien poco entendido en esta materia dirÃa que es un desorden ordenado. Lentamente, todo se va acomodando asà y no hay intención de mi parte. De esa tarea se encargan, creo, algunos dioses menores de mitologÃas perdidas, la naturaleza, el tiempo, la memoria y el olvido. Abundan los libros, los discos, los papeles sueltos o en cajas, botellas llenas o vacÃas, frascos con grandes hojas que ya no son grandes de algunas plantas que alguien cultiva para mÃ, o con caracoles que trajo alguna nieta de los mares del sur, o con tabaco de pipa.
A partir de aquÃ, de este mismo segundo, pienso que Heráclito hubiese comenzado otro fragmento de esos de los que únicamente nos quedaron fragmentos.
En todos los lugares que frecuento, en los que he tenido que vivir, muchos de los que allà residen se llaman a sà mismos exilados. ¿Los hay? Tal vez haya algunos a quienes podrÃa corresponder una estricta definición de lo que es un exilado. Pero ¿cuál es esa estricta definición, la que aporta alguna certidumbre? El exilio implica la necesaria existencia de una patria que es abandonada generalmente por motivos polÃticos. Durante la vigencia de regÃmenes totalitarios los exilados abundan. Los hubo en los tiempos nefastos de Hitler, de Franco, de Mussolini. Pero también sabemos que el exilio es un estado del espÃritu que, por cierto, no reconoce ni desea reconocer ninguna noción de lo que se da en llamar patria.
Los exilados y los "exiliados", como dicen que es la forma correcta de escribir la palabra, son dos estados diferentes. Los exilados no tienen cura. Un ejemplo: Bertolt Brecht. Siempre vivió en el exilio, desde que debió irse perseguido por los nazis. PaÃs en el que estuviera, el exilio le seguÃa los pasos. En Estados Unidos fue vÃctima del macartismo. Entonces volvió, en lo que se supondrÃa iba a ser un regreso a su "patria", la Alemania Oriental. Pero en esos oscuros años finales sufrió el más sórdido de los exilios, sobre todo porque fue un exilio disfrazado de halagos. Los "exiliados" sà pueden tener una cura, pero si en verdad lo han sido los persigue el olvido y no los abandona nunca. Digo que si lo han sido de verdad pues creo que hubo quienes simularon serlo y se beneficiaron bastante con ello. El exilio es sobre todo una actitud ética. No implica, por ejemplo, que transforme en un magnÃfico escritor a quien es solamente un mediocre. Se debe valorar la defensa de sus principios éticos, no las pavadas que pueda llegar a escribir.
Como decÃa antes, los exilados que provocó el atroz régimen nazi fascista nunca tuvieron cura. ¿Hubo alguna excepción? Los fusilados o muertos en la guerra. Y quizá la de Jorge Guillén o Rafael Alberti, que pudieron volver a España gracias a su longevidad. PodrÃa agregar que siguen en el exilio sin estarlo poetas como Juan Gelman y otros que ya murieron siendo exilados sin serlo.
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