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Jueves, 10 de abril de 2008
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Mi primer clásico

Por Santiago Baraldi
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Estoy con mi viejo. Es año 71 o 72. Ñuls había sido tapa de El Gráfico. Obberti y Becerra, juntos mirando a la cámara. El brasileño con la mirada como la del Che, colgada en algún horizonte. También hay revista Goles y la que regalaban en la cancha. Mi viejo con una tijera recorta fotos, goles, jugadas, un poster del equipo en la Bombonera. Fenoy de costado, buzo celeste, los carteles de fondo de Cinzano. Yo lo ayudo y desparramamos las fotos sobre una gran madera y allí armamos algo que me enteraría que eso era un "colage". Tengo 10 años en los inicios de los 70 e ir a la cancha con mi viejo era lo más. Cruzar el Parque por el lado del Palomar y los olores no se olvidan. El viejo Rambler rural esperaba sobre Lagos o Montevideo. Esa caminata hasta la cancha junto con amigos de mi viejo y sus hijos, casi todos más grande que yo, era un procesión en cámara rápida. Yo iba trotando, siempre como si el partido estuviera por comenzar. Era como ingresar a misa. El Ñuls de Montes Silva Zanabria Marcos Obberti y Becerra estaba por salir y el buen juego estaba garantizado. Así crecí viendo a Ñuls. Buen juego, pelota al piso, cabeza levantada. No se hablaba de presin, doble cinco, carrilero o enganche. El ocho tenía el numero ocho. Tener la rojinegra de piqué con el 9 del Mono era tocar el cielo con las manos, ni hablar cuando mi viejo me regaló la Pintier original: toda blanca y la estrellita negra en un gajo. El sello de aprobada por la AFA. Así llegamos al 74. Yo cursaba el 7º grado. La chica que me gustaba ni me miraba, con mis amigos jugabamos todo el día a la pelota y escuchábamos Sui Generis. Hasta que un día fue 2 de junio. El clásico no era el que es hoy. O por lo menos ese día comenzó a ser como los de ahora. Mi viejo no quería que fuera a la cancha. Pero me vio tan mal que terminó llevándome. Mi hermano mayor se fue con sus amigos y jamás olvidaré cómo entramos a esa cancha. Mi padre llevándome de la mano, apretada, firme. Vamos. Caminemos rápido y ubiquémonos alto. Arriba se ve mejor. Arias nos patea el penal a nosotros. Es 2 a 0 y veo a mi viejo con lágrimas. El entretiempo era todo conjentura. Siempre está el optimista. El que no está preocupado. El que la ve. Poy y Kempes están en Alemania. Las posibilidades están intactas, dice un hombre al que veo viejo. Nosotros tenemos fútbol. Mi padre ya se fumó un paquete de 43/70. Capurro descuenta de cabeza, error de la defensa. Montes mete un cambio y entra Magán. Lo recuerdo de espaldas al arco bajando de cabeza la pelota. La blanca con la estrellita. No me lo deja ver a Marito. Veo solo su zurda. Sobrepique, como viene. Al ángulo. Cada vez que vuelvo a esa cancha veo a Biasuto, volando. Veo a mi viejo llorando. Las media caídas de Marito. A Cucurucho y al Mono colgados del tejido. Al correntino Berta abrazado al Chivo Pavoni, al lungo Pastor Barreiro upa del Tupamaro Carrasco. Todavía no sabía lo que era Tupamaro. Juan Carlos Montes no lo puede creer y grita con Picerni y Rebottaro. Campeones. Por primera vez Ñuls campeón. En cancha de Central. Haber estado en ese momento es algo que nunca se lo agradecí a mi viejo. Me podría haber dejado en casa y me llevó. Ahora vuelvo a ese lugar de la tribuna, como cada clásico, en esos escalones donde mi vista está un poco más arriba del travesaño. Un tal Salcedo la clava como viene, de lleno. En ese arco. Vienen todos al tejido a gritarlo. Nos abrazamos con mi hijo. Cuando volvíamos por Avellaneda me agradeció que lo llevara a su primer clásico. Estábamos félices por ganar el campeonato de un día. Hasta el próximo. Recordé a mi viejo y a todos sus amigos con los que cruzábamos el Parque apurados para ir a misa en los primeros años de los 70.

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